Hybrid - Fase 1

Capítulo 30 - Punto de Ruptura

La habitación de Zane estaba en penumbra. Las luces apagadas, solo el reflejo del monitor parpadeando cada tanto desde el escritorio. Zane estaba sentado en el borde de la cama, con los codos sobre las rodillas, las manos entrelazadas. Transpiraba frío, aunque no hacía calor.

Llevaba más de una hora así.

Un flash. El recuerdo volvió como una puñalada: Jerusalén. Fuego. Gente corriendo. Gritos de niños. La luna roja. El suelo cubierto de cenizas. Y entre la multitud, un hombre se acercaba a él. Soberbio. Sus palabras fueron suaves, casi reverentes. Pero él —poseído, sin razón ni control— lo había derribado sin piedad. Un golpe tras otro. Hasta dejarlo irreconocible. Hasta que el mismo cedió. Hasta que el alma se desvaneció en silencio. Zane respiró hondo.

—Era él —susurró, apenas audible—. Era Belial.

Se levantó de golpe, el flash terminando abruptamente, dejándole una pista muy clara.

—¡Claro que sí! —dijo, golpeándose la frente con frustración—. Ese apellido... Morningstar. Lilith también lo usó. ¡Me lo pusieron en la cara dos veces y ni siquiera lo noté!

Empezó a caminar de un lado a otro, mordiéndose una uña mientras su mente corría.

—Blake —murmuró, deteniéndose de pronto—. Blake Morningstar. El chico nuevo. El que compite conmigo en todo. El que nunca se altera. El que mide cada palabra. El que sonríe como si ya conociera el final del juego.

Su respiración se volvió lenta, pesada.

—Belial… —dijo al fin, con un hilo de voz—. Maldito seas.

Zane se levantó y fue al escritorio. Sacó el celular y abrió la conversación con Ethan. Tecleó con dedos rápidos, casi sin pensar.

—Tengo algo —escribió—. No sé si es una locura... o justo lo que faltaba.

La respuesta llegó casi al instante.

—¿Otra vez soñaste con fuego? —preguntó Ethan.

Zane apretó el pulgar sobre la pantalla, respiró hondo y escribió de nuevo.

—Sorprendentemente no... bueno, no tanto. Blake. El nuevo. Creo que es Belial. Hijo de Lucifer.

Ethan tardó un segundo en contestar.

—¿El tipo que te compite de igual a igual? —respondió—. Zane, hay que ser tonto para no darse cuenta. Ese tipo es inhumano.

Zane clavó la mirada en la pantalla y contestó con una sola línea.

—Ese mismo. No digas nada. Mañana… lo desenmascaro.

Apagó el chat y dejó el teléfono sobre la mesa. Se quedó un rato mirando su reflejo en la ventana. La noche no le devolvió una mirada humana: solo le mostró una sombra con cuernos.

La mañana en Brighton High había empezado como cualquier otra. El sol caía perezoso sobre los pasillos exteriores, los grupos de alumnos se acomodaban en sus rutinas, y el aroma a café barato y perfume escolar llenaba el aire.

Zane entró por el portón principal con las manos en los bolsillos, la capucha baja y la mirada afilada. Había dormido poco. Pero no necesitaba sueño. Hoy tenía un objetivo.

Y ahí estaba. Blake. O mejor dicho: Belial. El que siempre estaba en el lugar perfecto, en el momento exacto. Conversaba con una compañera, sonriendo, café en mano. Parecía una escena de folleto publicitario. Zane no dudó. Se acercó sin anunciarse y le dio una palmada seca en la espalda, lo suficientemente fuerte como para hacerlo tambalear. Parte del café salpicó sobre la campera de la chica.

—¡¿Qué demonios?! —exclamó Blake, girando de golpe.

La chica chilló, sacudiéndose la prenda manchada.

—¡Eres un idiota, Blake! —gritó, y luego miró a Zane con furia—. ¡Y tú, Draven, aprende modales, por favor!

Se fue pateando el aire. Blake ni la miró. Se había quedado estático, ojos fijos, mandíbula tensa y mente... en modo alerta. Zane se cruzó frente a él con una sonrisa insolente, masticando un chicle con lentitud.

—¿Qué pasa, Blake? —dijo con burla—. ¿Te congelaste? ¿O necesitas permiso para moverte sin arruinar tu disfraz?

Blake frunció el ceño.

—¿Cuál es tu maldito problema? —respondió, con la voz contenida.

Zane se encogió de hombros, sin perder la sonrisa.

—Ninguno, hermano. Solo que no me gustan los que se disfrazan de algo que no son.

Blake alzó una ceja. Apenas. Pero su aura interna se activó al instante. Zane lo sintió. Un calor oscuro, contenido. Como un volcán con smoking.

—¿Quieres decirme algo? —preguntó Blake, con una voz tan suave que resultaba más amenazante que un grito.

Zane sostuvo la mirada, el gesto aún burlón.

—Más tarde, en el patio —dijo—. Una sesión de sparring. Sin reglas. Quiero ver si puedo volver a destrozarte, pero esta vez con más público.

Blake giró lentamente el cuello hacia un lado, el hueso tronó con un eco seco y profundo.

—Acepto —contestó, mirándolo de reojo—. Pero no soy el mismo de la última vez.

Zane se separó, caminando hacia su casillero con las manos detrás de la cabeza.

—Nadie lo es, Blake —replicó—. Nadie lo es.

Pero por dentro, ambos sabían que esa tarde no iba a ser un simple combate. Iba a ser una advertencia. Un recuerdo. O una sentencia. El timbre seguía sonando cuando Zane se alejó caminando. Blake quedó unos segundos más ahí, como una escultura tallada en hielo, antes de retomar el paso y desaparecer por el pasillo de ciencias.

Desde el patio trasero, apoyados contra una pared junto a los casilleros, Ethan y Sienna habían visto todo. Cada gesto. Cada palabra. Cada maldito segundo. Sienna cruzó los brazos, sin apartar la vista de Zane. Su expresión mezclaba preocupación y algo parecido al miedo.

—¿Lo viste? —dijo en voz baja—. Esa sonrisa… esa mirada. Eso no fue una broma entre chicos. Fue una advertencia.

Ethan bajó la mirada. Permaneció en silencio unos segundos, con los brazos también cruzados, fingiendo calma.

—¿Ethan? —insistió Sienna, mirándolo de reojo.

Él carraspeó antes de responder, sin levantar la vista.

—No lo sé. Tal vez solo se tienen odio —dijo con voz tensa—. Ya sabes cómo es Morningstar, compite con él en todo.




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