Huesos para Adhira

IV

Cuando aparecía un cadáver, Lynch siempre sentía el mismo entusiasmo que cuando había empezado en esas cosas, hacía mas de veinte años. No era una especial ilusión por la muerte, pero sí que le causaba algo de entretenimiento. Y el rostro sin sangre de aquellos niños le divirtió mas que nada.

La mañana había amanecido despejada, cálida. Perfecta para los chavales, que habían salido a jugar a una ría cerca de Hanwell. Tras dejar atrás un pequeño parque, los cinco niños, de no mas de once años, habían decidido alejarse un poco mas de su casa. Nada fuera de lo común, pensó Lynch, recordando que él hacía cosas así a esa edad. Sin embargo, nunca vio un cadáver descender por el río.

El primero que lo vio fue un chaval con el pelo claro, que se había acercado para escupir a ese objeto que no había visto bien. Según decían, tenían una especie de competición a la hora de pasar por ahí. El chaval no se veía mucho y cuando se dio cuenta de que aquello era un lo que era, se escupió en su propia barbilla. Lynch no había podido resistirse las ganas de reír delante de esos rostros pálidos por el miedo. Nada, ahora estaban de vuelta a Hanwell. Aquello solo sería la mejor historia que podrían contar.

A otra cosa.

Lynch se quitó la corbata con movimientos forzosos y la tiró dentro del cochambroso coche que solía conducir. El sol caía sin piedad y sentía que había empezado a sudar. Se paso la mano por la frente para secarse un poco.

A la porra con la corbata. El peor verano que recuerdo.

Habían dejado el cuerpo en una de la orilla del pequeño río, y los agentes procuraban mantener a cierta distancia a los curiosos. En su mayoría eran corredores que se habían topado con aquel tinglado que llamaba a ojos indiscretos. El agua era grisácea y seguramente ningún ser vivo se atreviera a asomarse. Una espuma de mal aspecto se amontonaba en los bordes, como si fuera una baba tóxica.

Lynch volvió a cruzar el cordón policial, viendo como la gente se apartaba a su paso. Su corpulenta figura quizá parecía importante. Tengo que hacer ejercicio, pensó al notar su barriga al agacharse hasta llegar al lado de la forense, que fotografiaba la balsa de madera.

—¿Por qué te has ido? —preguntó la mujer a través de una mascarilla blanca. Vestía un traje de forense, un atuendo de plástico blanco diseñado para no corromper posibles pruebas. Lynch sabía que el agua era sinónimo de pocas evidencias.

—He dejado la corbata en el coche, tenía calor.

La forense soltó un gruñido.

—Métete en este traje y sabrás lo que es tener calor.

Elsey Wood y Knowlton eran compañeros desde hacía diez años, cuando ella había llegado a la comisaría nada mas licenciarse. Para sorpresa del teniente, la tal Elsie había resultado ser una experta forense, y no la novata torpe que esperaba. Ambos compartían el gusto por un extraño humor negro. Cosas del trabajo, se decía Lynch.

Lynch miró a su alrededor mientras la forense se agachaba, preparando su material. Un pequeño tumulto de curiosos se había formado en la otra orilla, aunque unos agentes mediaban para que se alejara unos metros... El teniente suspiró, desde que era agente, jamás había sentido la atracción de olisquear en casos se homicidio que no fueran los suyos.

¿A qué viene tanta inquietud? El muerto no se va a levantar.

Sus ojos se volvieron al pequeño puente. Un viejo Impala del setenta y dos había atravesado la calle y había aparcado con un simple movimiento a unos metros del gentío. El coche era inconfundible.

Por fin viene…

El coche paró a unos metros del puente. La esbelta figura de Edric Dumm se apeó del Impala de un salto. Como siempre hacía se alisó la chaqueta y anduvo recto hacia Knowlton. Pasó entre un par de personas para pasar por la cinta policial se detuvo ante el teniente. Apenas las rozó con sus movimientos gráciles.

—Lo siento, Lynch —dijo sin preocupación, ya miraba de reojo el contenedor de basura que todos observaban—. El despertador se me ha estropeado.

—Da igual —Knowlton también miró el contenedor, pero decidió darle unos segundos a la forense, y, de paso, hacer rabiar a Dumm—. ¿Qué tal anoche? ¿A qué hora os fuisteis del Crikcet’s?

Dumm miró el cauce como si fuera a encontrar las respuestas. Sacudió la cabeza sin saber que decir. Lynch sabía que Dumm podía ser muy listo, era un genio, y mejor agente que cualquiera, pero no sabía beber. Parecía perder las cuentas de cuantas copas se había tomado. Habían sido varias las veces en la que Lynch había tenido que recoger a su compañero y llevarlo hasta su casa. Le gustaba acompañarlo a su casa, pero también le inquietaba la entrada de ésta.

La primera vez que lo había rescatado de una borrachera, Knowlton se había quedado impresionado al ver donde vivía Dumm… y con quien vivía.

—Vamos a ver el cuerpo.

Wood saludó a Dumm antes de señalar el cuerpo. Era raro, eso debía de admitirlo Lynch.



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En el texto hay: asesinatos, misterio, terror

Editado: 05.04.2018

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