Las vibras Californianas impregnaban el ambiente esa mañana. Los rayos del sol se colaban a través de los fragmentos descubiertos de la ventana, aquellos que se escapaban de entre las grandes cortinas de cáñamo. Pintando de dorado la habitación. Uno de ellos se encontró con el rostro de Ivy, acariciándolo con su luz, hasta que ésta despertó, abriendo sus pares de ojos color marrón.
El paso de los días habían transcurrido a gran velocidad. Si bien ella extrañaba con regularidad su hogar y a su madre sobre todo, comenzaba a sentir en su interior la sensación de estar en casa y encajar cada vez más.
A cada paso de los días tomaba más cariño a su tía y a su prima, e incluso a Tahiel. Había descubierto que él vivía en la casa de al lado y que su madre era la mejor amiga de Cinthia, y que ésta era considerada casi como una segunda madre para él. Desde niño, por algún motivo en especial, cualquiera que fuera, pasaba con frecuencia los días en la casa de ella volviéndolo uno más de la familia. Uno de esos fue el motivo por el que comenzaron a pasar el tiempo todos juntos, pero no era la única razón, ya que realmente una amistad estaba comenzando a sembrarse entre ellos de a poco.
En esos días Ivy había recorrido, con él y su prima, el centro comercial, algunos lugares turísticos, maravillándola aún más con el lugar. Pero todavía no conocía la playa, siempre que estaban por ir ella lo evitaba, o ponía alguna otra excusa para realizar otra cosa. Temía el verse obligada a usar traje de baño aún, tan solo decía que no era el momento.
Ivy estiró sus brazos hacia arriba desperezándose. Pronto se levantó algo emocionada a desayunar. Era viernes a la mañana. Al día siguiente vendría su amiga, así que se encontraba particularmente de buen humor, aunque debía de reconocer que sin Dennis tampoco lo estaba pasando mal. Llegó al comedor y se encontró con Tahiel y su prima desayunando, el sonrió al verla y acercó con una de sus manos las galletas, que preparaba su madre, al lugar en donde se sentaba Ivy. Ella rió y se sentó junto a ellos.
Era increíble como con tan poco tiempo se estaba acostumbrando a todos, conociendo cada una de sus particularidades.
A la hora del almuerzo Cinthia avisó que no se encontraría en casa y que se tenían que arreglar sin ella. La heladera estaba repleta de comida, pero a Molly se le habían antojado unas hamburguesas así que Tahiel quiso consentirla y se dirigieron los tres al supermercado más cercano después de desayunar.
Al llegar él hizo subir a Molly en el carrito de las compras aunque no lo necesitaran, ya que no comprarían demasiadas cosas, pero ella supo que lo hizo para darle el gusto a Molly. Comenzaron a andar mientras reían por una broma que él dijo hasta que Ivy se quedó paralizada. Con la mirada fija en el pasillo, mejor dicho en alguien que se encontraba ahí.
Un hombre algo descuidado y desgarbado se encontraba, con una barba que no había sido afeitada en por lo menos una semana. Lucía bastante cansado, pero a pesar de ello seguía siendo casi el mismo, perfectamente reconocible. Ella sintió que no podía hablar, y que el aire comenzaba a escaparse de sus pulmones. Sentía sus piernas flaquear, luchaba con todas sus fuerzas para no perder la compostura. Hasta que hoyó la voz de Tahiel y luego la de Molly, haciéndola reaccionar.
— ¿Estás bien?— Tahiel se detuvo preocupado.
A la vez Molly la miró asustada exclamando — ¡Ivy! ¿Ese no es tu papá?
Esto último hizo voltear al señor del pasillo, quien no hizo más que mirar a Ivy con estupefacción. Parecía que sus ojos se iban a salir de sus órbitas como una caricatura. Parpadeó y aparentemente entro en una especie de pánico, llegando a escapar del lugar donde se encontraba, abandonando su carro lleno de productos en el medio del pasillo. Pronto vieron como se dirigió a la salida hasta desaparecer.
Luego de esto nadie dijo nada al respecto. Realizaron el resto de las compras en un sepulcral silencio. Ella agradecía que nadie le preguntara cualquier cosa, porque no sabría qué decir.
Al llegar a la casa ella se dispuso rumbo a su habitación. Su estómago estaba completamente cerrado, no quería comer nada. Solo deseaba estar sola. Y una vez que se arrojó a la cama esperó las lagrimas, pero éstas no llegaron. No estaba triste. Estaba absolutamente enojada. Verlo por primera vez en su vida no le había causado más nada que resentimiento.
Sentía un gran enfado por que él había desaparecido, por haber dejado a su madre rompiéndole el corazón de una forma tal, que ella nunca más lo abrió para alguien más. Porque él nunca había aparecido, nunca estuvo presente, y por haber salido de aquel lugar cobardemente, sin siquiera tener el descaro de saludar.
Pronto se escucharon dos suaves golpes a través de la puerta.
—Puedes pasar —murmuró Ivy.
Tahiel solo asomó la cabeza por la puerta — Solo quería decirte que hoy a la tarde iremos a la playa.
Ivy estaba cansada de luchar en su contra, estaba tan agotada que ni si quiera pudo pensar en una excusa, y en aquél momento no cabía espacio para su timidez. Así que solamente murmuró un “está bien”, Tahiel sonrió y cerró la puerta con cuidado.
[…]
A las cinco de la tarde, luego de despertarse, Ivy preparaba su mochila con nerviosismo. La playa era algo que siempre deseó conocer pero le intimidaba el hecho de tener que ir con Tahiel usando solo un bañador. Siempre le había incomodado estar en traje de baño, y mostrar tanta piel de su cuerpo. Su cuerpo era delgado, se ensanchaba bastante en las caderas, pero no tenía demasiado busto, muchos lo consideraban demasiado poco para alguien de su edad. Dándole un aspecto demasiado infantil de la cintura para arriba según su prima. Siempre trataba de ocultarlo con remeras sueltas, tratando de disimular su figura. Nunca usaba ropa ajustada, pero el traje de baño no le dejaba muchas opciones.