- Estoy escuchando ruidos extraños. -dije.
- Se llaman pensamientos – me respondió mi madre, dejándome abandonada en el monte otra vez.
Así estaba yo, bastante nostálgica, recordando parte de lo que fue mi infancia con un par de coyotes. Muchos dicen que la creatividad fluye mejor por la noche, pero lo único que a mí no me paraba eran la diarrea y los recuerdos. Ya estaba cansada de vivir recordando y no disfrutar nada del presente, pero sabía que la nostalgia me invadía seguido porque no había nada bueno en mi vida y todas esas películas mentales eran lo único que podía distraerme de mi triste y miserable vida. Irónicamente, solo me deprimía más.
"Algún día vas a crecer y vas a entender que todo lo que hago es por tu bien", pero ya tengo 40 años y sigo sin comprender qué bien podía hacerme podar el pasto con mis dientes y comerle las uñas a mi abuela. Lo último sí me gustaba, pero por cuestiones de moral, tengo que negarlo. Así como lo hacen ustedes con sus gustos extraños por ver a una asiática comerse un pulpo a 5 cm de distancia del micrófono y escuchar como masca con la boca abierta. Y si eso les gusta, las uñas de mi abuela tampoco eran un delito, eran uno de los pocos placeres de la vida.
Mi madre, mi madre... A veces me pregunto dónde estará ahora, y si se acordará de mí. Un poco difícil porque fuimos 17 hijos, pero tal vez, solo tal vez, aún se acuerde de su hija.