Sonrisas tristes y recuerdos dolorosos

-Norma, no me mientas. Ambos sabemos que no tienes ningún malestar y que es el miedo a lo desconocido el que te tiene así. Ambos lo sabemos, pero te prometo que haré lo posible por ayudarte. Incluso compartirte la mitad de mi caja de Donuts.-

No puedo evitar esbozar una sonrisa, levantó una ceja ¿En serio piensa que con media caja me va a convencer?

Al parecer lo entiende y con un comentario más consigue aligerar completamente el ambiente. 

-Está bien ¿chica dificil he? ¿por lo menos puedo quedarme con una?- Toma una de la caja antes de que yo me niegue, no puedo evitar estallar en carcajadas, un ataque de risa que mezcla el miedo, la impotencia de no conseguir controlar mis emociones y el hecho de que esta extraña situación resulte tan graciosa. Mi risa poco a poco se transforma en un hipído y luego viene otro y otro, quizá son demasiados los sentimientos acumulados que llevaba guardando mi corazón y por primera vez desde el entierro de mi hermano descubro nuevamente mi cara empapada en lágrimas que se niegan a dejar de salir. 

Esto puede ser muy extraño y para muchos sonar incluso ridículo pero, para mí, el hecho de no poder controlar lo que siento es algo aterrador, fueron muchas cosas en la infancia, fue el crecer prematuramente; ser el roble que sostenía a una familia rota, convertida en cenizas a causa de estos putos e inservibles sentimentalismos. 

“enfermos de amor” así llamaba mentalmente a mi familia cuando era más chica. Sufría y lloraba a escondidas, la impotencia me carcomía. Saber a mi madre perdida en el alcohol y totalmente ajena a sus hijos era doloroso  y luego ver a mi hermano vivir una felicidad a costa de mi libertad fue duro, aún así verlo feliz me hacía feliz. Yo soportaba, cuidaba lo mejor que podía a mi hermanito, el único que aún era muy chico para caer en esa mierda del romanticismo. La maldición de mi familia, ahí yo era reacia al amor de pareja. No me interesaba, pero cuando mi hermano se quitó la vida por culpa de esa mujer... Cuando lo hizo. ¡Maldición que nada me ha dolido más que eso! Sentí ansias asesinas. Quería destruir a la culpable. Quería que mi hermano abriera los ojos y me dijera que no estaba sola. Para que me obsequiara una de esas hermosas sonrisas que solo él sabía dar, que alegrara mi día cuando yo sentía no poder más. Verle bien a él me hacía bien a mí. Cuando se fue las cosas se pusieron peor. 

Unos vecinos denunciaron a mi mamá, se dieron cuenta que yo a veces salía a la calle para buscar comida entre la basura de los vecinos o pidiendo a gente que venía del supermercado. No conocía a nadie, no teníamos más familia y mi madre se ausentaba por dias y dias, yo hacia todo cuanto podía pero no fue suficiente. 

Recorrí un orfanato y otro “casas de acogida” y más basura. Fue mucho tiempo, fueron algunos años. A veces junto con mi hermano menor, luego sola y luego juntos hasta que nos separaron por fin. 

Un dia me llevaron a una casa que se parecía mucho a nuestro hogar de infancia solo que más cuidado. Cuando abrieron la puerta una mujer  con cabello  a la altura de los hombros teñida de rubio me obsequió una enorme sonrisa junto con un chico bastante alto y a quien yo no hubiera reconocido como mi hermanito de haberle visto en otro lugar; fue un sentimiento extraño.  Ella  estaba muy cambiada, delgada pero no tanto como antes, sus  ojos cafés antes perdidos y distantes ahora miraban con un brillo especial. Mi hermano intentando reconocerme, quizá lo hizo pero no me preocupé mucho. Ya no importaba, nada era permanente y ellos no serían la excepción. 

Todos notaron cuan poco me deslumbró o alegró el hecho de regresar a mi casa.  Todos notaron la manera en que,  resignada, tomaba mis cosas y ingresaba a aquella casa con apenas un asentimiento como saludo.

De ese momento hasta hoy casi nada ha cambiado pero, como ya dije,  no soy un robot y aunque a veces lo parezco, acepto que por momentos me pregunto cómo estarán pero evado el tema, intento evitarlo la mayor parte del tiempo. Debo centrarme. Tengo que hacerlo.