Huérfanos de la Oscuridad

Capítulo 3

La policía llegó rápidamente, inundando el orfanato con luces brillantes y preguntas inquisitivas. Davia, Christopher y Green fueron interrogados por separado, cada uno repitiendo su versión de los hechos una y otra vez. Nadie parecía tener una explicación para la muerte de Tolva.

Esa noche, Davia no pudo dormir. La imagen del cuerpo de Tolva clavado a la pared, con sus manos señalando la hora de su muerte, la perseguía en sus pesadillas. Se levantó de la cama y caminó hacia la ventana, observando la luna llena que brillaba sobre el patio trasero.

De repente, vio una figura moviéndose entre las sombras. Era Christopher, fumando un cigarrillo a escondidas.

—¿No puedes dormir? —preguntó Davia, acercándose a él.

Christopher suspiró, exhalando una nube de humo que se disipó en el aire nocturno.

—He tenido peores noches.

—¿Sabes algo sobre lo que pasó con Tolva?

Christopher dudó, mirando a su alrededor como si temiera ser escuchado.

—Este lugar está maldito, Davia. Siempre lo ha estado.

—¿Maldito? ¿Por qué?

Christopher tragó saliva, su rostro pálido a la luz de la luna.

—Hace muchos años, hubo un incendio en el ala oeste. Una de las huérfanas, una chica llamada Anya, quedó atrapada en las llamas. Murió quemada.

—¿Y qué tiene que ver eso con lo que pasó con Tolva?

—Dicen que Anya nunca se fue. Que su espíritu sigue vagando por el orfanato, buscando venganza. Que cada vez que el reloj marca las doce, ella elige una nueva víctima.

Davia sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral.

—Eso es una tontería, Christopher. Son solo historias para asustar a los niños.

—¿Estás segura? ¿No has notado nada extraño? ¿El frío que emana del ala oeste? ¿Los susurros en los pasillos? ¿Las sombras que se mueven en la oscuridad?

Davia recordó el silencio opresivo del orfanato, las miradas furtivas de las monjas, la sensación constante de que algo no estaba bien.

—Tal vez… tal vez tengas razón.

—Yo sé que tengo razón. Y si quieres sobrevivir aquí, Davia, tienes que creerme.

En ese momento, Green apareció en la puerta. Su rostro estaba pálido y sudoroso.

—¡Tenemos que irnos! —susurró—. ¡La Madre Superiora Emely está haciendo algo extraño!

—¿Qué está pasando? —preguntó Davia.

—Está en la capilla, rezando frente al altar. Pero no está rezando a Dios. Está rezando a algo más… algo oscuro.

Sin pensarlo dos veces, Davia, Christopher y Green corrieron hacia la capilla. La puerta estaba entreabierta, dejando escapar una luz rojiza y un olor acre a incienso quemado.

Davia empujó la puerta y se quedó paralizada por la visión que la recibió.

La Madre Superiora Emely estaba arrodillada frente al altar, con la cabeza inclinada y las manos entrelazadas. Pero no estaba rezando. Estaba cantando en un idioma desconocido, una lengua antigua y gutural que erizaba la piel.

En el altar, había una fotografía quemada de una niña. La fotografía estaba cubierta de sangre y rodeada de velas negras que parpadeaban ominosamente.

De repente, la Madre Superiora Emely levantó la cabeza. Sus ojos estaban completamente negros, vacíos de toda humanidad. Su boca se abrió en una sonrisa grotesca que revelaba dientes afilados y amarillentos.

—Bienvenidos, niños —dijo con una voz ronca y gutural—. He estado esperando por ustedes...



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En el texto hay: misterio, terror, terror paranormal

Editado: 11.10.2025

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