Huyendo de algo llamado “amor” [1]

D o c e

Había decidido que mi existencia tenía que dar un giro. No necesitaba que alguien más la diera por mí o que me pasara algo terrible, necesitaba darme cuenta por mí misma de que mi vida se estaba yendo a la borda y yo no hacía nada por detenerla. Llegué a pensar que esas dos veces que intenté suicidarme a toda costa—y por lo que pueden ver, no funcionó— fueron una oportunidad que yo buscaba desperdiciar a toda costa. Al tercer intento reconocí que era una niña estúpida e inmadura; que había personas deseando vivir y/o sufrían peores cosas que yo, y más bien mi persona rechazaba el aliento que la vida me daba. Me sentí mal cuando recapacité y recuerdo que lloré toda la noche como un bebé sin su mamá. Pude reconocer que a pesar de lo rota que estaba no debía ponerme un fin forzado.

Expulsé el humo lentamente, odiándome por recaer en el puto vicio. El cigarro se consumió ligeramente cuando inhalé hondo, su llama brilló en la oscuridad de la noche, mientras que el frío hacía de las suyas con mi cuerpo, erizándolo cada dos por tres. La azotea del edificio era amplia, muy limpia y como toda azotea; desierta. Nadie venía aquí a menos que fuera para un rapidito cerca de los contenedores de agua, o por simplemente, como yo, para fumar. Eché nuevamente el humo, viéndolo armarse hasta ser una nube y el viento se lo llevaba con facilidad.

—Creí que habías prometido dejar esa mierda —gruñeron detrás de mí. No me volví, por su olor y su voz disgustada supe quién era.

La brisa meneó mi cabello con furia.

—Hay cosas que cuestan cumplirlas al pie de la letra —susurré lo suficiente alto para ser oída.

Sentí su presencia a mis espaldas hasta que lo tuve a mi derecha, imitando mi posición: Codos sobre la cornisa del edificio y absorbiendo a las constelaciones con la mirada.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó con curiosidad.

Le vi por el rabillo de mi ojo. Sus canicas oculares me observaban con interés.

—Necesitaba un despeje, eso es todo —me encogí de hombros. Mi piel se hizo de gallina a causa de la helada.

Él rodeó sus brazos a mi cuerpo, estrechándome hacia sí. Agarró el cigarro, lo arrojó fuera de mi alcance, y me arrolló con sus enormes bíceps, dándome el calor que requería.

—¿Hay algo que desees contarme? —murmuró.

Negué con mi cabeza. Escondí mi cara en la curvatura de su cuello y cerré mis ojos, suspirando.

—Pues no lo parece —sostuvo— ¿Pasó algo, Em?

—Nada por lo que debas de preocuparte, Ash.

Descansó su barbilla sobre mi mollera, asintiendo una vez.

—El chico de allá bajo me dijo que posiblemente te encontrabas aquí, así que acudí aquí y menuda sorpresa me lleve cuando te encontré fumando esa porquería —su enfado era evidente—. Sabes que no debes hacerlo, Emma. Se lo prometiste —añadió, relajando su tono de voz.

—Lo sé —contesté, apenas audible.

Me apretó un poco más fuerte, pero transmitiendo su cariño a más no poder.

—No le contaré a Holly que te encontré consumiendo esa cosa, pero trata de no volver a decaer en ello.

Iba a refunfuñar, pero entonces recordé que sólo deseaban mi bien, mi tranquilidad, mi felicidad. No muchos amigos te aconsejaban dejar un vicio, y contados eran los que te ayudaban a salir de este. Me dije que si quería cambiar debía de empezar con cosas pequeñas, como el apreciar eso que pocas veces se encontraba: una amistad sincera. Aunque ellos no estaban físicamente ahí tenía la confianza de que ellos sí estaban emocionalmente.

—Gracias —espeté con suavidad.

Él sacudió su cabeza que permanecía aun sobre la mía.

—No debes de agradecer, es tu salud también, yo solo deseo que note suceda lo mismo que...—lo interrumpí.

—No por eso —saqué mi cabeza de su escondite, parpadeando consecutivamente para acostumbrarme a la luz—, por todo. Les debo mucho a ti y a Holly.

Ashton sonrió mostrando sus dientes. Sus ojos brillaban como la mismísima luna.

—De nada, preciosa —besó una de mis mejillas. Me separé de él, interponiendo mis manos y colocándolas en su pecho—. Holly te manda saludos, no pudo venir debido a unos trabajos retrasados de la carrera, siempre deja todo a última hora.

—No sería Holly si no llegara tarde a los eventos o si no dejase cualquier cosa a último momento —contraataqué, animada.

Reímos juntos, su pecho vibró cuando me abrazó nuevamente. Un ruido atrajo nuestra atención, la puerta estaba siendo abierta. Giramos para descubrir que el que acababa de entrar era Tobías. Se detuvo cuando nos divisó, empezó a rascarse la nuca, una demostración de que estaba nervioso. Me separé de Ash, viéndole interrogante al castaño.

—Dejaste tu celular allá abajo, Holly te ha estado acribillando en llamadas —vociferó Tobías hacia mi acompañante.




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