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El viento olía a mentiras, traición e hipocresía.
No había dormido en días, aunque Fiona insistió que descansará, se negó rotundamente, regresó a la manada con la esperanza de que todo fuera una mentira, una broma de mal gusto y anhelo encontrar a su hijo en la habitación, pero no fue así.
En su lugar, encontró a Fiona recogiendo las cosas de su hijo como si tuviera el derecho de hacerlo. Lo dejó pasar, no por gusto, ni era ciego y tampoco tonto.
Volvió a su búsqueda, habían transcurrido seis noches y cinco días sin tener éxito. La noticia había corrido como humo, pese a que él no deseaba que se supiera, la información se filtró a sus enemigos, ahora ellos también buscan a su hijo para chantajearlo y él hizo de esto un caos violento.
Todo el personal estaba siendo investigado, cada lobo que tuvo contacto esa noche con su hijo quedó deshecho, por bien o por mal su ineptitud los hacía culpable.
Tharne avanzaba entre los árboles con los sentidos agudizados y cada rama que crujía bajo sus botas era una advertencia, sin embargo, el eco de su presencia avasalladora era lo único que se escuchaba, por primera vez, el bosque, ese que consideraba su bosque, se negaba a responderle.
No era natural que el espíritu del bosque despertara y no le diera ni una pista, tal como lo pidió, como la necesitaba y lo suplicaba. Los árboles hablaban en susurros para los que sabían escuchar, pero aquella noche sus voces estaban apagadas, el musgo húmedo no le brindaba señales.
No encontró una hebra de su pelaje.
Ni una huella fresca.
Tampoco encontró el olor de su hijo, nada que pudiera llevarlo hasta él.
El lobo dentro de él aullaba de frustración y se sentía indignado por su propia ineptitud, la furia burbujeaba desde dentro desgarrando su pecho con una urgencia que rozaba la sensatez.
No solo eso, con cada paso que daba, la culpa pesaba más, intentaba reformular lo sucedido, pero nada le cuadraba, nada tenía sentido.
—Dame algo... —Susurró al aire. —Lo que sea —Soltó un suspiro pesaroso. —Por… favor. —Pidió con anhelo para que el bosque pudiera apiadarse
Pero no obtuvo respuesta, al contrario, la neblina se cerraba a su alrededor como un castigo.
Era como si la tierra lo juzgará y como si los viejos espíritus que custodiaban ese lugar hubieran decidido que él no era digno de encontrar lo que había perdido.
Porque no solo había perdido a su hijo, sino también a la madre del niño. Tharne se arrodilló, presionando su mano contra el suelo húmedo.
—¿Dónde estás, mi pequeño? —gruñó, cerrando los ojos. Llamó al vínculo que los unía a ese hilo invisible que ataba a los suyos a su manada, pero no sintió nada.
Su cachorro estaba vivo, lo sabía, en su corazón lo sentía. Pero alguien o algo había borrado su rastro del mundo como si nunca hubiese existido ¿O acaso su hijo no quería volver?
Y entonces el aire cambió.
El crujido no venía de una criatura cualquiera, el bosque se tensó, a su derecha emergiendo de entre la niebla, Nox tomó forma, algunos decían que era el espíritu del abismo. Otros, una bestia antigua que custodiaba los caminos que no debían abrirse. Era más sombra que carne, y, aun así, cuando abrió sus ojos, los cuales eran rojos como brasas, la tierra pareció inclinarse a su voluntad.
—No me falles ahora —susurró Tharne, poniéndose de pie.
Nox no hablaba con palabras, pero su presencia lo empapó todo.
“El cachorro eligió una senda fuera del linaje.”
La voz se formó en su mente como un eco lejano, como un rugido bajo el agua.
—¡Él es mío! ¡Mi sangre! —espetó Tharne, los ojos brillando con rabia. —Mi hijo, el heredero de la manada.
“Pero ya no te pertenece.”
El aire se volvió gélido.
“No mientras el bosque lo proteja.”
Tharne apretó los dientes, eso no lo esperaba, dio un paso hacia la bestia, pero las raíces a su alrededor se agitaron como serpientes, advirtiéndole que no cruzara el límite.
—¿Quién lo tiene? —pregunto furioso.
“Una mujer de carne débil, pero de alma tan fuerte que no tiene miedo de defenderlo. No lo robó, él quiso acercarse y ella le salvó la vida, tampoco podrán romper el vínculo que se formó, ella no te lo entregará”.
Tharne sintió que algo se quebraba dentro de su pecho. ¿Una simple humana había logrado cuidarlo? Eso parece más imposible que su propia existencia.
—Claro que me lo entregará, es mi hijo. ¿Dónde está? ¿Dónde la encuentro?
Nox no respondió.
Al contrario, su forma se disolvió como humo, y en el lugar donde estuvo, quedó solo un resplandor plateado sobre el suelo y una huella diminuta apareció como un regalo, era de un cachorro intentando sostenerse.
Tharne cayó de rodillas frente a ella, por fin un camino. El viento cambió, se volvió suave y cálido, como si el bosque accediera mostrar el rastro, camino ansioso, pero solo se encontró con el río de agua helada llena de rocas.