Hybrid - Fase 1

Capítulo 42 - Que Te Lleven Los Demonios

Los ojos de Zane se abrieron de golpe, como si la vida hubiera sido reinyectada directamente en su alma. Pero no eran los ojos de un simple guerrero. Eran pozos infinitos donde el fuego celestial y la oscuridad primigenia giraban al unísono, como si el universo entero se hubiese condensado en una sola mirada.

Su cuerpo, magullado hasta el límite, comenzó a regenerarse con una velocidad brutal. Los huesos se soldaban con chasquidos secos, la carne se cerraba como si obedeciera a una voluntad superior, y cada herida que Lucifer había infligido era borrada sin misericordia.

Zane permanecía arrodillado entre los restos de la ciudad. El humo aún se elevaba en columnas silenciosas, como cicatrices flotantes sobre el campo de batalla. A su lado, Sienna sostenía su rostro con ambas manos, acariciando con infinita ternura la mejilla lacerada, mientras las lágrimas corrían sin permiso.

—Te amo —susurró, con la voz quebrada.

Zane la miró. Y en esa mirada no hubo guerra, ni dioses, ni abismos. Solo ella.

—Y yo a ti… —respondió, apenas audible, con un hilo de voz más puro que cualquier canto celestial.

Su aura volvió a latir. Primero como una brasa débil. Luego, como un corazón descomunal despertando.

El aire vibró. La luz y la sombra comenzaron a entrelazarse alrededor de su cuerpo.

Pero no hubo tiempo.

Como una sombra que se negaba a desaparecer, como un eco de odio imposible de silenciar, Lucifer apareció detrás de Zane envuelto en un destello de oscuridad absoluta. Su silueta era fuego y venganza, y su sola presencia parecía arrancar el aire de los pulmones.

Antes de que Zane pudiera incorporarse, una patada bestial impactó de lleno en su espalda.

El golpe fue tan brutal que su cuerpo salió disparado como una flecha sin control, atravesando el aire y estrellándose contra los restos de un edificio colapsado. El concreto se deshizo como cartón empapado. El estruendo retumbó por toda la ciudad, prolongándose como un trueno interminable.

Zadkiel y Ajatar reaccionaron al instante, pero Lucifer se había anticipado.

Dos explosiones infernales brotaron de sus manos, lanzándolos en direcciones opuestas como cometas sin rumbo. Ambos impactaron contra estructuras lejanas, provocando derrumbes que levantaron nubes de polvo y escombros a kilómetros de distancia.

Entonces, Lucifer avanzó.

Cada uno de sus pasos hundía el suelo bajo sus pies. Sus ojos ardían como brasas que escupían odio puro. El rostro desencajado, los dientes apretados, las venas marcadas como grietas vivas. La furia que emanaba de él no era momentánea: era total. Final. Absoluta.

Frente a él, Sienna.

Arrodillada. Temblando. Con el alma hecha trizas… pero con la mirada firme.

Lucifer la observó durante un segundo eterno y, sin rastro de piedad, la tomó del cuello con una sola mano. La alzó del suelo como si no pesara más que una hoja seca. Sienna pataleó, jadeando, buscando desesperadamente aire.

Lucifer habló con una voz tan saturada de rabia que el aire mismo pareció resquebrajarse.

—¡TÚ! —escupió—. ¡Una simple humana! ¡Una insignificante! ¿Cómo es posible que hayas causado… tantos problemas?

Sienna forcejeó sin éxito. Su voz fue apenas un hilo ahogado entre la presión insoportable.

—Yo… solo… lo amo…

Los dedos de Lucifer se cerraron con más fuerza. Sus ojos se abrieron como portales al Infierno más profundo.

—¡Silencio! —rugió.

A varios metros, entre los escombros humeantes, yacía Zane.

Su cuerpo sangraba. Su espalda aún despedía vapor. Pero sus ojos… sus ojos no estaban apagados. Observaban. Sentían. Ardían.

Entonces ocurrió.

Un zumbido profundo vibró en el aire, como si la propia Tierra contuviera la respiración. El suelo alrededor de Zane comenzó a resquebrajarse en círculos concéntricos, como si su existencia misma fuera el epicentro de una fuerza imposible de contener.

Desde su espalda emergió una columna de fuego rojo: un torrente de energía infernal tan denso, tan violento, que parecía un grito hecho materia. Y, al mismo tiempo, desde lo más alto del firmamento, una columna dorada descendió como el martillazo de un dios, impactando directamente sobre su cabeza y fundiéndose con su núcleo.

Su aura ya no latía.

Se convulsionaba.

Una sinfonía de explosiones silenciosas danzaba a su alrededor. Las piedras comenzaron a flotar. El viento giró en espiral, retorciéndose sobre sí mismo. Las luces del Cielo y del Infierno temblaron, como si ambas dimensiones sintieran la sacudida.

La piel de Zane empezó a emanar fuego y bruma al mismo tiempo. Su cabello ondeaba sin viento, como si el tiempo a su alrededor hubiera sido alterado. Cada herida se cerraba y se abría a la vez, rehaciéndose en algo nuevo, más fuerte… más peligroso.

A la distancia, Gabriel logró incorporarse entre los restos de un muro derrumbado. Su cuerpo estaba roto, su respiración era irregular, pero sus ojos brillaban con una mezcla de asombro y reverencia. El alma, encendida.

—¡Se está transformando! —gritó con la voz quebrada—. ¡Es el Aura Dual Suprema!

Flashback. Dieciocho años atrás. Reno, Nevada.

La sala de partos estaba en silencio. Demasiado silencio. Solo se oía el ritmo contenido de las respiraciones de los médicos y el sonido entrecortado del corazón de Elizabeth, recostada en la camilla, mientras Jon Draven le sostenía la mano con fuerza, los dedos sudorosos, la mirada fija en el rostro de su esposa.

Habían pasado años. Años de intentos fallidos, de salas blancas, de diagnósticos fríos y esperanzas rotas. Años de aprender a convivir con la idea de que quizá ese momento jamás llegaría. Y sin embargo, allí estaban. Justo ahí. En ese instante exacto.

Entonces… ocurrió.

El llanto no fue lo que rompió el silencio. Fue la mirada.

Zane abrió los ojos apenas fue colocado sobre el pecho de Liz. No los abrió como un recién nacido cualquiera. Los abrió con una intensidad impropia. Azules. Profundos. Antiguos. Como si llevara siglos despierto. Como si no acabara de llegar al mundo… sino de recordarlo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.