Humana ¿quieres ser mi mamá?

01: Un lobito fantasma

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Titubeó al ver la pantalla de su celular.

Llamando… Mamá

Ángeles respiró profundamente antes de contestar, deslizó su dedo con cuidado por la pantalla, mientras continúo buscando entre las hojas secas.

—Hola, mami. —Dijo de forma suave, aunque ya sabía lo que venía. Del otro lado, la voz de su madre explotó con la intensidad de siempre.

—¡Por fin! ¿Sabes cuántas veces te he llamado? Dime que no sigues en ese bosque.

—Estoy bien, de verdad. Solo estoy revisando unas cosas con Lolo —respondió mientras avanzaba entre los árboles, cuidando de no pisar raíces resbaladizas.

—No me gusta ese pueblo tan alejado, ni esa cabaña en medio del bosque. No hay señal, ni vecinos cerca, ni nada, solo tu clínica ¿Acaso si realizas consultas? —exclamó su madre del otro lado.

No le resto importancia a las palabras de su madre, sin embargo, decidio obviarlas. —Estoy bien, de verdad. Me hace bien estar lejos de la ciudad, lejos de… —Trago grueso. —De todo eso.

El silencio se coló por algunos segundos entre ambas. No era necesario decir más, su madre sabía que era "todo eso" significaba: La traición de su mejor amiga y su prometido, el día que se casaron su vida se quebró, las dos personas que amaba la destruyeron.

Ángeles detuvo el paso, cerró los ojos por un segundo. El aire olía a tierra húmeda y hojas mojadas, aclaró su garganta y prefirió cambiar de tema. —Lolo y yo, estamos retirando algunas trampas ilegales en la parte norte del bosque.

—Ese muchacho, siempre tan protector contigo. Me da paz saber que está cerca, pero sigo creyendo que irte es una locura, más sin decirle a nadie. Sin enfrentar...

—No quiero hablar de eso —interrumpió Ángeles con más dureza de la que pretendía. Bajó el tono inmediatamente—. Solo necesito estar lejos, mami. Necesito pensar, respirar y volver a mí. Además, mami, aquí necesitaban una clínica veterinaria.

—Volver a ti no significa huir, hija, te aplaudo ese amor que le das a los animalitos, pero te extraño princesa de mami.

Ángeles cerró los ojos, se le nublaron, ella sabía que no escapaba, sino era supervivencia.

—Te llamaré mañana, te amo mami, besos a papá y a nena.

—Te amo mi doctora gatitos… —Su rostro se iluminó al escucharla y cerró la llamada.

—¿Qué decía la jefa suprema? —preguntó Jeremías desde unos metros más adelante, donde acababa de agacharse para revisar algo entre la maleza.

—Lo mismo de siempre. Que estoy loca por venirme a vivir aquí en medio del bosque, que te quiere por ser mi amigo y sé que piensa que algún oso me va a tragar.

Jeremías rio por lo bajo, sacando una trampa metálica del suelo con cuidado.

—Técnicamente, los osos de esta zona están en letargo. Así que lo más probable es que te devore una hormiga antes que un animal salvaje.

Ángeles frunció el ceño al ver la trampa oxidada.

—¿Cuántas van hoy? —Pregunto con el corazón palpitando con fuerza.

—Siete y esta tiene sangre seca.

El silencio entre ambos se volvió más denso.

Ángeles sintió un nudo en el estómago mientras se agachaba para ayudarle, odiaba la forma en que la trampa parecía haber sido colocada con precisión para atrapar algo grande.

El bosque estaba húmedo, la palabra correcta era; enrarecido.

Las trampas oxidadas y crueles asomaban entre las hojas mojadas, algunas con restos de sangre seca. Ángeles siguió desmontando las trampas con cuidado, mientras Jeremías llamado de forma cariñosa Lolo, le pasaba las herramientas.

—Detesto estas trampas, es como si no les importará que haya vida aquí. Solo quieren cazar por deporte. —La voz de Ángeles se convirtió en un susurro molesto.

—Lo hacen por las pieles, aunque sea ilegal siguen viniendo aquí a cazar.

El cielo estaba oscureciendo con rapidez y algunos rayos cruzaban las nubes como una advertencias de lo que se apróximaba.

—Debemos volver —dijo Lolo—. Se viene tormenta.

Ambos miraron el cielo entre los árboles, se tornó gris y el lugar oscuro.

—Un metro más y nos vamos. —Dijo suplicante.

Jeremías asintió y le ayudó, se aportó un poco para que ambos abarcaran mayor tramo hasta que iniciaron a caer un par de gotas de lluvia.

—Ángeles —llamó Jeremías.

Pero ella no se movió, se quedó mirando hacia lo profundo del bosque, un lugar donde la luz parecía no alcanzar sintiendo por un instante, que algo o alguien los observaba.

Ella parpadeó y lo siguió en silencio de regreso al auto. Las gotas comenzaron a caer, eso solo significaba que su noche sería larga y un amanecer atareado.

Se despidió de Lalo y horas después la lluvia caía de forma implacable, golpeando las ventanas con fuerza mientras los truenos rasgaban el cielo del pequeño pueblo.

Ángeles terminó de cerrar su clínica veterinaria y fue a verificar a sus dos pacientes hospitalizados. —Hola pequeña. —Miro a la pequeña ardilla que rescato el día anterior, tenía una patita lastimada, estaba comiendo sin moverse. —Ya estás mejorando cariño. —dijo deslizando sus dedos a través de la rejilla y su voz alertó a la gatita que estaba un poco más lejos.




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