Huellas de sangre

Capítulo V. La justiciera

     En casa todo estaba más revolucionado que de costumbre. Stephanie atravesaba el quinto mes de embarazo y mis abuelos viajaron desde Carolina del Norte para conocer nuestro nuevo hogar y, de paso, seguir de cerca el estado de salud de la pequeña Bianca. Sí, hace un par de semanas supimos que otra mujer está gestándose en el vientre de mamá y aunque mentiría si negara que todos estamos muy ansiosos y deseosos de tenerla en brazos, también lo haría si no afirmara que mi padre está más insoportable que nunca, lindando con la locura extrema. ¿Pero quién puede juzgarlo? Nunca tuvo una familia, no una de verdad. Y ahora que construyó la propia, luego de años y años de no conocer más que muerte y dolor, se aferra celoso a cada una de sus integrantes en pos de evitarles todo tipo de sufrimiento o pesar, aunque sabe, en tu interior, que no podrá evitarlo, que no está en su mano.

—¿Y Thomas? —preguntó Brendan ni bien me vio acercarme al punto de encuentro.

—Temo que no podremos contar con él el día de hoy.

—¿Todo está bien?

—Acompañó a mi mamá a realizarse chequeos de rutina.

—Entonces, lo mejor será reunirnos cuando esté disponible —replicó amagando con dar media vuelta y volver sobre sus pasos.

—Yo puedo ayudarte —le dije para que no se marchara.

—Te lo agradezco, pero prefiero esperar a tu padre.

—¿Acaso no confías en mí?

—Solo intento mantener la cabeza sobre mis hombros.

—Ah, ya veo —sonreí—, te intimidó para que te mantuvieras lejos de mí.

—Es un hombre muy convincente.

—Descuida, solo lo hizo para molestarte.

—Me pareció que hablaba muy en serio.

—Además, imagino que el caso que le traías, bien vale la pena el riesgo —repliqué para convencerlo de trabajar juntos.

—La desaparición de tres niñas pequeñas, arrancadas de los brazos de sus madres o niñeras —respondió mostrándome un pequeño folio que sacó de su morral—. Ahora que un nuevo integrante de la familia Weiz está en camino, supuse que sería sencillo convencerlo de involucrarse.

—¿Cómo es eso?

—Las capturan mientras juegan en la plaza, al regreso del jardín de infantes, de paseo en un centro comercial; siempre a plena luz, en lugares concurridos.

—Tiene que tener un plan muy bien urdido para hacerlo sin ser visto —reflexioné.

—Yo pensaba que tal vez se trataba de un equipo; alguien distrae, mientras el otro toma a los niños.

—¿Desde cuándo ocurren estos secuestros? —inquirí tomando los papeles que por fin se dignó a compartirme.

—El primero del que se tiene registro, sucedió en el 2016.

—¿Y el más reciente?

—A principios del 2020. Por lo visto, existe un intervalo de dos años entre las víctimas.

—¿Todas mujeres? —pregunté mientras ojeaba las fotografías de las niñas desaparecidas y se me formaba un insoportable nudo en el estómago al imaginar que cualquiera de ellas podría ser mi hermana Nahiara.

—Exacto.

—¿Algún rasgo característico en ellas, algo que las hiciera destacar?

—Supongo que eso depende de la mente atrofiada de su captor; pero a simple vista, no hay nada obvio que las distinga.

—¿Las edades? —indagué buscando cualquier patrón.

—En eso sí hay cierta lógica o coherencia; todas entre cuatro y seis años.

—¿Qué está buscando la policía?

—La principal hipótesis de trabajo, es que fueron captadas por una red de trata que comercia con ellas en Europa del Este.

—Qué extraño.

—¿A qué te refieres? —preguntó frunciendo el ceño.

—No digo que no exista un tráfico semejante, pero en líneas generales suele darse a la inversa.

—Sí, también pensé en eso —replicó con cierto dejo de resignación.

—Además, son chicas para prostituirlas y grandes para aquellas parejas que no pueden adoptar bebés por las vías legales —reflexioné pretendiendo en vano hallar una alternativa.

—¿Crees que se trate de pedofilia?

—Es temprano para decirlo, necesitamos recabar más información antes de hacer conjeturas.

     Tenía mucha presión sobre mis hombros. Tanto insistí en que me dejaran abrir las alas para volar por el bajo cielo de las investigaciones criminales, que ahora no podía menos que demostrar que estaba a la altura de las circunstancias y había heredado la perspicacia y agudeza de mi padre. Era la primera vez que trabajaba sola después de lo que sucedió en Londres y no podía darme el lujo de fallar, no cuando la vida de tres niñas inocentes dependía de mi habilidad en el campo.

—Ya perdimos toda esperanza —se confesó el hombre tomando con fuerza la mano derecha de su mujer—; pasó mucho tiempo.

—No somos policías, y no vinimos a pintarles espejitos de colores.

—¿Por qué están haciendo esto? —preguntó secando las lágrimas de sus ojos—. Son muy jóvenes, deberían estar disfrutando de su vida.



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En el texto hay: misterio, crimenes, adrenalina

Editado: 22.04.2021

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