Al abrirse la puerta entra un hombre de unos cincuenta años, lleva un traje negro y una corbata gris. Tiene el mentón ancho cubierto de una ligera barba blanca, y unos ojos grandes azul cielo idénticos a los míos. En persona se ve mucho más viejo que en la foto del periódico. Camina unos pasos hacia nosotros y posa sus ojos en los míos. Ahí es cuando vuelvo a la realidad. Encontré a mi padre; y está justo frente a mí.
Me levanto del sillón y una lágrima solitaria cae por mi mejilla.
– Hija mía, no puedo creer que estés viva. –Sus palabras son profundas y cálidas. Sin pensarlo dos veces me lanzo a sus brazos.
– Yo tampoco puedo creer que lo haya podido encontrar. Creí que me quedaría sin recuerdos para siempre.
– Pues aquí me tienes hija, aquí me tienes.
Me limpio el rastro que dejó la lágrima y volteó a ver a Matías, que está de pie con su típico rostro inexpresivo.
– Padre, él es Matías. –digo acercándome a él y tomándolo del brazo para que se acerque a nosotros. –Fue quién me salvó y me dio refugio mientras estaba sin recuerdos.
– Gracias por cuidarla. –le dice tomándolo de la mano y estrechándosela. –Estaré siempre agradecido contigo.
Matías no responde nada, y no quita de su rostro ese semblante serio. No entiendo que le sucede. Sé que quería que me quedara con él pero, por lo menos podría estar feliz de que haya recordado mi vida.
Después de un silencio algo incómodo, una señora entra con una bandeja con té, así que tomamos asiento. Hablamos de temas del pasado mientras bebemos. Él me cuenta algunas anécdotas viejas y me relata algunas cosas sobre mi vida.
Me dijo que después de unos meses de la muerte de mi madre, él me buscó y me pidió que viniera con él a Bersey. Yo tardé un tiempo en perdonarlo por habernos dejado solas todo ese tiempo, pero él me explicó que ya no la amaba. Después de eso, me gradué de la carrera de periodismo y empecé a trabajar en una agencia de noticias. Me dijo que me iría contando cosas poco a poco, para que así pueda ir recordando.
Después de unas horas se hizo de noche y decidimos irnos. Matías no habló prácticamente nada y no quitó en ningún momento su cara de pocos amigos. De veras que no lo entiendo.
Mi padre nos dijo que fuéramos a su casa, bueno mi casa también. Al fin encontré mi hogar, mi vida. Me siento tan feliz.