Huyendo de algo llamado “amor” [1]

Q u i n c e

Y finalmente llegó el inminente día. Ese fue uno de esos que te encantaría predecir y evitar, pero no tienes la habilidad de hacerlo.

Viernes, el día en el que había despertado en una cama desconocida. «¿Salimos Holly y yo a parrandear fuera del apartamento y no me acuerdo de nada? Mierda»

Un aroma de tostadas, café, panqueques y lo que parecía ser mermelada de fresa absorbí por mi nariz cuando desperté, supe de inmediato que era Tobías que había hecho el desayuno. Suspiré, mi alma había regresado a mi cuerpo. Me levanté de la cama como si fuese un resorte y abrí la puerta respirando hondo a la vez que una sonrisa pasiva se instalaba en mi cara.

Lo bueno de ser yo —lo único— es que no despertaba con una resaca espantosa. Sólo una ligera migraña que se quitaba cuando me bañaba y es lo que directamente fui a hacer. Salí de mi caverna con una ropa viejita pero limpia, buen aliento, cabello mojado y no oliendo a cerveza; salté finalmente hacia la sala, más específicamente a la cocina.

Cuando llegué ahí, arrastré un taburete y me senté, apoyando mis antebrazos en el desayunador. Mecí mis pies, con la sonrisa aún puesta. observé la espalda ancha de Tobías meneando un sartén en la estufa. Todavía iba en su pijama, que constaba de un chándal, una camiseta sin mangas blancas e iba descalzo. Sacudí la cabeza, y recosté mi cabeza sobre mi mano.

I tried to be chill buy your so hot that I melted —canturreaba en voz baja, meneando sus hombros. Un breve recuerdo de estar cantando con Holly en el piso saltó con velocidad por mi mente—, I fell right through the cracks now I'm tryin to get back...

—¿Te despertaste muy animado el día de hoy? —solté, acomodando mi cabello.

Él brincó ligeramente en su lugar, asustado.

—Joder, me asustaste —vociferó, con una cuchara para volear en la mano.

Pensé un breve momento.

—Esto es como un deja Vu —hablé mientras miraba la ventana— ¿Dónde lo he vivido? —murmuré para mí misma.

—No tengo idea, Emma. Lo que sí sé es que eres todo un misterio, ¿eso también lo has oído? —preguntó con voz plana, mientras se volteaba para girar el panqueque

Fruncí mi ceño, extrañada. Luego toqué mi labio, meditabunda.

—No, lo único que he escuchado era que soy una persona extraña —entrebalbuceé.

Él se dio la media vuelta, perforándome con esos ojos mieles que empezaban a hacérseme muy familiares.

—¿Te han dicho algo sobre tu mirada? —cuestionó, sorprendiéndome.

—¿Qué...? —me quedé sin palabras.

Llegó hasta donde yo me hallaba, descansó sus codos sobre la barra, embelesado con mis ojos.

—Sí... Verás, como un futuro psicólogo trato de estudiar a las personas y hasta ahora lo que he estudiado de ti me tiene un poco... interesado —rumoreó.

—¿Ahora soy un experimento o algo por el estilo? —contraataqué.

Su mirada pasó a atolondrada. Se enderezó.

—No, no, no —pasó su mano sobre su creciente barba en la que ahora me di cuenta que existía—. Eso no es lo que quiero decir, Emma. Si no que tu lenguaje corporal habla por ti, verás; cuando te abrazan se te atiesa el cuerpo, siempre estás a la defensiva, la mayoría del tiempo llevas el ceño fruncido, tus hombros encorvados como si estuvieses derrotada, casi siempre te encuentras pensativa, perdida en tu mundo. Y tus ojos...—se quedó sin aliento.

Yo me hallaba petrificada. Mis faenas cafés —que antes se habían quedado absortos viendo un punto de suciedad de la puerta de la refrigeradora— ahora se quedaron fijos en la expresión de Tobías: con los ojos entrecerrados, reflejando altruismo.

—Dicen que los ojos son la ventana del alma, pero los tuyos, Emma, parecen muertos—farfulló—, están vacíos. ¿Algo o alguien causó tan...—lo interrumpí en media oración, tratando con todas mis fuerzas de conservar la compostura.

—No soy ningún maldito de observación psicológica, no necesito un maldito loquero que entre a mi cabeza y rebusque mis traumas o lo que sea que crees que tengo. Te dije desde un principio que no te metieras en mis asuntos —gruñí, toda de mi expiraba al mismo polo ártico—, y te dejé muy en claro que no deseaba que estuviésemos revueltos —mordí mi labio, con furia.

Él me observaba boqueando. Frotó su nuca, nervioso.

—No deseaba ponerte causarte molestia, sólo quería acercarme más a ti. Está en mi de analizar a las personas, y suelo ser un poco boca floja —se rozó la lengua sobre sus labios, mojándolos—, además, pensé que éramos amigos, pero tenía esa incógnita en mi cabeza desde que te conocí y con lo de pasó ayer con nosotros...—impedí que continuara.

—No te he dado el derecho de ser mi gran amigo, no te tomes atribuciones que no te corresponden —susurré, con la sangre hecha lava. Sus ojos se mostraron heridos—. El puto panqueque se te quema —finalicé, con desapego.




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