Huyendo al Cucaani

Capítulo 7: El amor tocando la puerta

Él era un muchacho arrubiado, alto, pelilargo; amante del buen rock con piercing del lado izquierdo de la oreja ¡Muy guapo! Pero no es todo ello lo que más me atrajo: su forma de ser y encarar la vida, que lo hacía con mucha simpleza, fue lo que me cautivó, me hacía sentir segura. Mi vida, en cambio, estaba llena de preocupaciones.

Llena de preocupaciones desde el momento en que remaba contra la corriente, desde el momento en que asistimos a esa reunión, desde el momento en que Isabel me siguió el juego y aceptó investigar a las empresas yanquis que llegaron a Paraguay, desde el momento en que les llegó la información del abono orgánico que creamos con María Josefina. Y hoy tan lejos de mi familia que ya fue "visitada" por una comitiva fiscal-policial. 

¡Tengo tantas ganas de abrazar de nuevo a mamá! Hoy no sé cuán cerca estoy de hacerlo. Hoy me toca huir. Estoy huyendo. Quisiera, al menos, que el Cucaani fuera real. Quisiera refugiarme en sus entrañas. Hoy me toca huir y Federico no tiene la menor idea de quién realmente soy. No sabe que me he convertido en una prófuga y no por delinquir, solo por ser rebelde a mis causas. No sabe quién realmente es Cristina. Un montón de cosas pasaba por mi mente, mientras él me daba paz al solo mirarlo.

Ese beso despertó en mí un sentimiento que no había tenido nunca. Sin embargo, le reclamé el atrevimiento. No podía dejarme llevar por el corazón en estos momentos. Mi vida estaba en juego. No podía autodescubrirme y ponerlo también a él en riesgo.

— Cristina quiero disculparme contigo, si no te gustó, prometo no volver a hacerlo. Solo quiero que sepas que podés contar conmigo sea lo que sea, expresó Federico, quien notaba en mí cierto desconcierto.

— Que no se vuelva a repetir, insistí mientras por dentro me moría por otro de sus besos.

Tras este episodio y el susto que me dio la serpiente, seguimos camino. Ya no faltaba mucho para llegar a Carmelo Peralta.

Una compilación de canciones de Keane amenizaron las siguientes horas de viaje.  Yo iba en silencio. Él también. Sólo escuchábamos la música y tomábamos mate, hasta que le pedí subir las ventanillas. Una inmensidad de mosquitos empezaba a acechar con la llegada del atardecer. En el Chaco, los mosquitos son como unos vecinos más, muchas veces ni siquiera hace falta que salgan al caer la noche.
 

Estaba solo a horas de despedirme de él, de este ser humano que me hacía olvidar todo lo malo. Federico había quedado con vergüenza después de mi reclamo. Sin embargo, aprovechó que le hablé para dar inicio a una nueva conversación.

— Nuevamente mis disculpas Cristina por lo sucedido. ¡Que sea borrón y cuenta nueva!, me dijo mirándome y lanzándome una media sonrisa.

— Bueno, ya queda en el pasado, respondí.

— ¿Ya sabés dónde hospedarte?, preguntó.

— Aún no. ¿Tendrías idea de dónde podría hacerlo? , añadí.

— Siempre duermo en esta cabina que ya la conocés. Pero sé de algunos hospedajes. Podría enseñártelos si me permitís, consultó.

— Perfecto Federico, después de todo ¿en quién más podría confiar?, expresé.

— Tranquila, confío, encontraremos un lugar, me aseguró.

— ¡Gracias, Federico!

Eran como las 22:00 cuando empezamos a llegar al casco urbano de Carmelo Peralta, uno de los 4 distritos del departamento de Alto Paraguay. Estaba todo muy oscuro. Mucho no pude apreciar mucho esa noche.

El viaje me cansó un poco, pero aún así quería seguir solo para no alejarme de él. Es lo que sentía pero actuaba contrariamente. El corazón no podía ganarme, no podía ganar a la razón.

Estaba, tal vez, a minutos de no verlo más. Él me dejaría en un hospedaje y luego seguiría con su vida ya lejos mío. Estaba, tal vez, a segundos😟.
 

— Cristina, ¿qué tal te pareció este viaje? Sólo es una pregunta, no me tomes a mal.

— Quiero ser sincera contigo: fue un viaje entretenido para mí más allá del susto que me llevé, más allá de las ganas de vomitar que me entraron, más allá de tu atrevimiento: me gustó mucho Federico. Muchas gracias por aceptar traerme.

— Me quedo contento entonces, expresó cuando de repente un bocinazo corta nuestra charla. Era Pedro, un chofer amigo, quien lo reconoció y le estaba saludando con bocinazos y juego de luces.

— Estamos llegando Cristina. Llegando, dijo seguidamente.

Yo miraba todo de punta a punta: la plaza, las despensas, por una de ellas decía "Boni: la casa de la carne". Interesante, al estilo añejo, me dije por dentro. Llegábamos muy de noche, la mayoría ya estaban en sus viviendas descansando y más aún con el frío que persistía. 

Ante mis ojos estaba un pueblo pequeño que prometía mucho con la construcción del corredor vial bioceánico. Un pueblo simple, fronterizo, que parecía acogedor.

Nos bajamos en un hospedaje, pero ya no había lugar. Fuimos a otro, tampoco lo había. A otro, la misma respuesta.

— Cristina, si no te importa podrías seguir durmiendo aquí esta noche, expresó.

— Bueno, solo por esta noche más Federico, agregué.

— Sí, tranquila, jamás pasará nada de lo que no quieras. Sólo quiero que sepas que disfruté todos estos días de tu compañía. Y...

— Y ¿qué Federico?, insistí.

— Y... que te voy a extrañar, manifestó.

No respondí nada a sus últimas palabras. Sólo lo miré y cambié de tema. No podía dar rienda suelta a este sentimiento. Además no sabía si sólo buscaba provecharse de la situación. Parecía bueno, pero acababa de conocerlo.

— ¿Dónde vas a estacionar el camión para dormir?, pregunté.

— Justo aquí, me dijo. 

Paramos en la ribera del río Paraguay. Se sentía mucho más el frío allí, pero era el único lugar donde había suficiente espacio para estacionar. El camión era grande, por algo lo bauticé como "el camión de cola larga". Cada vez que hablaba en estos términos, Federico se reía de mí. En términos camioneros, sería un camión triple eje. 

Me ubiqué en la camita de atrás. Estaba agotada física como mentalmente. Sin embargo, no podía conciliar el sueño del frío. Le pedí una frazada más, por suerte tenía otra de reserva guardada en su gaveta. 




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