Huyendo de algo llamado “amor” [1]

S e i s

Todos tenemos secretos. Por muy amigos que seamos de una persona, le tengamos una confianza de millones y nos podamos abrir de manera ilimitada a ellos, no les contamos nuestras cosas sucias y oscuras. Exactamente por esas expresiones que podamos recibir a cambio; miradas de miedo, decepción, repulsión, y la tan odiada, compasión. No nos abrimos a las personas por temor a que sepan cuánta mierda nos cargamos encima, porque así son las cosas: puedes confesar cuanto desees, pero si tu conciencia no pone de su parte, seguirás en el infierno. Esa pequeña partecita de nuestro subconsciente tiene poder como para matarte o como para darte vida.

Aunque nosotros no vivimos, nosotros sobrevivimos. Porque los humanos fuimos —desde el principio de los tiempos— sobrevivientes. Estamos capacitados para casi todas las situaciones que se nos frecuenten, pero el punto es cuando las hemos pasado y solo nos queda eso; el haber luchado. Y concluí con esto:

«Estamos cortados con la misma tijerapero hay papeles más fuertes que otros»

Vivir apesta. Tienes que soportar problemas inimaginables, humillaciones, traiciones, carencias, amigos hipócritas; recibir mentiras de la gente que más quieres, pero lo que más me cuestioné era: ¿Qué la vida no respeta a nadie? ¿Por qué nos lleva siempre a nuestra línea de quiebre? ¿Merecemos vivir así? ¿Por qué esta nos da tanto sufrimiento si en recompensa nos da unos miserables pequeños momentos de felicidad? Y entonces llegué también a otra pequeña conclusión:

«La vida tiene más cambios de humor que una adolescente en sus días rojos»

Todos estos pensamientos estaban cocinándose en mi cama. Tenía un pie dentro de esta y el otro enredado en las sabanas grises con detalles celeste, mientras que mi antebrazo cubría mis ojos. Y luego una pequeña discusión conmigo misma —de las tantas que tenía— me propuse en salir de la habitación o no. Pero como si al planeta le molestara verme holgazaneando, unos toques en la puerta interrumpieron mis actos. Desperezándome, escuché cómo mis huesos tronaron e inevitablemente bostecé. Colocándome mis pantuflas me fui hasta la puerta mientras me recolocaba la cola de caballo.

Y al abrir unos brazos me estrujaron en un abrazo de oso y por su efusividad —y aroma—, supe que era Teddyson. Se preguntarán quién es éste sujeto, pero su respuesta es sencilla: mi ex amigo con derecho. A pesar de que es el chico que me robó "mi melcocha", fue uno de mis mejores amigos. Aunque Holly ni Ash saben que ya no tengo mi himen, menos saben que tuvimos siquiera un acercamiento muy cercano. Ambos pensaban que éramos amigos, y no hubo problema en ocultar nuestras cosillas. No soy muy inocente que digamos, eso lo han comprobado. Otra secreto que oculto. Hay veces que creo que soy una caja de Pandora.

Cuando por fin me dejó sobre mis pies, llenó de besos alrededor de mi cara. Yo me reí con suavidad, separándome un poco más de él.

—Joder ¿Qué haces aquí? —Arqueé mis cejas, inquisitiva. Apoyé mi mano en el pomo de la puerta, poniendo mi peso en ella. Él me imitó, apoyándose en el marco de la misma.

—¿Qué ahora me está prohibido ver a una de mis personas favoritas? —Espetó con diversión.

—¡Oh, cállate! —Golpeé su pecho—. Pensé que habías muerto, no me has visto en mucho tiempo —Simulé indignación.

—No lo estoy, solo mira a estas hermosuras nuevas —Flexionó sus brazos haciendo que sus bíceps se remarcaran. Le dio un pico a cada uno.

—Ay, por favor. Sigues siendo el mismo troglodita de siempre. Ejercita el cerebro y luego el físico —Blanquee mis ojos.

—Se nota que me extrañaste, cuidado con tanta alegría, Emma. Vas a reventar de ella y no queremos eso —Su sarcasmo fue evidente en todo momento, pero tenía una sonrisa amigable.

—No saldrás libre de esto —Le señalé con mi dedo—. Ahora pasa adelante, siéntate mientras voy por algo de tomar —Me aparté y él entró, tomando posesión rápidamente de mi sofá.

Fui a la cocina, preparé unos sándwiches apresurada, y saqué del refrigerador un par de Coca cola, y haciendo equilibrio con todo, lo llevé hasta donde él se encontraba viendo su celular. Poniendo todo en la mesa y tomando un emparedado, me dejé caer a su lado.

—¿Qué clase de marea te trajo hasta aquí? —Le hinqué el diente a mi aperitivo.

—Estaba haciendo unas vueltas aquí cerca, ya sabes —Se encogió de hombros, despreocupado—, y decidí verte. Te extrañaba demasiado, pequeña tonta —Revolvió mi cabello, como siempre hacia para pincharme las pelotas.

—Que molestas —Gruñí—. Me alegra que pasaras, por un momento creí que me habías olvidado por una de esas rubias oxigenadas mechas de trapeador que hay en tu universidad —Hice una mueca de asco.

Él soltó una carcajada, palmeándose su rodilla a su vez.

—Jesús, en verdad extrañaba tu lengua afilada —Rió nuevamente.




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