Esa misma noche, una voz me despertó. Parecía que una mujer estaba llorando.
Salí del arbusto de manera precavida.
¿Acaso la llorona también asusta a los gatos?
Cuando vi a la chica, la loca de los gatos, descarté la idea de que se tratara de un fantasma.
La chica estaba sentada frente a la estatua de Bocanegra, mientras intentaba enjugarse sus propias lágrimas con la manga de su blusa. Pero por más lágrimas que limpiara, era en vano, ya que detrás, caían otras más.
Caminé de manera sigilosa, en momentos como estos agradecía tener el cuerpo de un gato, podría caminar sobre papel arrugado y pasaría desapercibido. Me escondí detrás de la estatua para escuchar lo que la chica decía.
— Sé que ya me has ayudado antes, y puede que sea egoísta al pedir tu ayuda otra vez… pero me siento muy sola. Si puedes, enviarme a alguien, a cualquiera que le dé un poco de luz a mis días, te lo agradecería por siempre.
La miré desde donde estaba, ella todavía no se había percatado de mi presencia. Lucía un gesto melancólico que removió mi corazón. Le hablaba a la estatua de piedra como si fuera un dios, un santo que pudiera auxiliarla en su dolor. ¿Qué era lo que había vivido esta chica todo este tiempo?
— Es en vano, ya que ese dios no concede deseos, sino maldiciones — dije con algo de sorna.
La chica se sorprendió un poco y me buscó con la mirada.
Mierda, al hablar en voz alta, la chica había escuchado un maullido en su lugar.
— Ah, eres tú — dijo al localizarme con la mirada —. Tú eres como yo, ¿no? — dijo y sonrió tristemente —. Estás solo en esta plaza.
Entendía por qué lo decía. Ya que me alejaba de los otros gatos, ella pensaba que era un gato solitario. Pero le tengo noticias, no son los otros gatos los que me aíslan, soy yo quien se aleja. ¡¿Cómo podría pasar un segundo de mi día junto a esos estúpidos gatos?! ¡No los soporto!
— Ambos estamos solos — agregó la chica mientras bajaba la vista al suelo con un gesto triste.
¿Acaso esta niña no se da cuenta que no voy a contestarle? No entiendo por qué insiste en hablarle a un gato, si sabe que no puedo hablar su mismo idioma.
De repente, la chica levantó el rostro del suelo y me miró con los ojos bien abierto, como si hubiera encontrado en sus propias palabras la respuesta a todas sus preguntas.
—¡Gracias, Bocanegra! — exclamó feliz.
Gateó un poco en mi dirección y con una enorme sonrisa extendió sus brazos en mi dirección.
— ¡¿Qué te propones?! — le grité cuando vi que sus dedos se cernían sobre mí.
— No tengas miedo, gatito — dijo en cambio.
La chica me levantó del suelo y yo sentí vértigo de inmediato. No estaba acostumbrado a tener las patas sobre el aire. Prefería pisar tierra, segura y estable tierra.
Me retorcí de un lado a otro, intentando que me soltara, pero ella no cedía, incluso me acarició la frente intentando tranquilizarme.
— ¡Eso no va a funcionar, mujer! — la regañé, pero sólo me oía como un gato enfadado.
Incluso, le pegué con mis patitas de adelante, pero sin sacar las garras ya que no quería lastimarla.
Cuando me di cuenta, que por más que insistiera, ella no tenía pensado dejarme ir, desistí en mi intento de escape, lo que pareció tranquilizar a la chica.
— ¿Ves? — me dijo cuando vio que ya no me resistía — No es tan malo.
— Estúpida loca de los gatos — murmuré mientras la chica sonreía feliz alejándose de la plaza, conmigo en brazos.
Y sí, me dejé cargar por ella como si fuera un bebé humano. Por favor, no le cuenten a nadie, moriría de la vergüenza si alguien se enterara que caí tan bajo.