Huellas de sangre

Capítulo VII. El Desmembrador

     Esa mañana no fue una más. No exagero si digo que se trató de un punto de inflexión, un antes y un después que selló el quiebre de una sociedad que nos colmó de satisfacción hasta que vimos caer el manto siempre trasparente de las dobles intenciones.

     Por aquellas horas no estaba decidido que sería el último caso. Todo estaba atado a la sinceridad de un joven extraño y a la reacción que aflorase tras ver desmoronarse, desnuda, su tapadera, su coartada.

     ¿Qué es lo que había estado haciendo?, ¿por qué se involucró y nos arrastró con él en un mar de buenas intenciones que tenían fecha de caducidad?, ¿qué quería probar?, ¿Qué buscaba obtener? Estábamos a punto de averiguarlo.

—Gracias por haber venido con tan poca antelación —dijo ni bien llegó a la cita, agitado, hincado con las manos en las rodillas, buscando recuperar el aire.

—Aquí nos tienes —respondió Thomas con las manos en los bolsillos.

—Tengo otro caso que me gustaría le echaran un ojo.

—Me temo que eso deberá esperar.

—¿A qué te refieres? —preguntó frunciendo el ceño—. ¿Acaso el bebé ya viene?

—De hecho sí —respondió mi papá—, el bebé ya viene. Sin embargo, hay otra cuestión relevante que me gustaría discutir contigo.

—Espero no estar en problemas.

—Depende de la respuesta que des a una simple pregunta.

—Dispara —replicó abriendo los brazos como quien está dispuesto a recibir una bala.

—¿Te apellidas Archer Wayne?

—Puedo explicarlo…

—¿Eres hijo de Nicholas Paul Chester Wayne, duque de Kent?

—Si me otorgas el beneficio de la duda, te aseguro que hay una buena explicación —insistió.

Fue muy extraño. Casi pude ver en su rostro la desazón de un alma afligida, que se sabía fuera de control.

—Créeme, te estoy dando el beneficio de la duda; de lo contrario te hubiera disparado ni bien te acercabas por el sendero.

—Sí, soy de la realeza —asintió.

—¿Por qué ocultar tu identidad? —pregunté.

—Necesitaba saber si podía confiar en ustedes, si Thomas era tan bueno como los rumores dejaban correr.

—¿Qué quieres de nosotros?

—Ayuda.

—¿Nos viste cara de misioneros?

—Por favor, son mi única esperanza.

     Me costó bastante convencer a mi padre para que aceptara, al menos, escuchar lo que Brendan tenía para decir. No bastaron mis ojos mirándolo con ternura, ni las promesas vagas que ambos sabíamos no cumpliría jamás, como aquellas que hablaban de alejarme del peligro o volverme una chica hogareña. ¿Entonces cómo lo logré? Le hice entender que cuanto antes resolviéramos el acertijo enmarañado que se erguía frente a nuestras narices, más rápido volveríamos a nuestra vida, al lado de Stephanie, alejándonos para siempre del mal que nunca duerme, el que a veces no nos deja ni respirar.

—Cuando tenía nueve años, una noche de invierno crudo, me escabullí de la cama en busca de un juguete que había dejado olvidado en algún rincón del subsuelo —comentó sin esperar que ondeáramos la bandera blanca— Mientras hurgaba en cada rincón, escuché el sonido de unos pasos en los escalones, por lo que corrí a esconderme detrás de una montaña de trastos apilados.

—¿Va a algún sitio esta historieta?

—Era el taller de mi padre, el sitio donde daba rienda suelta a su hobby, armar pequeñas ciudades en miniatura.

—¿Es arquitecto? —pregunté por ignorante.

—Lo es, sí.

—¿Y por qué te escondiste?

—Era su lugar en el mundo; teníamos terminantemente prohibido aventuraros allí.

—Continúa.

—Traía una bolsa negra en sus manos, parecida a una de consorcio —recordó con la mirada perdida en el horizonte—. La arrojó detrás de los trastos, justo encima de mí.

—Sigo esperando que digas algo coherente —lo apuró Thomas impaciente.

—Cuando apagó las luces y se fue, no pude evitar domar mi curiosidad y desanudé la bolsa que mi padre acababa de descartar.

—¿Qué había? —pregunté más nerviosa que curiosa.

—Ropa.

—¿Para la caridad?

—Llena de sangre, pero no era su sangre, sino la de alguien más.

—¿Qué insinúas?

—Me espanté y salí corriendo. Me metí en la cama, con la frazada sobre mi cabeza, y pretendí olvidar lo que había visto. A la mañana siguiente, cuando me levanté a desayunar, recuerdo una gran conmoción, no solo en casa, sino en toda la ciudad, en toda la nación.

—¿Qué sucedió? —indagué al borde de un ataque de nervios.

—Sofía Potter York fue encontrada asesinada, con todas sus extremidades amputadas, abandonada en un descampado.

—¿Quién es Sofía Potter York?



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En el texto hay: misterio, crimenes, adrenalina

Editado: 22.04.2021

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