Humor y horror en la calle 69

Películas clase B

Fabricio Piña estaba pasando un mal rato.

Era, desgraciadamente, nueve de febrero. Y como en muchas películas de clase B que nunca alcanzarían cubrir sus gastos en taquilla, no tenía regalo para su novia.

Aunque ello no fuese del todo cierto, pues sí tenía un regalo. Unos cuantos, en realidad.

Un peluche de dos metros, tres cajas de chocolate, un CD con las canciones que ambos se dedicaban entre sí, ocho fotos editadas y enmarcadas en corazones y nubes sonrientes además de una carta mal escrita y firmada por él. Su bolsillo se había vuelto el equivalente a un hoyo negro que suponía nunca llenaría mientras tuviese pareja. El precio de la felicidad, básicamente.

Claro que, la inversión valía la pena. Mary era su oasis en un desierto de mujeres áridas e insípidas de cabezas con más aire que su cartera, no existía regalo en el universo que se hiciese valer ante ella. Era ése, y no otro, el problema; nada de lo que había comprado era lo suficientemente perfecto y todo lo que podría considerarse meramente ideal estaba fuera de su alcance económico.

Una completa tragedia.

—Componle una canción —dijo Eunice, frunciendo el ceño. Como si fuese tan fácil.

Esa fría tarde de lluvia estaba en el apartamento de su no-mejor amiga, porque Fabricio no creía en los mejores amigos, durmiendo en su cama junto al perro. Una imagen demasiado lastimera como para no tomarle cinco o seis fotos y llorar al verlas. Faltaba menos de una semana para San Valentín y estaba reconsiderando las bendiciones de la soltería. Fabricio sabía que en algún momento la fiebre pasaría y la madrugada del catorce su cerebro se apagaría para dar paso a la inminente resignación, como era habitual en su vida.

El perro apoyó su largo hocico sobre su trasero y resopló, su dueña también lo hizo.

Resoplar, claro está, no apoyar su cara en trasero ajeno. O propio.

Estaba anocheciendo rápidamente y ninguna idea había florecido en su cabeza. Tal vez luego de comer se le ocurriría algo, pensar con el estómago vacío no era lo suyo. Podrían incluso salir a cenar y poner a prueba eso del cambio de escenario y la inspiración. Nueva tesis, una mención publicación en progreso.

—Estás delirando —comentó Eunice mirándolo desinteresada por encima de la pantalla de su teléfono—, estoy llamando a Óscar para que pase a buscarnos. Vamos a comer pizza o algo.

—Quiero morir —dijo Fabricio, su voz ahogada por la almohada bajo su cara.

—Puedes ponerle anchoas adicionales, es lo mismo.

Siguió lamentándose hasta que Óscar pasó por ellos, sin fuerzas para defender a las anchoas en todo el camino.

—Ponle lo que quieras —comentó Óscar no tan pendiente del camino como debería—, mientras tenga triple queso me da igual.

A medio trayecto, empezó a llover. Usualmente le gustaba el gris paisaje producto de la lluvia pero estaba tan profundamente perdido en su desesperación que sólo podía rogarle al cielo que las buenas ideas fuesen parte de las opciones para toppings del menú.

Fabricio se distrajo medianamente con la música sin gusto que Eunice ponía en el reproductor, la cual sacaría de sus casillas a cualquiera, y con el extraño chirrido que salía del maletero. Supuso que sería cualquier defecto que uno ignoraba en Venezuela, ya que tanto ir al mecánico como conseguir los repuestos automovilísticos uno mismo era impensable.

El chirrido aumentaba y se dio cuenta que no venía del maletero, sino de un poco más abajo. Los neumáticos.

—¿Qué rayos le pasa a tus cauchos? —preguntó Eunice a Óscar, dándose cuenta de igual manera.

Óscar rio nerviosamente y se rascó la nuca con una mano, —¿El de atrás? Está reventado.

Qué.

—Qué —exclamó apropiadamente Fabricio. Su indignación reflejada en el rostro de su amiga mientras ambos observaban a Óscar perplejos. El muchacho se limitó a ajustarse los lentes y a encogerse de hombros, no quedaba de otra.

Fabricio se dejó caer más en el asiento trasero, en un intento de hundirse más entre los cojines y desaparecer. El lado bueno era que si moría esa noche no tendría que enfrentar el día de San Valentín, donde además de morir quedaría humillado de por vida, marcado, ultrajado y traumatizado.

Y soltero.

—Estar soltero no es tan malo —le comentó Eunice meses atrás—, Óscar lleva un buen tiempo más solo que el número uno y mira lo bien que le va.




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