Hybrid - Fase 1

Capítulo 36 - El Segundo Asalto

La nieve caía, pero no era blanca. Era negra, sucia de ceniza y muerte. El aire, denso y cortante, cargado del hedor de la sangre congelada. Moscú ya no era una ciudad. Era una herida abierta. Las cúpulas de San Basilio yacían derrumbadas. Las torres soviéticas, partidas como ramas secas. El suelo mismo se resquebrajaba por las ondas de un poder que no pertenecía a este plano.

Y allí estaban. Dos figuras.

Zane, con la mirada como acero fundido, respiraba lentamente. Frente a él, Legión. Su cuerpo mutaba a cada segundo: brazos que crecían y se dividían, bocas superpuestas, ojos que parpadeaban con desesperación y placer. No era un ser. Era un enjambre de maldad hecho carne.

—Viniste al lugar equivocado… a morir —murmuró Zane, sin miedo.

Gabriel, a su lado, desenvainó su espada celestial. Su aura dorada chispeaba.

—Vamos a darle lo que merece —dijo, avanzando.

Pero Zane le extendió una mano, firme, sin apartar la vista de la abominación.

—No. Pon a salvo a los civiles. Este… es mío —respondió con calma.

Gabriel dudó. Su mano tembló sobre la empuñadura.

—Zane… —susurró con una mirada fría.

Zane sonrió apenas.

—Uno de dos.

Gabriel asintió en silencio. Dio media vuelta. Y corrió hacia los escombros, donde las últimas almas humanas aún respiraban con miedo. Entonces, Legión se lanzó. Corrió como una bestia desatada, multiplicando extremidades, escupiendo voces desde sus múltiples bocas. Su risa era un rugido hueco, hecho de mil gargantas. Zane se quedó quieto… hasta que su aura comenzó a vibrar. Luz dorada y sombra negra se entrelazaron a su alrededor como serpientes. Sus alas se desplegaron a medias.

Zane se movió. Una esfera de energía dual voló de su palma, con trayectoria de bumerán. Legión la absorbió en el pecho, abriendo su torso como un altar profano, y contraatacó con un rayo en forma de calavera ardiente. Zane giró, y una barrera de luz sagrada brotó de su brazo como un escudo viviente. El impacto sacudió el aire. Ambos corrieron. El choque de puños partió la Plaza Roja en dos. Las baldosas volaron como cuchillas. El cielo rugió. Zane pateó a Legión con una torsión perfecta. El demonio voló hacia un tanque soviético oxidado, que explotó bajo su peso. Legión se levantó riendo, con un ojo colgando de un hilo de nervio.

—Hermoso —gimió con varias bocas.

Cargó de nuevo, embistiendo como un tren desquiciado. Estampó a Zane contra lo que quedaba de un mural histórico. El Híbrido cayó. Sangraba. Tosía. Pero se reía.

—¿Te estás divirtiendo? —dijo Zane, escupiendo sangre.

—Muchísimo —aulló Legión, con su ojo encendido.

Zane cerró los ojos. Su cuerpo se cubrió de cruces doradas y líneas negras. La energía rugió dentro de él. Aura Dual Parcial. Cuando los abrió, no había pupilas. Solo luz.

Caminó hacia Legión.

—¿Querías una segunda ronda? —dijo con frialdad.

Legión saltó con el puño cargado de almas. Zane lo atrapó en el aire y, con un movimiento brutal, le rompió el brazo derecho.

—¡AAAAHHHHHHHH! —gritaron doce voces a la vez.

Zane no se detuvo. Lo tomó del cuello y lo alzó por el aire como si fuera de papel.

—Esto es por cada civil. Por cada alma torturada. Por todo lo que me hiciste sentir —dijo, mirándolo fijo.

Clavó una estaca de energía dual en su pecho. Las almas dentro de Legión comenzaron a huir, gritando y chillando mientras escapaban de su cárcel viviente. El demonio ardía.

—No puede… ser… —balbuceó Legión, babeando entre llamas.

—Puede. Y fue —sentenció Zane.

Cerró el puño. Y Legión explotó en cenizas.

Gabriel regresó segundos después, con un niño en brazos. Se detuvo al ver la plaza en silencio. El aire aún humeaba. Y Zane estaba de pie, con los nudillos ensangrentados, respirando con dificultad… pero vivo.

—Lo hiciste… —susurró Gabriel.

Zane no apartó la vista del cielo.

—Uno menos —dijo, aún jadeando.

Gabriel le apoyó una mano en el hombro.

—Falta el otro. Y te digo la verdad… será difícil. Está más fuerte que antes.

Zane cerró los puños. Sus ojos ardieron.

—No me interesa. Voy a usarle los cuernos de palillos.

Una figura descendió en ese instante. Un Trono angelical, envuelto en alas prismáticas, habló con voz grave, como un eco entre nubes.

—Zane… hemos localizado a Baphomet. Está en París.

Zane y Gabriel se miraron. No hicieron falta palabras. Solo fuego en la mirada. Ambos asintieron. Y se elevaron.

El viento no soplaba. Allá arriba, entre los pliegues invisibles de la atmósfera, el silencio era absoluto. La Tierra se desplegaba debajo como una cicatriz interminable. Bosques, ríos, ciudades… todas marcadas por columnas de humo negro y los destellos rojos de portales infernales.

Zane volaba con el cuerpo firme, los brazos extendidos, la capa ondeando detrás como una estela rasgada. Gabriel lo seguía un poco por detrás, acompañado por dos Tronos angelicales —seres colosales con alas como vitrales y ojos dorados, que no decían palabra, pero lo veían todo.

Gabriel rompió el silencio al fin. Su voz flotó entre las nubes sin necesidad de aire.

—¿Estás bien? —preguntó.

Zane no respondió de inmediato. Descendió apenas en su vuelo y cerró los ojos unos segundos.

—No sé cómo responder a eso —dijo al fin, con calma—. Derrotar a Legión… sí, me hizo sentir mejor. Pero también me recordó todas las veces que estuve a punto de morir. Y peor aún… las veces que lo merecía.

Gabriel se acercó un poco más. Sus alas blancas y doradas cortaban el aire sin ruido.

—Entonces no pienses en la muerte —dijo, sereno pero firme—. Piensa en Sienna. En Ethan. En la Tierra. Piensa que ahora nos toca frenar al toro con mal carácter.

Zane dejó escapar una sonrisa ladeada.

—Baphomet siempre tuvo mal carácter —respondió—. Incluso cuando no estaba destruyendo ciudades.

Gabriel rió suavemente. Sorprendentemente, uno de los Tronos dejó escapar un eco vibrante, como un intento de risa… o lo más parecido que un ser hecho de luz y armadura viva podía producir.




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