Le temblaban las manos, pero su cuerpo yacía casi inmóvil sobre aquel suelo alfombrado. A pesar de que siempre lo había sentido tan cálido y suave, ahora se sentía frio y espinado bajo sus rodillas.
Paralizada, tomó aquella carta apretando sus ojos, negándose a ver aquella realidad. Se sentía profundamente avergonzada, pero sobre todo tenía miedo, no podía creerlo. Una vez que abrió los ojos, aquellas palabras se burlaron de ella. Se le revolvió el estómago.
Alejó de su cuerpo, solo un poco, aquél papel, cuando notó sus lágrimas enfrentándose a una batalla contra él, queriendo acabarlo, deshacer cada letra. Si no la necesitara tal vez lo hubiese permitido, pero ahora no podía tomarse ese lujo, aquella escritura contenía más de lo que ella hubiera podido imaginar algún día. No podía perderla, no sin antes saber si volverían a encontrarse, no hasta que lo haga.
Y cuando aquél infierno quemaba a Ivy desde a dentro hacia afuera, fue que él, con un poco de cielo dio esperanza rozándole el hombro. Ella lo miró con los ojos rotos, y él la abrazó recogiendo sus pedazos.
Pero ambos sabían que eso no sería suficiente, nunca más lo sería. No cuando Ivy sostenía entre sus manos algo tan peligroso como para revelar el paradero de aquella persona que había desaparecido. Y eso es algo con lo que juró en ese preciso momento enfrentar, se haría cargo, porque nadie más lo haría, porque quizá nadie más podría.
Aquellas vacaciones de verano lo habían cambiado todo.
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