Huesos para Adhira

VI

Ansel Plock le indicó el camino a la joven, aún asombrado de la poca vergüenza que había mostrado. Dentro de Covent Garden, el aire acondicionado ya estaba puesto aunque aún no habían —para enfado de los comerciantes— abierto al público. A pesar de ello, Plock suspiro agobiado, no soportaba el anormal verano que estaba transcurriendo.

    Beatrice Dumm le seguía muy de cerca, observando cada recoveco con la mirada atenta. Plock se sentía incómodo junto a ella. Aunque llevaba menos de un mes en la policía metropolitana, ya había oído hablar de la mujer albina que solía ayudar en algunos casos.

  —No viene mucho por aquí, la verdad —había dicho Lynch, uno de los agentes más veteranos, además de superior de Plock—. Pero cuando viene, se hace notar.

    Por lo visto, era hermana de Edric Dumm, capitán de la unidad de Homicidios. Estaba claro que la mujer había utilizado el puesto de su hermano para colarse en la policía, como si tuviera todo el derecho. ¿Acaso se creía que podía mangonearle así como así?

    Seguramente sí, a juzgar por la manera en la que se había colado sin un ápice de vergüenza.

    Ansel estaba a punto de hartarse y echar a la joven, pero se detuvo al llegar a la puerta que llegaban.

    —¿Es aquí?

   Plock asintió. Antes de que pudiera tocar la puerta, Beatrice abrió la puerta y entró sin preguntar.

    Es directa, pensó Plock. Eso le gustaba.

    Dentro, el aire era asfixiante. El aire acondicionado emitía un suave gemido en una esquina, aunque no conseguía aliviar la temperatura. Los ordenadores zumbaban en el suelo. La habitación sin ventanas contenía una serie de mesas donde descansaban varios monitores que emitían en directo y en diferido la señal de las cámaras de seguridad.

    —¡Otra vez! —dijo entre risas la voz de un hombre uniformado de negro, sentado junto a una mesa. Uno de los vigilantes de Covent Garden

    —¡No! Ya lo has puesto tres veces —repuso otro guarda de seguridad, gordo y con el rostro enrojecido de ira.

    Un técnico y el guarda de seguridad de la mesa se reían de algo que salía en la pantalla, algo que enfurecía al otro. El hombre que manejaba el ordenador no debía de tener mas de veinte años.

    Plock carraspeó y los tres hombres dieron un respingo. El más gordo se sobresaltó al ver el cuerpo mortecino de la joven cerca de él; tardó unos instantes en disculparse.

   Plock maldijo entre diente lo que veía. Se suponía que debía haber un agente guardando las cintas. Aunque lo cierto era que nadie parecía mostrar ninguna intención de mancharse las manos con un simple caso de suicidio. El mayor revuelo se debía a que el muerto se había saltado los sistemas de seguridad como si nada.

    Beatrice dio un paso adelante y se acercó al monitor.

   —¿Qué es esto? —preguntó con un tono de voz duro y frío.

   Los guardas miraron al joven técnico, que ladeó la cabeza nervioso.

   —Son las grabaciones de esta noche —la palabra “noche” la pronunció con un tono mas agudo, que corrigió carraspeando—. Iba a guardarlas en una tarjeta de memoria para… la policía.

   Beatrice no lo miró, siguió observando la imagen borrosa de la pantalla.

   —Reproduzca el video —ordenó Plock desde atrás.

  El técnico pulsó una tecla y la imagen se aclaró. Era la vista algo elevada de uno de los corredores principales de Convent Garden. A los pocos segundos aparecía un hombre con chaqueta de tweet Harris que se paraba justo en frente del objetivo de la cámara. Miró a alrededor antes de que apareciera en escena el guarda con sobrepeso.

   El hombre uniformado de la mesa reprimió una carcajada. Plock, que ya había visto las imágenes, también aguantó las ganas de reír.

   La imagen se desvanecía unos instantes, pero se volvió a enfocarse correctamente. Ahora aparecía el hombre de la chaqueta de tweet (el suicida) en el suelo, apoyándose en un macetón. El guarda fue a socorrerlo, pero el hombre lo cogía del antebrazo y lo lanzaba hacia el macetón de un golpe. El guarda caía de boca y se quedaba unos instantes en una extraña posición apuntando con el gran trasero directamente a la cámara. El suicida empezó a correr y desapareció de la imagen.

   —¿No hay mas imágenes? —preguntó la joven.

   El técnico negó con la cabeza.

   —Se metió por un lugar muy poco concurrido, y no pasó por ninguna cámara más.

   Beatrice asintió despacio y se giró hacia el guarda con sobrepeso.

    —¿Dijo algo antes de que le redujera? -quiso saber, sin moverse.

   —No… no creo. Parecía como si estuviera a punto de desmayarse. Sudaba y respiraba mal, así como si le costara.



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En el texto hay: asesinatos, misterio, terror

Editado: 05.04.2018

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