Hybrid - Fase 1 [en EdiciÓn]

Capítulo 13 - Donde la Luz Se Apaga

La noche está muy serena. Las estrellas parpadean en el cielo despejado, la luna llena ilumina el mundo con una luz suave, casi de postal.

Zane vuela silenciosamente, sosteniendo en brazos a Sienna, quien, entre risas y balbuceos adormilados, intenta mantenerse despierta.

Minutos después, llegan a la mansión Monroe. La ventana de la habitación se abre con un suave crujido. Zane aterriza con la delicadeza de una pluma, entrando como un fantasma blanco y negro en la habitación. Sienna, con las mejillas rojas y los ojos brillosos, le pasa un brazo por el cuello intentando abrazarlo aún en su semi-estado etílico.

—Quédate… quédate conmigo esta noche… —murmuró con una risa suave.

Zane sonríe, una mezcla de ternura y amor velada en su mirada. La acomoda cuidadosamente en la cama, quitándole los zapatos. La tapa con la sábana hasta el cuello, como si fuera su mayor tesoro.

—Debes descansar, pequeña —susurró con voz baja, acariciándole el cabello—. Mañana me vas a querer matar si no te dejo dormir.

Le da un beso suave en la frente. Sienna sonríe en sueños, inconsciente de todo lo que está por venir. Inconsciente de que Zane está a punto de experimentar un gran… cambio.

Zane cierra con cuidado la ventana de la habitación desde afuera. Se posa brevemente en el jardín delantero, mirando hacia el cielo estrellado, respirando hondo.

Esta noche está… perfecta. —pensó, con un atisbo de calma que no había sentido en mucho tiempo.

Mira hacia la calle vacía y, en lugar de volar a su casa, decide… no flotar. Comienza a caminar tranquilamente, manos en los bolsillos, disfrutando de la brisa fresca y el silencio pacífico.

Zane camina solo, con una leve sonrisa, auriculares colgados del cuello, recordando los momentos hermosos de la noche: las risas en la fiesta, los chistes con Ethan, el beso que le dió a Sienna antes de dejarla en su casa.

No todo tiene que ser guerra… ¿no? —pensó, con una sonrisa suave que contrastaba con las cicatrices ocultas en su alma.

Es el tipo de noche donde el viento arrastra apenas los árboles, donde las farolas iluminan con un parpadeo suave y la ciudad parece guardar silencio por respeto, no por sueño.

No había urgencia, no había combate, no había peso sobre los hombros. Solo él. Y los recuerdos.

Flashbacks

Ethan y él, en la costa rocosa, tirando piedritas al mar como si compitieran por ver quién le hacía más “pa-ti-tos”. El sol se reflejaba en las olas, y Ethan tenía esa sonrisa típica que mezcla sarcasmo y nobleza.

—¿Y cuándo te van a dar la armadura celestial, maestro de los elementos? —se burló Ethan, cruzándose de brazos.

Zane soltó una carcajada mientras lanzaba otra piedra que rebotó cuatro veces.

—Ni idea. Pero si es como la de Gabriel, olvídalo. Es como cargar un lavarropas hecho de oro —respondió con picardía.

Ethan casi se atraganta de la risa.

Otro flash: Zane y Ryan corriendo por la cancha del colegio, esquivando rivales mientras el profesor de Educación Física les gritaba desde la línea. Ryan le tiró un pase perfecto. Zane remató con precisión. Gol.

Desde las gradas, Sienna levantaba los brazos en una ovación inventada, sonriendo con los dientes. Zane, con una mezcla de emoción y torpeza, se giró para dedicarle el gol. Y tropezó con los cordones sueltos.

Pero en vez de estamparse contra el suelo, se impulsó con una mano, giró en el aire, y cayó de pie. El griterío se duplicó. Hasta el profesor aplaudió.

Otro flash: La habitación de Lila, olor a pintura fresca y lápices por todos lados. Zane estaba sentado en una banqueta, quieto como estatua, con una sábana gris sobre el torso y una expresión resignada.

—¿Cuánto tiempo más tengo que estar así? —preguntó, apoyando la mano en el mentón con dramatismo.

—El tiempo suficiente —respondió Lila sin levantar la vista, moviendo el pincel con precisión—. Y ahora cierra la boca. Eres más lindo cuando no hablas.

Desde un rincón, Sienna se reía como si el arte justificara cualquier tortura.

Y el último, más reciente: El Cielo. Blanco. Infinito. Calmo. Zane, aún vendado tras su recuperación por el combate contra Legión, caminando con paso lento hacia una figura de armadura pulida que lo esperaba al borde de una plataforma suspendida entre nubes.

Michael.

El arcángel se inclinó en una reverencia breve. Zane lo miró, alzó el puño, y sin decir una palabra… le ofreció un saludo informal.

Michael parpadeó. Gabriel, que observaba desde el otro lado, soltó una carcajada suave, negando con la cabeza. Michael dudó. Y luego, en un gesto incómodamente humano… le chocó el puño.

Zane volvió al presente. La calle estaba en calma. Faltaban unas cuadras para llegar a su casa...

Pero algo empieza a inquietarlo. Algo parecido… parecido a esa vez en el patio delantero de Sienna. Se detiene.

El aire cambia. Silencio absoluto. Ni viento, ni grillos. Ni alma en la calle. Solo un leve temblor que levanta las piedritas que están en la calle.

Zane levanta la mirada.

Entre la bruma, una figura enorme emergió caminando por el centro de la calle. Era como una montaña viviente, una pesadilla con forma de minotauro. Medía más de tres metros, con un torso marcado por tatuajes que brillaban con energía infernal. Los cuernos negros y curvados vibraban con poder oscuro.

—¿Y tú quién demonios eres? —preguntó Zane, arqueando una ceja.

La voz de la bestia retumbó en toda la calle, profunda y teatral, como un trueno sostenido.

—¿Quién soy? Aquí, donde la luz no brilla… aquí, donde ya no queda sombra alguna… hoy conocerás mi nombre. Soy el poder, y nadie osará desafiar al gran Baphomet.

Zane suspiró, cruzando los brazos con fastidio.

—¿Siempre tienen que ser tan dramáticos? Esa frase la repites como si te pagaran por ello. ¿Qué es lo que quieres?

El demonio caminó de lado a lado, su sombra proyectándose sobre las casas como un eclipse.




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