El café aún estaba tibio en la mesa del pequeño bistró, pero Hugo y Olga ya no necesitaban las palabras para seguir conversando. Habían compartido risas, anécdotas y silencios que se sentían menos vacíos que nunca.
El sonido de la lluvia comenzó a intensificarse, golpeando contra los cristales como un tambor invisible que marcaba el ritmo del atardecer. Hugo sacó su abrigo y ofreció el brazo a Olga, quien lo aceptó sin dudar. Salieron juntos y el aire fresco y húmedo los abrazó de inmediato, fundiéndose con el olor a suelo mojado y hojas caídas
Mientras caminaban por las calles empedradas, sus pasos parecían sincronizarse sin esfuerzo, como si utilizaran un metrónomo. A cada charco que salpicaban, las risas brotaban espontáneas, sin la presión de impresionar, solo la alegría simple de estar allí.
Olga se detuvo y miró a Hugo con ojos que brillaban bajo las gotas que caían sobre su rostro.
—¿Sabes? —dijo en voz baja—, hace mucho tiempo que no me sentía así. Como si alguien entendiera todo lo que llevo dentro sin tener que explicarlo.
Hugo la miró, sintiendo un calor inesperado en el pecho.
—A veces, las palabras sobran. —respondió, acariciando con la mirada el movimiento de su cabello mojado y con su dedo pulgar acariciaba su rostro.
Caminando de nuevo, llegaron a un parque cercano, donde un banco de madera esperaba bajo la sombra de un viejo roble. Sin decir nada, se sentaron uno al lado del otro, dejando que la lluvia fina los cubriera como un manto invisible.
Olga apoyó la cabeza en el hombro de Hugo, y él sintió el latido acelerado de su corazón, pero no dijo nada. No había prisa, ni necesidad. Solo un momento suspendido en el tiempo.
Después de un rato, sin levantar la vista, Olga rompió el silencio.
—Siempre he tenido miedo de mostrar quién soy en verdad a mostrarme transparente sin filtros. Temía que no fuera suficiente. Que mi voz, mis colores, mis sueños, mis locuras, no encajaran en ningún lugar.
Hugo apretó suavemente su mano y dijo:
—Yo también. Pero contigo, siento que puedo ser más que todas esas cosas que creía que me definían. Como si me permitieras liberarme.
Una sombra de tristeza acarició sus ojos por segundos, para diluirse entre la suave lluvia.
Cuando la lluvia bajó su intensidad, se levantaron y decidieron regresar. En el camino, cada uno guardaba un pensamiento secreto, pero ambos sabían que esa tarde había sido el comienzo de algo que ninguno de los dos había esperado.
De regreso en su apartamento, Olga se miró en el espejo del baño, tratando de reconocer su reflejo entre las gotas que caían lentamente por el cristal. Sus dedos temblaban al secarse el cabello, como si una parte de ella aún estuviera afuera, caminando bajo la lluvia con Hugo.
Recordó las palabras que había compartido y sintió que una parte de su muro interior se había agrietado. No por debilidad, sino por la fuerza de haber sido vista y aceptada sin ser juzgada.
Al otro lado de la ciudad, Hugo encendió una pequeña lámpara y abrió su cuaderno de bocetos. Pasó las páginas lentamente, deteniéndose en las líneas que había dibujado mientras conversaba con Olga. Intentó capturar esa mezcla de melancolía y esperanza que veía en sus ojos.
El silencio de la habitación se llenó con el sonido del lápiz sobre el papel, y Hugo escribió unas pocas palabras que sentía como un susurro:
"La belleza de un encuentro es que nos revela partes olvidadas de nosotros mismos."
Luego, cerró el cuaderno con cuidado y se recostó en la silla, mirando hacia la nada. Se permitió sentir sin juzgar, permitiéndose la esperanza, pero también el miedo. Porque ese tipo de conexiones, tan profundas, podían ser también las más frágiles y efímeras.
Durante la noche, Olga no pudo dormir. Se sentó en el borde de la cama, sosteniendo una taza de té que ya estaba fría. Pensó en la libertad de su espíritu, en las cadenas invisibles que aún llevaba y en cómo esa tarde, junto a Hugo, se había sentido más libre, más auténtica.
Sacó una libreta y empezó a escribir:
"Tal vez el mundo no sea un lugar tan grande si alguien sabe escuchar sin juzgar. Tal vez no tenga que seguir escondiéndome."
Sus dedos recorrieron las palabras como si fuera un mapa hacia sí misma, descubriendo rincones olvidados de su alma descubriendo sensaciones que casi había olvidado.
Hugo, a esas horas, estaba en la ventana de su estudio, mirando las luces apagadas de la ciudad. El dibujo de una flor que crecía entre grietas en la acera permanecía a medio terminar. Tomó un sorbo de su café y pensó en lo frágil que era la vida, en las casualidades que la tejían sin avisar.
Se preguntó si Olga sentía lo mismo. Si esa chispa que él sentía era también un fuego para ella.
-Sintió miedo.
Pero no necesitaba respuestas inmediatas. Por primera vez en mucho tiempo, solo quería dejar que las cosas fluyeran.