Huellas

Capítulo 3 - LORETA

Sentía la voz de Olga desde lejos. Sentía su tacto desde lejos. Sus caricias eran placenteras, como su muso cuando llegaba después de ansiarlo después de décadas y décadas; como su muso cuando lo deseaba empapada, sólo a él, con la frente levantada y los labios carnosos listos para que él se los mordiera. Las caricias eran como si tuviera el don de poder poder volar y ella escogiese no ir por los aires, sino, planear por la fina hierba de la precordillera y que esta acariciase su piel pálida. Se siente tan bien... Hasta pensó en escribir un poema bastante onírico, pero hermoso respecto a estas sensaciones.
-¡Oye! -su amiga le estaba dando cachetadas en la cara- ¡Despierta!
Loreta abrió los ojos de pronto y sabía que algo no andaba bien.
-¿Qué pasó?
-Nos tenemos que ir. Tu tía dijo que hasta las once y van a ser las dos de la mañana.
Quiso mirar su reloj de pulsera, pero lo había vendido hace pocos días. ¿Tan tarde era ya? No podía ser. ¿O sí? Lo cierto es que la droga le había funcionado bien hasta que la música y los colores la marearon y ya no recordó más nada. O quizás sí. Estaba frente a un tipo llamado Freddie tomando cerveza en el Bahía Swing y Olga conversaba con otro. Se veía muy entusiasmada. Pero ella no lo estaba tanto. Sabía que los hombres podían ser muy persuasivos cuando querían sexo, pero no funcionaba así con ella. No. Para ella, era al revés. Si deseaba algo, lo conseguía. Recordó entonces que habían llegado al pub antes de las dos de la tarde y que estaban en la zona de fumadores, allí donde el olor a meados tanto de hombres como de mujeres se mezclaba con el del cáncer en potencia incontrolable tanto por adolescentes como por otros ya más de edad. De hecho, no era ninguna novedad que muy de cuando en cuando se vieran mayores de cuarenta. Llegaban sin sus esposas ni sus parejas, por supuesto. En ese antro, legítimo sinónimo de antro de rock pesado, llegaba todo tipo de gente. ¡Mierda!, habían llegado antes de las dos de la tarde y su amiga ahora le decía que iban a ser las dos de la mañana. Tenía frío. Recién entonces tuvo tiempo para oír que lluvia caía.
-¿Dónde estamos?
-En la casa de papá -dijo Olga, mientras se vestía.
Se sentía casi agradecida de estar en la casa de Julio, pero este pensamiento murió cuando sufrió un horrible dolor de cabeza, tan repentino, como brutal. Preguntó a  Olga por alguna aspirina, pero dijo que no tendrían ningún efecto si su cuerpo estaba lleno de alcohol. Pensó en preguntarle cuánto había bebido, pero no. En vez de eso, intentó ponerse de pie como estaba y fue por un vaso de agua. No le importó si Julio estaba en casa, necesitaba agua como quien acaba de despertar de una operación tras dos días. Prendió la luz de la cocina y esta le apuñaló la vista. La resaca se intensificó. El agua le enfrió el estómago y sintió un mareo incontrolable. No hubo tiempo. Se fue de rodillas al suelo y vomitó allí mismo. No era la primera vez que lo hacía en esa casa. Pero, sí la primera en esa cocina. Dios, ¿cuánto tomé?. Vaciar, aunque fuese un poco su estómago, fue un alivio. Recién entonces se vio que andaba con un pijama de su amiga. Buscó un trapo y lo humedeció con agua caliente. Terminó limpiando el desastre. Y qué desastre.
Olga ya estaba lista. Acababa de llamar un taxi. Recién estaba haciendo el curso de manejo, pero no tenía la licencia. Tenía esta cosa de responsabilidad en su vida, que Loreta no. Pero no lo envidiaba, más bien le hacía pensar que por eso siempre se habían llevado bien. En una mochila había puesto todas las ropas de Loreta y la cargaba en su hombro izquierdo.
-¿Recuerdas al huevón de ayer? -Olga abría la cortina de la ventana de su habitación y miraba en dirección a avenida Recreo- Se demora el taxi este, y tengo frío.
-Algo. ¿El metalero con la cabeza rapada?
Olga se rió.
-No, uno con el pelo teñido rojo. Te juro que tenía el rojo del fuego. Yo me acordaba del ave Fénix cuando me hablaba.
-Ya.
Olga siempre tuvo interés por bichos raros. ¿Por qué no podía fijarse en alguien normal? Otro ataque de dolor en su cabeza. Esta vez sentía que las sienes le palpitaban. Se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos soportando el lapsus.
-Mira -continuó su amiga-: estábamos bien. Pasándolo bien tomando cerveza. Pero Lore, la cagaste cuando aceptaste que el huevón con el que estabas tú te sirviera pisco. Te dejé sola un rato, pero me fui al baño con el Ave Fénix y me lo comí. Cuando volví, estabas en el mundo de los zombies. Además -volvió a mirar por la ventana-, se puso aburrido el ambiente cuando llegaron unos tipos y pusieron cumbia en la rocola. Puta, que se demora el taxista este.
Cumbias. Eso sí lo recordaba bien. Como una fotografía muy nítida que guardaba en su cabeza. Sí, llegó un puñado de locos que pusieron cumbias en un pub donde llegan locos vestidos de negro. Un contraste. Pero pasó.
-Pero, no era cualquier cumbia -continuó su amiga- sino cumbia colombiana. Negros de mierda, nos están invadiendo el país. Ya no sólo llegan chinos y peruanos, sino que ahora nos invaden los colombianos y haitianos. Lo peor, es que no hay como iden...¡ahí llegó!
El grito hizo que la cabeza le estallara. El sabor del alcohol se le subió a la garganta, pero la tragó como pudo. Se puso una chaqueta que Olga le pasó y la acompañó a cruzar la Alameda. Desde Recreo, la Alameda de Rancagua se veía bonita de noche. Cuando llovía más aún, pero en esta ocasión las luces le molestaban. El chofer las saludó rápido cuando abrió su puerta para ayudarlas con la mochila. La metió en la maletera.
-Llévela al pasaje Laico, en Codegua -ordenó Olga, y le pasó cuarenta mil pesos.
-¿Usted no va? -quiso saber el chofer. Olga negó con la cabeza.
-Sólo ella.



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En el texto hay: fantasmas, sexo, terror

Editado: 02.03.2019

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