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Esa sensación de incertidumbre no abandonó su cuerpo durante la madrugada y tenía en su corazón una sensación de calidez, pero su estómago refleja el cúmulo de nervios que esa “Pesadilla” despertó en lo más profundo de su ser.
Quería llamarlo por ese nombre, pero en el fondo temía que si respondiera y la dejara peor que antes.
¿Qué debía hacer? ¿Era un lobo de esos que salen en las películas de fantasía? No podía ser, eso es humanamente imposible y ese sueño la dejó excesivamente paranoica ¿Pero por qué no se atrevía a llamarlo por ese nombre del sueño?
Se sentó en el borde de la cama, con los pies descalzos sobre la alfombra, mientras el cachorro dormía a su lado como si nada hubiera pasado.
—Es solo un nombre —se dijo en voz baja, pero la palabra quemaba en la punta de su lengua.
Ángeles se frotó los brazos:
Kael
No lo pronunció, solo lo pensó.
Sin embargo, al hacerlo, el cachorro movió una oreja y emitió un sonido suave que hizo que su corazón se encogiera. Lo miró y contuvo el aliento.
El pequeño abrió un ojo.
Su color era azul, tan azul que por un momento Ángeles sintió que tal vez ese sueño no era un simple sueño. Puesto que se sintió observada desde dentro, su abuela decía que los ojos son el reflejo del alma y sin duda, él tenía una muy hermosa.
—Eres un bebé lobo, no un príncipe —murmuró nerviosa, tratando de convencerse. Levantó las dos orejas y caminó hacia ella, pero soltó un aullido lastimero al lastimarse su patita vendada.
—¿Te dolió, amor? Vamos por analgésicos antes del desayuno, Lolo vendrá en menos de dos horas. Hoy no me quedé dormida, bueno casi no pude dormir después de ese extraño sueño.
Cuando lo acuno en sus brazos Kael le dio un lametazo en su rostro con amor y Ángeles se carcajeó olvidando la tensión de sus hombros y su paranoia momentánea.
Era como si ese cachorro supiera exactamente cuándo calmarla.
—No muerdas a Lolo, es mi amigo ¿Si? —le dijo al pequeño mientras lo mecía suavemente mientras bajaba las escaleras descalza y el cachorro se acomodó en su pecho ignorando su petición.
Ángeles dejó a Kael sobre la camilla de emergencia, le acarició la cabeza con delicadeza.
—Solo será un momento, tesoro. Voy a revisar esa patita.
Abrió un cajón y busco una jeringa sin aguja, gasas esterilizadas y un pequeño frasco de vidrio con tapa hermética. El analgésico que usaba para animales pequeños ya estaba listo en el refrigerador.
Con movimientos suaves, aplicó una pequeña dosis en la boca del cachorro. —Esto es para que no te duela más. —No desvió el hocico. —Eres un pequeño bien portado, el más tranquilo de todos mis pacientes. —susurró
Observó su herida ya cerrada casi por completo.
—Lo has hecho muy bien, eres tan valiente y fuerte. —Rasco sus orejas. —Limpiaré un poco, disculpa si duele. —Kael soltó un chillido suave que la conmovió de inmediato. Volvió a cubrirlo con una venda y sin más lo tomó en sus brazos. —Gracias por cooperar… —murmuró. —Más tarde vengo por ti, hoy debo liberarte Ardí. —Dijo mirando a la ardilla.
Ángeles fue por su ducha e higienización diaria, busco entre sus cosas y encontró una cómoda cama para el cachorro bonito de ojos azules, le dejo varios juguetes a su lado mientras ella preparaba chocolate y comida saludable para el lobo.
Sonrió al verlo morder los juguetes, ese cachorro había traído más que compañía a su vida.
Se atrevió a preguntarle.
—Dime hermoso ¿Te llamas Kael? —preguntó usando un tono de voz apenas audible.
El cachorro detuvo lo que hacía y ladeó la cabeza y una brisa rara se coló por la cocina, aunque no había ventanas abiertas y eso fue suficiente para helarle la sangre.
—¿Kael? —susurró con los ojos fijos en él y movió su cola y sus orejas respondieron, ella debió sentarse y tomar de la taza. —Entonces si eres Kael ¿Te vas a transformar? —Esto si lo ignoro, el pequeño siguió jugando.
—No seas tonta Ángeles, es solo un cachorro que por la tormenta se extravió y vino a ti. —El pequeño bostezo y cerró los ojos, pero ella no pudo dejar de verlo, su corazón palpitaba muy rápido y en el fondo sabía que ese sueño no lo había sido, pero prefería seguir mintiéndose.
El sonido del timbre rompió el silencio que se había instalado en la casa. Ángeles dio un respingo, miró la hora: Lolo siempre era puntual.
Abrió la puerta, encontrándose con su amigo, sonreía, como siempre, pero hoy traía compañía.
—¡Buenos días, dormilona! —dijo con su tono burlón de costumbre. —Traje refuerzos, como prometí. Mi hermano Iván.
El hermano de Lolo y él no se parecían, uno tenía el cabello oscuro y el otro castaño rojizo y sus ojos eran del mismo azul que los de Kael, aunque menos intensos. Ángeles sintió un escalofrío. ¿Sería solo su paranoia?
—Mucho gusto, Ángeles —saludó Iván, ofreciéndole la mano con amabilidad. —Me alegra ponerle rostro a la doctora forastera de la que tanto habla mi hermano.