—Mi casa queda cerca —había dicho Keiji—. Si quieres, envía tu ubicación a alguien de confianza.
Lena no quería preocupar a su madre diciéndole que iba a ir a tomar chocolate caliente a la casa de un extraño que la había encontrado llorando en la acera. Sin embargo, mientras más caminaban, más se acercaban a la casa de sus padres.
Se sintió aliviada cuando pasaron la casa pintada de azul opaco, que parecía estar vacía, pero observó con confusión cuando el perro corrió hacia la casa siguiente a la que no deseaba acercarse.
Keiji notó que Lena se detuvo y dudó en si debería de seguir el camino.
—Siempre podemos ir a una cafetería —mencionó el joven, llamando la atención de la castaña.
—Oh, no, está bien —respondió ella, señalando la casa en donde Kero esperaba frente la puerta—. ¿Esa es tu casa?
Keiji no pudo evitar notar que el tono de voz de Lena había bajado, hasta el punto de que casi parecía estar susurrando, dejando que la fuerte ventizca llevara sus palabras hasta sus oídos.
—Sí —respondió—. ¿Pasamos?
—Claro.
Lena se adelantó, caminando rápidamente hacia la casa, deseando que durante esos minutos no saliera nadie de la casa de al lado. Keiji estaba confundido, pero aún así caminó hacia la casa para poder abrir la puerta y que tanto su eléctrico compañero como la nerviosa joven pudieran calentarse un poco.
Kero entró corriendo a la casa hacia una gran cama que se encontraba en la sala de estar para comenzar a secarse, moviéndose por todos lados. Adentro se sentía un poco frío, pero el pelinegro no tardó mucho en prender la calefacción y, después de disculparse con su invitada porque iba a dejarla sola por unos minutos, regresó con una toalla para que la joven también se secara.
Mientras se quitaba el abrigo mojado, Lena observó con más atención el lugar en donde estaba. Era una casa sencilla, pero acogedora. En la sala había un sofá, una mesa de centro y una chimenea que a simple vista no había sido usada en mucho tiempo. Al fondo, se veía una cocina con una barra y unos taburetes.
Pero, lo que más atención le llamó la atención, fueron las paredes, en donde había algunas fotos de Keiji con los que parecían ser su familia y, muchísimas con o de Kero.
—¿Estás mejor? —preguntó Keiji, tomando el abrigo de sus manos.
El pelinegro se acercó a la puerta para colgar el abrigo de Lena en el perchero, en donde también había colocado el suyo.
—Sí, muchas gracias por todo. Eres muy amable —la joven le dedicó una sonrisa—. Tu casa es muy linda.
—Gracias. Ven, por aquí está el chocolate —dijo Keiji, guiándola hacia la cocina.
Lena lo siguió, sintiendo cómo el calor de la casa comenzaba a abrazarla. Al llegar al lugar, Keiji le ofreció un taburete para después acercarse a una gran olla que estaba sobre la estufa. Mientras él sacaba un par de tazas, Lena se mantuvo en silencio, observando sus suaves movimientos con detenimiento.
Ese silencio no le molestaba demasiado a la joven ahora que estaba entretenida, pero para Keiji era un martitio. No podía dejar de pensar en cómo se sentía la chica, si le había ocurrido algo muy malo como para que estuviera en ese estado en la calle o si estaba incómoda porque él no le había transmitido la confianza que deseaba.
—Hoy en la mañana hice mucho chocalate.
Se arrepintió casi enseguida después de soltar esa oración; después de todo, a ella qué le impor...
—¿En serio? ¿Por qué?, ¿viene tu familia de visita?
Keiji se sintió aliviado al escucharla un tono de voz más tranquilo. Dirigió una mirada a sus espaldas, solo para darse cuenta que Kero ya había agarrado uno de sus peluches y lo llevó con Lena para jugar con ella, y ahora ambos estaban entretenidos.
—No. En realidad, hoy viene la hija de Robert después de muchos años —mencionó, volviendo a ver hacia enfrente—. Ah, Robert es mi vecino de al lado. Vive con su esposa, Olivia, y hemos pasado los últimos tres años celebrando Navidad y Año Nuevo juntos. Olivia me dio la noticia de que sus tres hijos vendrían este año y, al parecer, esperaba con más ansias a su hija pequeña, pero estaba preocupada porque Robert no quisiera verla por algunos problemas que tuvieron en el pasado, y yo le dije que...
Keiji se detuvo abruptamente, dándose cuenta de lo mucho que había hablado y todas las cosas innecesarias que había dicho. Lena se había quedado quieta por un momento, procesando que las personas de las que el pelinegro hablaba, eran sus padres.
—Lo siento, yo no...
—¿Qué le dijiste? —preguntó Lena con interés.
—Que... Tal vez te parezca tonto —aceptó él en un murmullo—. El chocolate caliente le da calidez a nuestros corazones, puede ayudar a que se descongelen y encuentren la reconciliación.
La frase le arrancó una risa a Lena, mientras el pelinegro regresaba con dos tazas de chocolate caliente en sus manos.
—Lo sé, es tonto, pero...
—No es para nada tonto —interrumpió la castaña, tomando la taza con ambas manos para calentarse—. Es solo que necesitaríamos que papá bebiera lava para descongelar su corazón... Aunque eso también es mi culpa.
Keiji estuvo a punto de escupir lo poco de chocolate que había tocado su boca, dándose cuenta de que estaba hablando con esa Lena.
Olivia solía referirse a su hijo como «mi pequeña», «mi hija» u otros sinónimos, pero la recordaba haber mencionado «Lena» al menos una vez en sus conversaciones.
Se recriminó varias veces por no haberse dado cuenta antes, mientras dejaba la taza sobre la mesa nuevamente.
—¡Lo siento tanto! ¡No sabía que eras tú!
—Oh, no tienes por qué disculparte —dijo ella con sinceridad —. Es muy lindo lo que tratas de hacer. Muchas gracias.
El elogio provocó que Keiji se sintiera un poco nervioso y murmuró suavemente:
—Aún no he hecho nada.
A Lena le pareció una reacción muy tierna por parte del pelinegro, pero pronto la sonrisa en su rostro se borró mientras se atrevía a preguntar:
Editado: 20.12.2023