Huyendo de algo llamado “amor” [1]

D i e z

Salía de mi turno más temprano que lo usual. Eran apenas las siete de la noche de un domingo, y Jessie había cerrado el local a esta hora debido a que su prima había fallecido por cirrosis. La pobre chica tenía una adicción por las bebidas alcohólicas desde muy joven, y aunque fue un poco sorpresivo, ya era algo esperado por la forma en que se embriagaba. Jessie comentó: "La ayudé cuanto pude, pero hay cosas a las que nos aferramos sin sentido"

Por un momento me identifiqué con eso. Mi temor a enamorarme y sufrir un segundo corazón roto era absurdo hasta cierto punto. Lo peor de mi situación era que aprovechaba cada mal ejemplo del amor que se me presentaba y lo tomaba a mi favor, usándolo de pretexto para no enamorarme o para huir del amor, y creo que por eso nunca he sido realmente feliz.

Esa chica huía de sus problemas con la bebida, yo huía de ellos a mi manera; rechazando a todo aquel chico que se acercaba a mí con segundas intenciones. Una vez me dije: "Rechazas tanto a los chicos que el día que de verdad te guste alguien, ese te rechazará a ti". Aunque eso era algo que sólo el destino sabía.

Relamí mis labios, viendo cómo Jessie cerraba la cafetería, en sus tacones de aguja negros. Iba arreglada con un vestido negro de raso italiano, y su cabello oscuro se encontraba amarrado en un moño minuciosamente arreglado; se veía excepcional, aunque vestida para la ocasión. La señora morena se acercó a la barra donde yo estaba.

-Ve a casa, linda -sugirió, sonriendo débilmente-. Ya va siendo hora de que me vaya al funeral.

Asentí, comprensiva. Rodeé la barra para abrazarle con brevedad, y le besé suavemente en su mejilla.

-Ten buen viaje, Jess -susurré, curvando una sonrisa.

Me frotó los hombros, maternalmente.

-Para de crecer, ya me siento una anciana -gruñó.

Reí y ella me secundó. Di media vuelta para tomar mi bolso en donde tenía mi delantal para el trabajo y me dirigí hacia la puerta, sintiendo el viento helado que me golpeó al salir del edificio. Caminé evitando que la gente me aplastara, pues la gran mayoría eran enormes al lado mío y sentía que en cualquier momento me botarían al pavimento por no verme entre ellos. Algunas veces odiaba mi tamaño. Salí finalmente del grupo de transeúntes y quedé en una calle solitaria.

Usualmente no me daba miedo irme sola, pero luego de haber girado la esquina me sentía observada. Mierda ¿será un ladrón? ¿Un violador, secuestrador o traficante de órganos? Dioses, protéjanme. Caminé con rapidez, viendo de reojo si mis sospechas eran ciertas, y al ver una sombra en la calle que no era mía, sé que estaba en lo cierto. Apuré el paso todo lo que pude, tratando de mantener la cordura y no salir corriendo desesperada; repetí en mi mente que debía permanecer en calma y no mostrarle a la sombra que estaba espantada hasta la mierda.

Oí pasos detrás de mí que comenzaron a ponerme nerviosa, pero todo se salió de control cuando sentí una mano en mi hombro. MI HOMBRO. En un movimiento rápido me giré haciendo que el tipo se sobresaltara, pero antes de que este dijera algo empleé lo enseñado en defensa personal por mi hermano, dando así un golpe fuerte en el estómago, dejando sin aire al tipo, que se tomó su estómago, soltándome así; justo cuando le iba a dar una patada en su entrepierna, este expresa ya sin aire:

-¡Emma!

Si no fuese que lo dice, lo dejo sin descendencia. ¿Por qué me tuvo que asustar así? Que tonto que es. Recuperándose, me fulmina con la mirada. Le ofrecí una mirada llena de disculpas.

-Wow, eres una chica muy ruda -exhaló prolongadamente-, y eso es muy sexy -continuó, coqueto. Estaba doblado en sí mismo.

Volteé mis ojos.

-Te pasas -fruncí mi boca.

-Venía a comer pero por lo que veo Jessie's -señaló detrás de él- cerró antes de tiempo, así que le pregunté sobre ti a una señora que me encontré saliendo de ahí y me comentó que te habías ido hace ya unos segundos. Pensé que ibas largo pero reconocí ese abrigo tuyo -alzó uno de sus hombros.

Miré mi gabardina azul decorada con puntos rojos y pregunté:

-¿Es horrible?

Lució pasmado.

-¿Qué? Por Jesucristo, no. Estás bella con ese abrigo -afirmó. Tomó la brisera de la gorra que llevaba puesta y la giró hacia atrás.

-Lo sé, mamá tiene buenos gustos cuando se lo propone -le arrebaté la gorra, pasándola a ser parte de mi atuendo. La acomodé en mi cabeza, arreglando los mechones rebeldes que salían.

-¿Dónde está tu auto?

-En el estacionamiento. Ven, nos llevaré a casa -contestó el castaño.

Le seguí hasta donde su auto se hallaba, y -como todo el caballero sin armadura que era- me abrió la puerta. Me deslicé en el asiento, asegurado a su vez el cinturón. En unos segundos lo tuve a mi lado, arrancando el coche.

Sobrellevó las curvas con precisión y rapidez, asustándome un poco. Pero debía de tener en cuenta que Tobías era seguro por alguna causa, así que traté de relajarme. La música llenaba todo el espacio, convirtiendo a Tobías en una masa bailarina. Reí inevitablemente y él movió las cejas, animado.




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