Huyendo al Cucaani

Capítulo 4: La caza

No les dije, pero las tres: Isabel, María Josefina y yo habíamos participado de aquella reunión en Barrio Obrero. Habíamos ido sin comentárselo a nuestras familias.


Ya terminada la carrera de Agronomía, nuestro objetivo con Majo era encontrar trabajo. En mi caso presenté mi carpeta a 12 empresas del sector agropecuario, así como también concursé por el cargo de técnica agrícola en 3 entes públicos. Nada salía y con esto del Covid todo iba de mal en peor. María Josefina podía esperar, su familia era pudiente. Mi caso era distinto, tenía que trabajar lo antes posible. ¡Tantas deudas que pagar tras la tesis!


Asistí a varias entrevistas laborales en formato virtual. En más de una ocasión me percaté de que los llamados eran para completar lista nada más, ya tenían a un candidato preseleccionado, tal como suele ocurrir con los llamados a licitaciones. Solamente convocan para documentar que hubo una supuesta competencia, sin embargo, por debajo de la mesa -me daba cuenta- ya estaba todo cocinado.


No militábamos en el partido de Gobierno, en consecuencia, todo era sumamente difícil para nosotras, hasta por poco respirar costaba. Una situación dolorosa que nos hacía pensar si habría valido la pena haber gastado y estudiado tanto para culminar la carrera. Realmente, empezaba a deprimirme cuando por fin faltaba solo unas semanas para que volemos con María Josefina a Perú. En ese momento me prometí a mí misma que, luego de estas merecidas vacaciones, iba dedicarme a emprender en un trabajo que hace tiempo lo tenía en la mente, me tocaría iniciar de cero, pero yo sería mi propio jefe y ya no estaría rogándole a nadie por decirlo así.


- Por ahora, a dejar pasar el tiempo, me dije tratando de consolarme.

 

Una tarde aquellas de junio estaba en casa, cómodamente sentada en el sofá, cuando tomé el control y encendí el televisor. Las noticias sobre la expansión del virus eran trágicas. Ya había sido declarada la pandemia. El mal estaba tocando fuerte al barrio. Muy triste cuando veíamos pasar el carro fúnebre llevando a don Fulgencio, luego a doña Teodora; a Juan, un vecino de solo 41 años, quien al igual que muchos tenía tanto por lo que seguir viviendo. El virus no estaba respetando edades, estatus sociales, económicos ni nada.

Los vuelos empezaban a cesar. Con ese panorama, nuestro viaje al Machu Picchu entraba en duda, si bien aún en Latinoamérica se podía viajar respetando estrictamente los protocolos sanitarios. 


A nivel país, esta crisis estaba vislumbrando lo más cruel del sistema gubernamental y político. Aún por sobre la muerte, la desgraciada muerte, las autoridades, como ya manifesté anteriormente, negociaban y sobrefacturaban con insumos y materiales adquiridos para la "disfrazada lucha” contra este mal. La corrupción una vez más haciendo sus galas. Corrupción que se baila de a dos y así seguía cobrando vida.


De pronto, oigo otra noticia mientras estaba haciendo las maletas. En mi cabeza miles de cosas, principalmente el miedo al contagio. Todo era incipiente. El viaje a Perú ya que era uno programado antes de la vigencia de la cuarentena lo seguían manteniendo en pie. Pero de igual manera no sabíamos qué iba a pasar. 


- “Noticia de último momento: El Gobierno ha decidido suspender el presupuesto destinado al proyecto ProCiencia, para destinar sus fondos a la lucha contra el Covid. La comunidad de científicos expresa preocupación", fue lo que escuché.


Este proyecto estaba destinado a la investigación científica de diversas áreas. Oí que la excusa era que urgía la necesidad de habilitar 50 camas de terapia intensiva en varios hospitales públicos.

Mi país duele mucho, un país en vías de desarrollo cuyas autoridades no han dado prioridad a la inversión sanitaria. Esta pandemia ha denotado la grave situación nacional en muchos sentidos. Y al verse coartada la investigación estaban dando un atentado al saber. Esta información reforzaba mi opinión sobre que el Gobierno prefería una población cretina para manejarla a su antojo. Bien podían haber recortado el presupuesto que injustamente beneficia con combustible gratuito a los diputados y senadores de la Nación, así como a cada jefe del sector público. Pero no. Sentía que la noticia me daba un puñal en el pecho.


Pese al contraviento con María Josefina seguíamos investigando sobre la aplicación del cabello humano al suelo. Pero nuestras pretensiones de pedir financiamiento al Estado quedaban truncadas. De las lechugas pasamos a experimentar con las solanáceas Tomate y Pimiento. Teníamos la fe y la certeza de que este compost podría ser la solución a varios tipos de suelos infértiles, suelos infértiles ya sea por acción humana o por la acción de la naturaleza misma. El negocio que pretendía concretar a la vuelta del viaje, si es que finalmente se concretaba, ya tenía nombre: Compost orgánico Ch (Cabello humano), bajo esa denominación me lanzaría al mercado, ofreciendo un producto amigable con el medio ambiente y mientras acababa la pandemia la entrega del abono podía gestionarlo vía delivery, fue lo que pensé.  


Pocos días antes de la defensa, María Josefina me había comentado que iba a probar una beca para un Postgrado en Fertilidad del Suelo en los Estados Unidos de América. A mí me hubiera encantado también hacer el intento, pero mi limitante una vez más era el idioma. Únicamente podían postular jóvenes que hablaban y comprendían perfectamente el inglés. En ésta ella estaba sola. Dicen que nunca es tarde para estudiar, así que luego de la pandemia planifiqué arrancar con las clases de lengua inglesa.


Como siempre decía mi abuela. Una puede proyectar miles de cosas, pero el de arriba, nuestro Dios, es quién finalmente decide. Ese mismo día al llegar de la despensa suena el teléfono, eran como las 19:00 PM. Atiendo.


- Sujeto anónimo: "Buenas tardes. ¿Con Cristina?", me dice una voz gruesa y masculina.




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