Huellas

Capítulo 2 - VÍCTIMA

-¡Ayuda! -gritaba la mujer, desesperada- ¡Que alguien me ayude!

El asesino sonreía mientras le daba una bofetada. La amordazó. Tiró de sus rulos negros para levantar su cabeza y le lanzó un golpe certero en la cara. Volvió a jalar de su cabeza. Otro puñetazo más. Uno de los dientes de la mujer se desprendió bajo la mordaza y esta ensombreció con el color rojo vino de su sangre.

-No te mueras todavía.

Tenía la cara cubierta con una máscara negra y cuando se le acercaba podía oler su aliento, un tufo pútrido. Desapareció un momento en dirección a la cocina y volvió con un vaso de agua.

-Si gritas, te saco el resto de los dientes. ¿Sí?

Asintió apenas. Gotas de sudor se mezclaban con la sangre que manaba de su boca.

-Ahora, toma una de estas.

Le acercó una pastillas al momento que le quitaba la mordaza, pero ella escupió.

-Mira lo que has hecho, puta.

Recibió otro puñetazo, uno que esta vez le produjo punzante dolor en la frente.

-¿Sabes? A veces, me cansa pedir las cosas.

Le golpeó el estómago y cuando ella quiso gritar de dolor, el hombre le metió varias cápsulas a mano abierta, como una bofetada a la arena intentando abarcar un agujero. Volvió a jalar de su cabello y hundió el vaso de agua en su boca. La mujer tosió. Oyó como el intruso desaparecía en algún lugar de la casa tras su espalda y después volvió. Se sentó en el sofá que estaba enfrente. Estaba tranquilo, esperando. Comenzó a tararear una canción que se le hizo conocida, pero no pudo recordar la letra, y, tratando de recordar, fue que sus ojos cedieron a un sueño incontrolable. Se durmió. 

Para cuando despertó, se vio desnuda y con el cuello atado a una soga que, a su vez, estaba sujeta de alguna forma que no podía entender al techo. ¿Habrá sacado las herramientas de José del cuarto? Una silla con solo tres patas la mantenía de pie. La posición era incómoda porque debía hacer equilibrio; si hacía algún movimiento en falso, la silla se movería y terminaría ahorcada. Quiso gritar por auxilio, pero tenía la lengua dormida. Si quiera era capaz de pronunciar palabra. Oía ruidos, pasos, por aquí y por allá. Sabía que el hombre estaba hurgando la casa, o lo suponía. ¿Quién era? ¿Un ladrón? ¿Iban a violarla? ¿O es que acaso ya lo había hecho? Me drogaron, sí. La intriga de no saber si habían acosado de ella le revolvió el estómago. Sintió un escozor en su vagina, pero eso no le indicaba nada. La sentía húmeda, pero era su regla. No podía haber pasado mucho tiempo desde que se durmió, porque seguía siendo noche.

Los pasos se acercaban otra vez. A paso lento. Uno tras otro. El miedo la consumió y también la desesperación, y esta misma desesperación la impulsó a intentar librarse de la soga. Que alguien me ayude, Dios mío… No tenía la fuerza suficiente. Siquiera tenía fuerzas para moverse. ¿Cómo moverse si no podía hablar? Toda su concentración estaba en hacer equilibrio en la silla. Justo cuando se rendía, cuando no daba más, él se paró enfrente. Traía un perfume barato en su cuerpo y su pelo olía a un champú que le recordó su infancia, sus días en los primeros años de colegio, cuando estaba en kinder. O primero básico. El hombre levantó la máscara que tenía para poder comer algo que no pudo ver. Estaba oscuro y la luz amarillenta de los postes de la avenida apenas entraba por el ventanal de su casa. Pronto comenzaría a llover. 

Se le acercó al fin, de improviso, en un segundo. Lo tenía enfrente. Fue entonces cuando sintió su aliento. Repugnante, pero también olía a leche con plátano. Supo entonces que lo que recordó de su infancia fue ése aroma. Se recordó yendo a la cocina del colegio mientras ella y un compañero sacaban sus bandejas con tazones llenos con leche con plátano. Las cocineras también les ofrecían pan con mantequilla y galletas. Sí, galletas rectangulares. Pensar era lo único que podía hacer para no enfocarse en el terror de la realidad. Estaba desnuda, atada, drogada, posiblemente violada. Y todo ante un hombre que de solo mirar la aterraba. ¡Piensa en tu compañero, piensa en él! Era chascón y gordo, y siempre estaba muy abrigado, y su mamá siempre…

Un sonido metálico. Algo tomó el intruso y la rodeó para ponerse tras ella.

Y su mamá siempre estaba hablando con mi madre y…

El dolor fue desgarrador. Algo rajaba su espalda una y otra vez, y no solo rajaba, sino que la destrozaba. Le destrozaba la vida.



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En el texto hay: fantasmas, sexo, terror

Editado: 02.03.2019

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