CAPÍTULO 14- Daniela, la tercer elegida.
Daniela Ranmo era una chica de tan solo 16 años que vivía en un pueblo normal, con una vida normal. No había nada que la distinguiera de los demás, ni siquiera su belleza natural la distinguía, pues en su mundo la mayoría de personas son hermosas.
Ella era una más en ese mundo. No vivía en la pobreza, pero tampoco era rica. Su familia era de clase media, y tenía todo lo necesario para vivir cómodamente. No vivía con depresión o dolor, pero tampoco era feliz. Solo estaba viva, y eso le aburría, pues solo vivía por vivir, sin sentir emoción alguna. No tenía sueños, ni metas, ni pasiones. Solo seguía la rutina de ir a la escuela, hacer las tareas, comer, dormir y repetir. Quería algo más, algo que le diera sentido a su existencia. Lo que no sabía era que pronto su deseo se haría realidad, de la forma más inesperada.
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Tiempo atrás.
Daniela caminaba por la calle junto con un amigo de la escuela, que en realidad no era más que un conocido. No tenía verdaderos amigos, ni siquiera alguien que le gustara. A Daniela le atraían las mujeres, pero eso lo ocultaba por miedo al rechazo. Así que fingía ser "normal", como todos. Se llevaba bien con sus compañeros de clases, pero no tenía una conexión profunda con ninguno. Se reía de sus bromas, pero no las encontraba divertidas. Se interesaba por sus vidas, pero no le importaban realmente. Era una máscara que usaba para encajar, pero que no reflejaba su verdadero yo.
—Otro día aburrido en la escuela.- Dijo Daniela, suspirando, mientras caminaba por la acera.
—Oye, ¿quieres ir a dar un paseo conmigo?- Le propuso el chico, con una sonrisa nerviosa. Era uno de los más populares de la clase, y muchos lo consideraban guapo, y considerando que la mayoría de personas son hermosas, que sea considerado guapo era algo simplemente increíble. Tenía el cabello rubio, los ojos azules y una sonrisa perfecta. Pero a Daniela no le atraía en lo más mínimo.
Daniela sabía que él estaba interesado en ella, pero no sentía nada por él. Así que lo rechazó educadamente.
—No puedo, gracias. Tengo que hacer unas cosas en casa.- Mintió Daniela, con una sonrisa forzada.
—Está bien. Cuídate. Adiós.- Dijo el chico, decepcionado. Se notaba que esperaba una respuesta diferente. Tal vez una invitación a salir, o una muestra de afecto. Pero Daniela no podía darle eso.
Daniela se alegró de que no insistiera. No quería herir sus sentimientos, pero tampoco quería darle falsas esperanzas. No quería salir con él, ni con ningún otro chico. No le gustaban los chicos, le gustaban las chicas. Pero eso era un secreto que guardaba con todo su corazón. En su mundo, la homosexualidad era mal vista, y podía traerle problemas. Así que prefería ocultar su orientación sexual, y vivir una vida solitaria.
El chico se despidió con la mano y se fue por una esquina. Daniela lo vio alejarse, y sintió un vacío en el pecho. No por él, sino por ella misma. Por no poder ser quien era, por no poder amar a quien quisiera, por no poder ser feliz.
—¿Paseo? Que aburrido.- Pensó Daniela, mientras seguía su camino. No le apetecía ir a ningún lado, ni hacer nada. Solo quería llegar a su casa, y encerrarse en su habitación.
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Minutos después.
Daniela llegó a su casa y abrió la puerta con su llave. Era una casa modesta, pero acogedora. Tenía dos pisos, tres habitaciones, un baño, una cocina, una sala y un comedor. Era el lugar donde Daniela había crecido, y donde vivía con su madre y su hermano menor. Su padre había muerto cuando ella tenía 10 años, en un accidente de tráfico. Desde entonces, su madre se había hecho cargo de la familia, trabajando como enfermera en el hospital del pueblo. Su hermano tenía 12 años, y era un niño alegre y travieso, que le hacía compañía a Daniela cuando estaba en casa. Pero ahora no estaba, había ido a jugar fútbol con sus amigos.
—Ya llegué.- Dijo Daniela, al entrar en la casa.
Cerró la puerta y se encontró con su madre, que estaba en la sala. Estaba sentada en el sofá, leyendo una revista. Era una mujer de unos 40 años, pero que aparentaba menos. Tenía el cabello castaño, los ojos verdes y una figura esbelta, igual que Daniela. Era una mujer hermosa, y bondadosa. Quería mucho a sus hijos, y hacía todo lo posible por darles una buena vida. Pero también era una mujer conservadora, y no aceptaba la homosexualidad. Daniela lo sabía, y por eso nunca le había confesado su secreto.
—Hola, hija.- Dijo su madre, con una sonrisa. Era una sonrisa sincera, pero también cansada. Su madre trabajaba mucho, y a veces se le notaba el estrés.
—Hola, madre.- Dijo Daniela, sin entusiasmo. No era que no quisiera a su madre, pero tampoco sentía una gran conexión con ella. Había muchas cosas que no podía compartir con ella, y eso las alejaba.
Dejó su mochila en el suelo y usó sus poderes psíquicos para servirse comida en un plato. En su mundo, todos tenían poderes psíquicos, de diferentes tipos y niveles. Daniela tenía el poder de la telequinesis, que le permitía mover objetos con la mente. Era un poder común, y no muy fuerte. Podía levantar cosas pequeñas y ligeras, pero no más. No era un poder muy útil, pero le servía para hacer algunas cosas más fácilmente. Tiene otros dos, pero el que mejor sabe usar es la telequinesis.
Se sentó en la mesa y empezó a comer. Era una comida sencilla, pero nutritiva. Un plato de arroz con pollo y verduras, y un vaso de agua.
—¿Y cómo te fue en la escuela?- Le preguntó su madre, intentando hacer conversación. Era una pregunta habitual, que siempre le hacía cuando llegaba a casa.
—Aburrido, como siempre.- Contestó Daniela, con desgano. No le gustaba la escuela, ni las materias que estudiaba. Le parecían aburridas e inútiles. No le interesaba aprender sobre historia, geografía, matemáticas, ciencias, idiomas o arte. No le interesaba nada.
Editado: 09.10.2024