Son las 2:35 de la mañana y yo estoy sentado en el sofá de la terraza con una cuaderno arrugado en el regazo, escribiéndote.
Hace frío, el otoño ya casi está en el final de sus días, y lo único que llevo puesto son unos pantalones cortos de chándal y una camiseta con el logo amarillo de Nirvana. Esa que tanto te gustaba y que más de un vez me habías robado.
Y la misma que tenía el día que nos conocimos.
¿Lo recuerdas, verdad?
Claro que lo haces, una vez dijiste que había sido el mejor día de tu vida.
Que te quedaste perdida por mi mirada y mi sonrisa.
Que pensaste que yo era el chico más guapo del mundo.
Ahora me rio al recordar ese día.
Porque lo que pensé yo al verte fue que eras un pobre e ingenua ilusa que podía manejar a mi antojo.
Y, mira, no me equivoqué.