El sol pegaba suave sobre el patio lateral de Brighton High, cerca del bosque que lleva al faro abandonado, donde el césped parecía más verde que de costumbre, como si supiera que estaba a punto de presenciar algo que ningún colegio secundario debería presenciar jamás.
Zane y Sienna se habían alejado del bullicio central, refugiándose cerca de un viejo roble y de los bancos medio torcidos que casi nadie usaba. Ella se sentó sobre uno con las piernas cruzadas, mientras él se mantenía de pie frente a ella, con una sonrisa contenida en el rostro.
—¿Estás lista para ver algo que probablemente desafíe todas las leyes de la física, la lógica y la sanidad mental? —dijo Zane, alzando una ceja con picardía.
—Al grano, drama king —respondió Sienna, rodando los ojos sin evitar una risa—. ¿Qué harás ahora? ¿Caminar sobre agua embotellada?
Zane respiró profundo, y entonces lo hizo. Levantó las manos despacio, y en cuestión de segundos, dos auras comenzaron a recorrerle los brazos. Una roja, densa, ardiente como magma vivo. La otra, dorada, suave, vibrante, casi musical. Ambas se entrelazaban como si fueran ríos de energía opuestos fluyendo al mismo tiempo bajo su piel.
Sienna se cubrió la boca con una mano, sorprendida.
—No puedo… no puedo creerlo —susurró Sienna, con los ojos brillando de asombro—. Es decir, sé que me lo contaste. Sé lo que eres. Pero verlo así… tan de cerca…
Zane bajó las manos apenas, con una media sonrisa.
—¿Quieres más?
Sienna dudó un segundo, mordiéndose el labio con curiosidad.
—¿Qué más puedes hacer? —preguntó, en voz baja.
Zane no respondió. Solo se alejó unos pasos, luego desapareció con una estela de viento. Y reapareció tras ella en menos de un segundo.
—Supervelocidad —dijo Zane, guiñando un ojo con una sonrisa ladeada.
Volvió al centro. Se flexionó. Saltó. Y no cayó. Se elevó unos metros por encima del suelo, flotando como si el aire lo sostuviera con reverencia.
—Vuelo —añadió Zane, dando una voltereta en el aire, la voz tranquila.
Apretó un puño, lo clavó en una roca cercana, y la destrozó en mil pedazos sin esfuerzo.
—Superfuerza —dijo Zane, flexionando un bícep con una sonrisa desafiante.
—Zane, esto es demasiado —exclamó Sienna, levantándose de golpe, con los ojos abiertos entre fascinación y miedo—. ¿Qué va a pasar cuando tengas que usarlos de verdad?
Pero la respuesta no vino de él. Vino de otra voz. Serena. Grave. Tranquila. Pero con un filo oculto.
—Tal vez deberías preguntarte qué pasará… si los usa cuando no debe —dijo Gabriel, con voz grave, apareciendo detrás de ellos sin previo aviso.
Sienna giró de inmediato. Unos metros más atrás, parado con los brazos cruzados y expresión severa, estaba el consejero Adams.
—¡Ay por Dios! ¡Zane, baja! ¡Nos está viendo! —gritó Sienna, llevándose una mano al pecho al ver a Gabriel allí, con el corazón latiéndole a mil.
—Tranquila, Sien. No te preocupes por él —respondió Zane, sonriendo sin bajar aún la altura.
—Zane —dijo Gabriel con una ceja levantada, su voz grave resonando.
Zane descendió con gracia, tocando el suelo con total control.
—Ya sé, ya sé. “Tienes que ser discreto”, bla bla bla —murmuró, rascándose la nuca con una media sonrisa.
Sienna los miró a ambos, confundida, todavía con el pulso acelerado.
—¿Se conocen? —preguntó, dudando—. Es decir, no como alumno Draven y consejero Adams. Sino a... ya saben de qué hablo.
Zane respiró hondo, bajando un poco la cabeza antes de contestar.
—En realidad, sí. Sienna… él no es solo el consejero Adams. ÉL es el arcángel Gabriel. El Mensajero de Dios, el hermano de mi papá celestial, Zadkiel.
Silencio. El rostro de Sienna perdió color. Abrió la boca. Volvió a cerrarla. La volvió a abrir.
—¿Hola? —dijo Gabriel, chasqueando los dedos frente a ella con paciencia.
Sienna lo miró a él, luego a Zane, después volvió a mirarlo a él con los ojos bien abiertos.
—¿Gabriel… como el de verdad? —preguntó, la voz temblando un poco—. ¿El de las historias? ¿El del “no temáis”?
Zane asintió, cruzándose de brazos con media sonrisa.
—Ese mismo. Aunque últimamente está más en plan “temed un poco”.
Ella lo miró de nuevo, tragó saliva, y dio dos pasos hacia atrás.
—No sé qué decir… —murmuró Sienna, girando sobre sus talones con la mirada perdida—. Esto es… demasiado. Un gusto conocerte, supongo. Yo me voy a tomar un recreo. Interno.
Y se fue, caminando rápido hacia el edificio, los brazos cruzados, las ideas hechas un nudo. Zane la vio alejarse y soltó una risa por lo bajo.
—Bueno… al menos no gritó —comentó Zane, negando con la cabeza y soltando una sonrisa leve.
—¿Quieres de paso llamar a la BBC? —replicó Gabriel, sin cambiar el gesto, con tono seco—. Cuéntales. Haz una rueda de prensa.
Zane se encogió de hombros con aire despreocupado.
—Ay, no seas tan dramático. Solo era un momento íntimo. Entre dos adolescentes… y un arcángel encubierto.
Gabriel soltó un suspiro, llevándose una mano a la cara como si el peso del universo estuviera apoyado en su frente.
—Dios nos dé paciencia… porque fuerza ya tenemos —murmuró.
Zane sonrió y trotó tras Sienna, mientras Gabriel se quedaba ahí, viendo cómo la línea entre lo divino y lo humano se volvía cada vez más delgada.
El patio del gimnasio de Brighton High está bañado por un sol suave de otoño. Las hojas crujen bajo los pies, y los murmullos de los alumnos llenan el aire. Cerca del árbol que bordea la cancha de básquet, Zane y Ethan se apoyan contra una baranda, observando en silencio el grupo de chicas que ríen, pero no del todo.
—La noto distinta… —murmuró Zane en voz baja, con la mirada tensa, clavada en el suelo.
—¿Sienna? —respondió Ethan, cruzándose de brazos mientras lo observaba con seriedad—. Tú también lo estás, hermano. Están como dos satélites desenfocados.