Huyendo de algo llamado “amor” [1]

D i e c i o c h o

Tuve una pesadilla.

Fue una de las peores que he tenido en toda mi corta existencia. Cuando desperté de ésta, mi sien sudaba, mi cabello picaba, mi laringe casi soltó un alarido y mis dedos se aferraban a las mantas que mantenían caliente el cuerpo de mi madre. Me encontraba encorvada sobre la cama, en un asiento tan duro como posiblemente era mi corazón.

¿Me comporté de mala manera con Tobías? No era su culpa todo lo que estaba ocurriendo, y a pesar de ello, ahí estaba yo; la chica que se ponía a la defensiva con tan sólo una mirada. Estoy consciente de que él únicamente se sinceró, y aunque la mayoría de las cosas que dijo eran ciertas, no puedo evitar sentirme como un ser viviente asquerosamente egoísta.

Sanders ingresó a la habitación y me halló en un desorden mental. Aun con todos los acontecimientos ahí estaba él, dispuesto a ayudar a la chica que posiblemente había roto su corazón. Y eso, joder. Sí que doblegó mi aparato palpitante.

Nos observamos atentamente, expectantes. Aun llevaba puesto esa camisa que tan bien le hacía lucir, aunque se mostraba un poco arrugada; esas hebras oscuras de cabello tomaban diferentes direcciones, esas faenas mieles revelaban cansancio, y por cómo había deducido en el poco tiempo que llevaba conociéndolo, como signo de que se hallaba inseguro sus manos descansaban en sus bolsillos formadas en puños. Me invitó a salir de la habitación, a lo cual asentí. Con un beso de despedida a mi madre lo acompañé al pasillo.

Como lo hacía horas antes de su desaparición, me daba la espalda. Lo seguí, nerviosa. En cuanto dio media vuelta dispuesto a hablar, salté sobre él. Mis brazos que colgaban de su cuello lo estrechaban con necesidad, agradecimiento y arrepentimiento. Él me correspondió el abrazo segundos después, colocando sus antebrazos gruesos en mi imperceptible cintura; respiró hondo y posicionó su nariz en la curvatura de mi cuello, soltando su aire ahí y causando que mi piel hormigueara.

—Gracias por volver —mi voz tembló. Me aferré más a su cuerpo.

—No podía irme ahora que te encontré, Emma.

No comprendí lo que me decía, había un trasfondo en lo anterior confesado. Pero de algo estaba segura:

3) Tobías era el chico fiel que no te dejaba bajo ninguna circunstancia.

Y eso, para mi pesar, demostró que el de ojos mieles era el chico que inconscientemente anhelaba encontrar.

Tobías Antony Sanders fue uno de los pocos que estuvo aún cuando los pedazos completamente fragmentados de Emma Cooper no podían ser reconocidos. Incluso viendo el grave desastre que yo era, decidió quedarse a pegar lo poco que quedaba de mí. Y eso, vale más que cualquier maldita cosa.

Y recordé una de las pocas cosas buenas que le oí decir a papá: "Pequeñas acciones promueven grandes sentimientos"

Su perfume varonil invadía mi sistema, recordándome todos los momentos que compartimos. Desde los no mencionados hasta los que sí relataba. Lágrimas saladas y jodidamente dolorosas rodaban por mis ya sonrojadas mejillas. Me separó levemente de su cuerpo y aunque de la vergüenza no levanté mi vista, sí podía percibir cómo esas orillas de sus gruesos labios se curvaban hacia arriba.

—No llores, nena —en tono conciliador trató de tranquilizarme, lo cual hizo que me sintiese más terrible de lo ya estaba—. No continúes, me lastimas el corazón...

—¿Más de lo que ya lo hice?

No me respondió. Aun hipando, alcancé relajarme un miligramo.

—Eso es —me tomó de los hombros y me sacudió levemente—. Ahora necesito esa pequeña sonrisa sarcástica que tanto me gusta, aunque también puedes obsequiarme la que haces cuando estas molesta y tratas de mostrar que no lo estas —rió, juguetón.

Con mi humor casi por los suelos, conseguí esbozar una mueca algo parecida a una risita.

—No comprendo cómo es que todavía no me has dado una patada en el trasero —exterioricé—, soy una de las peores chicas que pueden haber.

—No voy a negar que puedes ser un poco difícil de sobrellevar, pero un viejo loco me dijo algo que me hizo reconsiderar algunas cosas.

Puso suma atención a mi reacción, y soltó una carcajada de aire cuando la apreció. Luego se enserió, tragó saliva y su caja torácica se alzó.

—¿Puedo besarte de nuevo?

Su pregunta me inmovilizó.

—¿Así que no fue un delirio? —Estaba suspendida— En verdad te besé estando borracha —fue más una afirmación que una pregunta.

—Sí —admitió, tomando mi mentón suavemente con sus grandes manos—, pero ahora quiero que estés en tus cinco sentidos ¿me lo permites?

Esperaba y rogaba por mi respuesta.

—¿Eso te haría sentir mejor? —decidí dejarme ir. Ser una normal Emma, esa que no pensaba tanto en los pros y contras, esa chica que tanto deseaba ser libre.

—No solo eso, Emma —respirábamos el mismo aire—. Quiero experimentar la sensación de morir y redimir, y tus labios son los únicos capaces de hacerlo en un santiamén.




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