En un recóndito pueblo llamado “Cinnamora”, se rumorea que entre sus caminos repletos de nieve, existe una mágica tradición anual que solamente en estas fechas es posible visitar y quizás, hacer realidad.
Por ende, con la esperanza de que todo lo que se decía al respecto fuera cierto, empaqué todo lo necesario para visitar por primera vez ese gélido lugar para conocerlo y enfrentarme a la nieve que jamás había podido apreciar.
Al imaginarme el escenario del pueblo nevado, una imagen clara de todas las películas temáticas, me recorre como si fuera un sueño hecho realidad cuando los fines no son precisamente, amenos.
El trabajo en la oficina era devastador, el alboroto, el olor a café, papeles viejos, eran parte de mi día a día. Una rutina que me era más sencillo resignarme por las cuentas a pagar, que por mi pasión a la docencia en sí, mi formación.
La razón por la que estoy averiguando la veracidad de la leyenda en las vacaciones decembrinas, es si puedo comprobar lo que los locales narran como “mágico”.
La tradición trata que si encuentras de casualidad en esos tremendos caminos de nieve en donde es casi imposible caminar, una panadería milagrosa que aparece mágicamente su entrada, tienes la oportunidad de visitar a alguien que partió para volverte a encontrar con su amor frente a frente.
En mi caso, mi pequeño, fiel, mejor amigo y compañero de vida perruno: Kuki.
Habían pasado meses desde su partida y el invierno se sentía como el último círculo del infierno ante su ausencia. A pesar de que el tiempo pasaba, para mí, revivía sin parar su último aliento entre mis brazos.
Entonces, podría ir al fin del mundo por un instante a su lado, aunque fuera efímero, en mi memoria se transformaría en eterno.
Por lo que, me armé de convicción al descubrir ese tan misterioso y viejo lugar el cual respondería todas mis incógnitas que una visita en estas épocas, sería capaz de responder.
Antes el pueblo tenía su festividad llamada “Dulcimora”, en donde había un festival gastronómico de sus postres más populares, hasta que con el tiempo, los habitantes fueron abandonando el lugar por mejores oportunidades y debido a el insoportable frío que se sobrellevaba en su cotidianidad.
Llegar ahí fue un absoluto reto, era como ir al fin más que del mundo, el universo entero y vaya que cuando estuve ahí, era de película, maravillosamente inimaginable.
El frío me dejaba tiesa, apenas sentía mi rostro, y mi nariz estaba toda roja. Venir aquí era como si pudiera volver a respirar un nuevo aire fresco por más que las condiciones climáticas fueran extremas y una novedad para mí.
Es verdad, los copos de nieve son preciosos, el frío te congela, no siento mis extremidades por lo que me cuesta moverme y el viento es tan fuerte que siento que me llevará. Mi único remedio es arrastrarme como puedo.
Había subestimado lo helado que podría llegar a ser, menos mal que vine preparada con mis botas de nieve y enormes capas de ropa térmica para soportar el camino hacia mi destino.
No perdía nada más que la ilusión y esperanza en encontrar esa famosa panadería que según las reseñas, aún estaba en funcionamiento. Durante el proceso, mi estancia en un hotel local, era tan hogareño que brinda calidez a mi cuerpo con su inmensa chimenea.
El humo a lo lejos, me llamó de inmediato a refugiarme en un lugar tan acogedor, amigable y familiar. Sentí un gran escalofrío al entrar y pude observar a varias personas lugareñas que me veían con total atención, casi como un espécimen.
¿Qué tan pésima me veía con este estilo congelado? El aire no ayudaba en absoluto.
—¡Bienvenida a Vainillaveil! —un par de gemelas pelirrojas con trenzas, flequillo y estilo rosado me reciben en un unísonido amigable, bastante emocionado.
Les sonrío con gratitud ya que ellas lo hacen, se levantan de lo que parece un cómodo sofá en frente de esa bendita chimenea y se acercan a mí, son tan pequeñas.
—Buen día, es un gusto. Mi nombre es… —cuando recorro mi maleta plateada llena de nieve, las gemelas me interrumpen:
—Yvaine Erenai Delmora.
La sorpresa me inunda hasta que se acerca una joven chica de cabello corto de color negro con mechones azules que combinan con sus ojos azules oscuros.
Tiene un estilo moderno con una cara no tan amigable, su presencia me intimida a decir verdad.
—¿Otra vez revisaron los registros? Son increíbles —ella niega y las gemelas levantan los hombros sin más.
—¡No es como si hubiera otra cosa por hacer! —una de ellas se defiende y su tono es tan dulce como el color de sus ojos.
Observo los adornos que tienen en el cabello y lo único que las diferencia es que tienen listones de color blanco y rosa. Son idénticas.
—¡Ahí están, niñas! Les dije que bajaran la caja de decoraciones —se une una mujer rubia con largo cabello, pecas y el color de sus ojos café claro se parece al de las niñas. Al igual que sus rasgos, debe ser su mamá.
Las niñas se echan a correr entre risas y su mamá, nuevamente las manda sin éxito alguno.
Permanezco ahí, confundida y sin idea alguna de a quién dirigirme.