Hybrid - Fase 1

Capítulo 41 - El Caído Resurge - La Batalla Final - Parte III

Las ruinas de Hollywood crujían bajo la presión del silencio. No quedaba nada intacto. Torres caídas, estructuras torcidas como huesos rotos, cadáveres demoníacos regados como basura chamuscada. Los cuerpos celestiales y humanos yacían entre llamas que ya no ardían: solo se mantenían, como heridas abiertas en la Tierra. Y en medio del campo de batalla, solo dos figuras quedaban erguidas. Zane se quitó la armadura y la camiseta con un solo tirón. Su pecho subía y bajaba despacio, respirando el aire contaminado de ozono y muerte. Su piel era un lienzo de guerra: cicatrices divinas como relámpagos congelados, quemaduras infernales que aún parecían latir. No quedaba nada del chico que una vez dudó de quién era. Solo el guerrero. Solo el equilibrio encarnado. Sienna, tras el campo de contención demoníaco, se tapó la boca con ambas manos. Las lágrimas ya eran costumbre, pero esta vez… eran de orgullo.

—Dios mío… —susurró entre sollozos—. Qué hombre.

Lucifer, desde el otro extremo, estiraba su cuello. Cada crujido de sus vértebras resonaba como cadenas siendo tensadas. Se quebró los nudillos como si calentara antes de una función. Su cuerpo de cuatro metros vibraba de poder puro.

—¿Listo para conocer la verdadera desesperación? —preguntó.

Zane no respondió. Solo se lanzó. Como un relámpago. Un proyectil. Un grito sin voz. Primer impacto: puño directo a la mandíbula. Segundo y tercer impacto: patadas giratorias que doblaron el torso del Diablo. Cuarto: rodilla ascendente, clavada en la quijada. Lucifer retrocedió. La tierra tembló. Desde el exterior de la barrera, Michael alzó la voz, incapaz de contener la esperanza.

—¡Lo está empujando! —bramó.

Metatrón gritó con los ojos encendidos, siguiendo cada movimiento como si pudiera empujarlo con la voluntad.

—¡Vamos, Zane!

Pero la sonrisa de Lucifer… nunca se apagó. El Ángel Caído enderezó lentamente el cuello, acomodándose la mandíbula con un chasquido inquietante. Exhaló despacio, casi con placer.

—Ah… —suspiró—. ¿Ya terminaste?

Alzó la mirada, divertida. Cruel.

—Yo solo estaba midiendo tu fuerza, angelito.

Zane titubeó una milésima. Suficiente. Lucifer lo tomó del rostro como si fuera una fruta, y con una brutalidad sin sentido lo empujó hacia atrás. Luego, le clavó el codo en el pecho. Un CRACK seco. Zane escupió sangre. Lucifer lo alzó por el cuello y lo estampó contra el asfalto. El cráter resultante abarcó media cuadra. Desde los cielos, Gabriel voló desesperado alrededor del campo de contención, buscando una grieta, cualquier punto débil.

—¡No! —gritó, con la voz desgarrada.

Del otro lado de la barrera, Sienna cayó de rodillas, incapaz de moverse, con el llanto rompiéndole el pecho.

—¡Zane!

Lucifer lo levantó de nuevo. Cabeza contra cabeza. Un crujido. La nariz de Zane se quebró. Rodilla en las costillas: dos fracturadas. Mordida en el hombro. Zane gritó. Lucifer lo arrojó contra un poste como si fuera un trapo viejo. En el refugio de Seabreeze, Jon se puso de pie como un rayo. Se llevó las manos a la cabeza, con los ojos desbordados de horror.

—¡Es mi hijo!

Liz ya lloraba, con las manos cubriéndole la boca, incapaz de respirar con normalidad.

—¡Zane! —gimió, rota.

Alexander, con la voz quebrada, tomó la mano de Victoria y la apretó con fuerza, como si ese contacto fuera lo único real que le quedaba.

—Esto es… —murmuró— una ejecución. No está aquí para pelear. Está aquí para enviarnos un mensaje.

Hizo una pausa, mirando la pantalla con terror absoluto.

—A todos.

Lucifer se acercó, lento, dejando que cada paso hiciera temblar el suelo. Le dio una patada en la espalda que lo dejó de rodillas. Luego, caminó en círculo como un depredador. Abrió los brazos con teatralidad.

—Miren —proclamó—. Miren cómo sangra el héroe. Miren cómo el mundo llora… por alguien que ni siquiera puede mantenerse en pie.

Una patada directa al rostro. Zane giró por el aire y cayó con el cuello torcido. Lucifer lo tomó de una pierna y lo usó como una masa. Estampó su cuerpo contra tres autos. Después, lo lanzó contra un cartel de neón. Zane jadeaba. Dientes rotos. Labios partidos. El pecho, cubierto de polvo y sangre. Aun así, entre dientes quebrados, dejó escapar un susurro obstinado.

—No voy a rendirme…

Lucifer se inclinó hacia él, acercando su rostro deformado.

—Lo harás —respondió con frialdad—. Solo que aún no lo sabes.

Pisa su brazo derecho. CRACK. Zane gritó como un animal herido. Rodillazo a la cara. Otro crujido. Un diente vuela. Cae como un símbolo final de lo humano que aún quedaba. Sophia se cubrió los ojos, sollozando.

—No puedo mirar más…

Ryan temblaba, con la voz rota.

—¡Lo está matando!

El mundo… enmudeció. Las cámaras seguían transmitiendo. CNN. BBC. TN. NHK. Al Jazeera. Todos. Incluso canales de YouTube. Todo el mundo, desde Tokio hasta Nueva York, desde Buenos Aires hasta Johannesburgo, observaba lo mismo: A su último defensor. A su faro de esperanza. Siendo destruido. Y nadie… podía detenerlo.

Lucifer lo alzó por el rostro como si fuera una muñeca rota. Sus garras se aferraron a la mandíbula y el cráneo de Zane, y sin esfuerzo, lo levantó del suelo. El cuerpo del híbrido colgaba, sangrando, respirando con espasmos, apenas sostenido por el odio del Rey del Infierno. Y entonces, el demonio lo estrelló contra la tierra. Una vez más.

Pero esta vez, no fue un impacto cualquiera. El cráter que se formó dejó grietas que alcanzaron cinco cuadras a la redonda. El campo de fuerza tembló como si también sufriera el dolor de su campeón. Desde el otro lado de la barrera infernal, los rostros se desfiguraron. Dios cerró los ojos. No como un juez, sino como un padre que no quiere ver morir a su hijo. Jesús apretó los dientes, su rostro era piedra rota, a punto de quebrarse. Sienna cayó de rodillas. Su llanto no tenía voz. Solo lágrimas. Gritos ahogados. Golpes contra el suelo. El amor de su vida… estaba siendo destruido. Lucifer se colocó sobre Zane, ahora reducido a un pedazo de carne palpitante, y levantó las manos manchadas con sangre divina. Esa sangre ardía. Pero a Lucifer no le importaba. De hecho, le encantaba.




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