Huyendo de algo llamado “amor” [1]

D i e c i n u e v e

Aprovechando de que la señora Amanda y yo nos encontrábamos solas decidí hacer una pregunta que llevaba atormentándome más de lo que quisiera admitir.

—Mamá...

Mi madre apartó la vista de la ventana y la fijó en mis luceros cafés. Seguía fatigada, pero trataba de no mostrarse así, siempre la conocí como una mamá luchona, pero no le daba la pinta cuando lucía moretones y cortaduras a lo largo de su cara.

—¿Cómo supiste que estabas enamorada de papá? —mi tono fue susurrante y tembloroso.

Pasé saliva por mis labios repentinamente resecos y me arrimé más hacia su cuerpo, le tomé una de las manos cuyo aspecto era mejor que la otra y la sobé apreciativa. Aún la tenía aquí y eso era mucho.

—Esa es una buena pregunta... —rió con brevedad ya que sus costillas dolieron e hizo una mueca que expresaba su dolor. Recostó su cabeza en la almohadilla y cerró sus ojos—. Éramos jóvenes, tu padre era un don juan, como lamentablemente lo ha sido toda su vida, pero yo supuse que había cambiado por la chica de cabellos castaños que le había robado un beso en medio de la fiesta de celebración de inicio de semestre. La universidad no fue lo mismo cuando tu padre apareció, menos cuando se plantó en mi dormitorio pidiéndome una cita me hallaba impresionada —rememoró, esbozando una sonrisa—. Al pasar el tiempo quedamos embarazados y —gracias a su padre y a los míos— tuvimos que dejar la carrera y comenzar una vida adulta en el pequeño apartamento de la Avenida Beckham, ¿lo recuerdas?

Yo hice un sonido con mi tráquea en asentimiento. Suspiró con pesar.

—Todo fue muy difícil, él tenía mucha presión gracias a que debíamos mantener una boca y yo no podía serle de mucha ayuda porque te cuidaba. Nuestras amistades no eran reales ya que se fueron de un dos por tres y sólo nos teníamos a nosotros. Carecimos de tantas cosas hasta que al final un milagro ocurrió: tu padre obtuvo un mejor puesto. Él era muy inteligente —subí mis cejas, dudando de ello— y el ascenso nos sirvió de mucho. Tiempo después nos mudamos a la casa que habitamos ahora y apareció Tyler. Supongo que al cuidar a dos niños más el trabajo de ama de casa me dejaba tan fuera de combate que tu padre...—carraspeó, como si las siguientes palabras no quisieran salir de su boca— comenzó a recurrir a ciertas mujeres.

—Mamá —abrió sus párpados y estos dejaron ver unas faenas vidriosas—, mi pregunta aún no ha sido contestada.

—A eso voy, querida.

Me tenía impaciente, casi deseaba que soltara todo de una vez, pero también consideré que esto no era fácil para ella.

—No sabía cuan enamorada estaba de tu padre hasta que le perdoné la quinta infidelidad. Siempre pensé que cambiaría, que mi sufrimiento lo haría reconsiderar sus actos y que el ver a su familia desmoronarse iba a causar algún remordimiento en él. Pero no fue así. A pesar de todo lo que ha ocurrido continúo enamorada de tu padre, porque lo amé en las buenas y en las malas, él me dio lo mejor de sí, y me obsequió a unas personitas por las cuales estoy eternamente agradecida. Fuimos más que un equipo cuando debimos serlo.

—¿Y piensas seguir con él aún después de esto? —incredulidad se reflejaba en mí.

Una lágrima traicionera bajó por su rojiza mejilla y si mis ojos tuvieran rayos X podría haber visto a su corazón rompiéndose más.

—Hay amores que por más que lo intentemos no tienen redención.

No supe qué responder ante ello. Mis dedos jugaban encima del cobertor de cama y me preguntaba: ¿Yo tengo redención?

—Princesa —levanté mi cabeza gacha y evité su mirada—, que todo lo que ha pasado entre tu padre y yo no te abstenga de enamorarte. Amar y ser amado es una de las sensaciones más hermosas que puedes experimentar. Desenvuélvete, déjate llevar, siente, ríe, goza, celebra pero ten en cuenta que en ese paquete van dolores, sufrimientos y tristezas, porque nada en esta vida viene por sí solo —su convicción me dio una pizca de ánimo—. Porque, Emma, te aseguro que ningún amor es perfecto y si lo fuese sería un tonto amor de telenovela.

—¿Y si uno ama más que el otro? —cuestioné, ese era uno de los temores más grandes de la raza humana. O al menos era uno de los míos.

—Gánate su corazón, si es que vale la pena. Pero no tengas temor a dañarte, que si no lo hace una cosa lo hará otra. Tampoco seas masoquista como la tonta de tu madre —le reñí con la vista y ella me regaló una sonrisa ladeada—, pero el que no arriesga jamás ganará. La vida se determina en síes u noes, pero tu felicidad la estableces tú.

—¿Cómo es que con todo lo que has sufrido me aconsejas cosas como esas?

Mi cabeza se sacudía, aprensiva. A nuestro alrededor los pitidos de la maquina cardiaca hacía un ritmo unísono con el mío, la luz que entraba por la ventana reflejaba la piel pálida y magullada de mi madre y dicha claridad me molestaba un poco debido a que tenía horas sin dormir adecuadamente. Mi progenitora puso sumo cuidado a mi reacción.




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