Hybrid - Fase 1

Capítulo 31 - Silencio Cortante

La llamada no sonaba. Ni siquiera entraba al buzón. Solo un silencio roto por los tres puntos suspendidos que titilaban en la pantalla.

Sienna bajó lentamente el celular, con los dedos helados a pesar de estar en la cocina climatizada. El vapor del té que Victoria le había preparado se perdía en el aire como un suspiro que no alcanzaba a aliviar nada. Victoria la observó unos segundos, intentando ocultar la preocupación que ya se había instalado en su mirada. Luego, apoyó una mano sobre su hombro y murmuró:

—Estará bien, hija. No debe ser nada grave. Tal vez solo... necesitaba tiempo.

Sienna bajó la vista. No lloraba. Ya no. Su voz salió apenas como un hilo tembloroso.

—Lo vi, mamá... —titubeó—. Vi un lado que no conocía... o que conocía demasiado bien. Y volvió a aparecer. Implacable. Frío. Oscuro.

Desde la biblioteca de la mansión, Alexander apareció con una copa en la mano. Sus pasos resonaron en el mármol hasta detenerse frente a la entrada de la cocina. Observó el rostro devastado de su hija y, sin mirarla directamente, comentó con tono seco:

—Puedes sacar al chico del demonio... pero no al demonio del chico.

El silencio que siguió fue brutal. Sienna lo fulminó con la mirada. No dijo una palabra más. Pero no le hizo falta.

En su cuarto, Ethan estaba tirado en la cama, los ojos rojos. Los dedos se movían rápido sobre la pantalla.

—Vamos, hermano... responde... —murmuró con ansiedad.

Le escribió por WhatsApp. Luego por Instagram. Le mandó memes. Audios. Todo lo que se le ocurrió.

Nada.

Hasta que, finalmente, un solo mensaje llegó.
—Estoy en la bodega del muelle. La de siempre. No le digas a nadie. Sé que tú vas a entender. Solo necesito... silencio. Gracias por respetarlo.

Ethan se sentó de golpe. Volvió a escribir. Mensaje no entregado. Zane había apagado el teléfono.

En la casa Draven, Liz miraba el reloj por décima vez. Marcaba las dos de la mañana. Nadie dormía. Sostenía el celular con manos temblorosas.

—Esto no es normal —murmuró, conteniendo el llanto—. No contesta, no responde, no lo vieron en la escuela... y esos demonios están por todas partes. ¡¿Y si lo volvieron a poseer?!

Jon levantó una mano para calmarla.

—Liz...

Ella ya estaba marcando el 911 cuando sintió la mano de Jon sobre sus dedos. Firme. Silenciosa. La miró a los ojos y, con voz baja pero segura, dijo:

—La policía no va a poder ayudar en esto. Solo lo empeorarían. Hay cosas que no se pueden resolver con esposas... ni con patrulleros.

Ryan estaba sentado solo en el parque, mirando un mensaje que tenía escrito desde hacía semanas. Era para Sienna. Nunca se animó a mandarlo. Tampoco ahora. Pero el nudo en el pecho ya era otra cosa. Y empezaba a pensar que, tal vez, había llegado la hora de decir la verdad.

Chloe lloraba en su cama. La música de fondo apenas tapaba los sollozos. Sus dedos temblaban sobre el teclado de la notebook. “Si tan solo hubiese puesto a dos idiotas a vigilar la puerta… si tan solo no hubiera bajado la guardia…”

Se culpaba. Por lo de Belial. Por lo que le pasó a Zane. Por todo.

Sophia y Lila recorrían el mapa digital del colegio. Entraron a la red de seguridad interna, buscaron señales de energía, huellas, rastros. Nada.

—Es como si no quisiera ser encontrado —susurró Lila, sin apartar la vista de la pantalla.

Sophia tragó saliva, sintiendo el peso de las horas sin dormir.

—Tenemos que hacerlo —dijo, apenas audiblemente—. Sienna no va a soportar mucho más.

En los salones altos del Cielo, Michael y Metatrón se mantenían de pie junto al Mapa Viviente. La energía de Zane… no figuraba. Metatrón frunció el ceño y señaló un punto brillante con el dedo.

—¿Jerusalén?

Uriel negó lentamente, con una expresión amarga.

—Nada.

Michael, con el rostro tenso, murmuró:

—¿Río?

Rafael, quitándose parte de la armadura celestial, respondió con cansancio:

—Tampoco.

El silencio se extendió unos segundos, hasta que Jesús, con los brazos cruzados y la mirada baja, habló en voz baja:

—Recorrí Seabreeze completo. Pasillo por pasillo. Vecindario por vecindario. No está. O no quiere estar.

Y detrás de ellos, Dios permanecía en silencio, sin pronunciar una palabra desde hacía horas. Porque ni Él podía encontrarlo.

En los pasillos terrenales de Brighton, Atenea fingía una excusa distinta cada día. "Zane se enfermó." "Zane está en casa de su tío." "Zane está haciendo un retiro espiritual en el Cielo."

Nadie le creía. Y ella lo sabía. Apoyada contra uno de los pilares del patio trasero, miró hacia el cielo nublado y susurró, con los ojos cerrados:

—Fallé.

—No fallaste, querida hija —respondió una voz grave a su lado.

Michael se había manifestado en su forma humana, ahora como consejero suplente, vestido con un traje oscuro, el semblante sereno pero cargado de tristeza.

Atenea se recostó suavemente contra él, buscando un poco de consuelo.

—Sí, padre… sí lo hice. No lo protegí. No de los demás… sino de él mismo.

Michael no respondió. No había palabras para eso. Atenea miró sus propias manos. Y por primera vez en semanas… no supo si debía seguir ahí.

Y en algún lugar lejano, muy lejos de la escuela, un guerrero empezaba a apagarse...

La vieja bodega abandonada, un lugar olvidado en los muelles de Seabreeze. Grietas en las paredes. Polvo en el aire. Una lámpara de neón parpadea colgada del techo, su zumbido siendo el único sonido constante. Zane está frente a un espejo roto colgado en la pared, apoyado sobre una tabla corroída por el tiempo.

Sus nudillos aún vendados, con manchas secas de sangre y ceniza. Sus ojos están hundidos, marcados por días sin dormir, por noches donde el hambre no supera a la culpa. Se mira fijamente. Pero no se encuentra. El reflejo es extraño. Ajeno.

—No soy… lo que creen que soy —susurró, apenas moviendo los labios.




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