Huyendo de algo llamado “amor” [1]

T r e s

 

La noche había continuado con confesiones. Kiara me contó de su relación con Chad, que debió de fijarse en las señales que este le daba pero que se dejó llevar por el enamoramiento; que sólo escuchó a su corazón y desconectó el cerebro, grave error a mi parecer. Me dijo que en cierta parte, era su culpa lo que había pasado, el seguir en esa relación inestable cuando ella podía finalizarla, más le dio rienda suelta, creyendo que con el tiempo madurarían juntos. Siguió contando que peleaban muy a menudo, pero creyó que toda pareja enamorada hacía eso; que los viajes de fin de semana a Santa Bárbara ―los que para ella eran una clase de reencuentro con su amor verdadero― eran más bien para que la esposa de Chad no se enterara de su amorío con Kiara, y que según algunos amigos, Chad le decía a Priscila —la esposa— que iba de viaje de negocios.

Kiara aceptó que nunca pensó que este a sus 25 años estaría casado, y aún peor, próximo a ser padre. Confesó que si lo tuviese enfrente, le cortaría su "bolillo". Fue algo extremista con eso último, pero la chica está despechada, compréndanla.

Me contó muchas otras cosas, pero lo que más me dejó impresionada fue lo siguiente:

―Sabes, aún con todo esto no me arrepiento de haberme enamorado de él ―Le ví, un poco noqueada. Ella observaba a lo lejos—, debes de estar mirándome como si fuese una idiota, pero es lo cierto. Sé que la vida me golpeará peor, pero sólo necesito recordar los momentos buenos, inclusive, los momentos en que me sentí amada por él. Necesito fuerzas para seguir adelante, y estoy segura de que este pequeñín ―Se acarició el vientre con adoración― me dará la suficiente para hacerlo. Sólo me tendrá a mí, no puedo defraudarlo sólo porque su padre me hizo lo mismo.

»Creo que la vida es hermosa, Emma. Dependiendo de cómo la veamos, y es de ti, aprender de ella o cuestionarte sobre ella reviviendo viejos recuerdos que lo único que no nos permiten es avanzar ―Selló, viéndome a los ojos, con estos iluminados como si fuesen fuegos artificiales.

Esa noche, Kiara me enseñó lo que mis dos años de ir al psicólogo no me dieron: valor.

•••

―¿Qué harás ahora? ―cuestionó Holly, sorbiendo de su malteada de fresa explosiva.

―Creo que buscarme un nuevo compañero, la renta no se pagará sola y con lo que gano de mesera-lava platos-cocinera no me ajustará para todo ―Hice una mueca. Jugueteé con mis papas, sumergiéndolas en salsa de tomate.

―Sabes que me iría contigo, pero...

―Se irá conmigo, lo siento. Yo me la robé primero ―La interrumpió Ashton, burlesco—. Aunque ahora que lo pienso, no lo siento del todo. Me gusta ganarte en algo finalmente, Cooper. ¿Qué se siente morder el polvo? ―Tenía su típica sonrisa ladeada plasmada en su rostro bronceado.

―Ella ni siquiera te ha dicho que sí, así que no cantes victoria, tengo mis trucos para llevarla conmigo —manifesté, llevándome una papa a la boca.

―No lo creo. Yo le cocino, le consiento llevándola al cine y de compras, voy al supermercado sólo para comprar esa maldita nutella que tanto le gusta —Viró sus faenas azules—, le masajeo los pies cuando está cansada, la beso como a ella le gusta, y también le hago otras cosas que a ella le vuelven loca —Levantó sus cejas, sugerente. Mi mejor amiga le dio propinó una palmada en el pecho.

—Dejen de pelear como si fuese un trozo de carne, por Dios —Azotó su cabello rubio, aparentemente moría de calor sin importar de que hubiese aire acondicionado.

Lo que sucedía es que la señorita sin filtro, tenía vergüenza. Lo que rara vez pasaba.

—Si lo piensas bien, eres un trozo de carne —respondí, pensativa.

—Y uno muy sabroso ―Me siguió Ash.

Reímos a carcajadas por la cara rojiza de Holly. Ella nos mostró el dedo del medio y le dio un gran mordisco a su hamburguesa. Yo también hice lo mismo con la mía, mientras que Ash pasaba su brazo por los hombros de Holly para apretarla entre sí.

―Ya, en serio. ¿Cuándo empezarás a buscar un compañero? ―preguntó Holly.

―No lo sé, tal vez el viernes —Hoy era martes―. Pienso hacer unas volantes o algo por el estilo.

—Uh —Aplaudió, una entusiasmada Holly—, yo te ayudaré. Puedes incluso ponerlos aquí en Jessie's. ¿Crees que a tu jefa le moleste?

—Muy buena idea. Y no, no creo que le moleste —Me encogí de hombros—. Ella me ama, soy adorable —Enrollé uno de mis mechones desprolijos que caían sobre mi busto.

Ambos sacudieron sus cabezas, entendiendo mi broma de mal gusto. A nuestro alrededor, el alboroto de las demás mesas no nos irritaba, al contrario de las meseras, quienes luchaban con no poner una mala cara cuando los atendían. Que el equipo entero de fútbol americano perteneciente a la universidad estuviese almorzando aquí no era problema, el verdadero rollo era que sus grandes cuerpos ocupaban casi todas las mesas y que pedían comida para cinco aunque sólo se la devoraba uno. Nunca, jamás, volvería a quejarme por mis turnos en la tarde.




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