El cielo celestial arde en tonos dorados y lilas. Flores flotan lentamente, el viento acaricia la hierba… Gabriel camina adelante, mirando hacia el horizonte. Zane, a 10 pasos detrás, camina con la cabeza ligeramente baja, su mano derecha temblando apenas mientras agarra la Espada del Híbrido. El latido del Orbe de Esencia, como un tambor primitivo, resuena en su mente. Sus ojos parpadean entre dorado celestial… y rojo demoníaco.
—Perdón… Gabriel —susurró, con voz hueca y quebrada.
—¿Eh? —alcanzó a responder Gabriel, confundido.
Antes de poder siquiera girar… Zane clava la Espada del Híbrido en su espalda baja. El arma atraviesa a Gabriel como papel, su punta sobresaliendo ensangrentada por su vientre. La sangre roja y dorada de Gabriel salpica la hierba sagrada. Su expresión es de incomprensión absoluta.
—¿Zane…? —jadeó, mirando por encima del hombro.
Sus alas tiemblan, y luego, lentamente, caen hacia abajo, como si la luz misma lo abandonara.
Zane jala del cuerpo de Gabriel hacia él violentamente. Con un movimiento seco y preciso, corta su cabeza.
CLANG. La espada sagrada silba en el aire mientras la cabeza cae, rodando entre la hierba celestial. El rostro de Gabriel… aún muestra incredulidad. Sus ojos, ahora apagados, reflejan el atardecer celestial.
Zane mira hacia la cabeza de su tío, su maestro celestial, su mentor. Un flash de duda cruza, pero el poder del Orbe es inmenso. Su mirada cambia a desprecio absoluto.
—Ups… —dijo con tono sarcástico, mirando la cabeza—. Creo que se me fue la mano.
Una sonrisa torcida asomó en sus labios.
—Bueno, ahora a esconder la evidencia. Por suerte, como demonio puedo ocultar la energía de los demás celestiales.
Se detuvo un segundo, frunciendo el ceño.
—Un segundo… ¿cómo demonios sé eso?
Encogió los hombros.
—Meh, qué más da.
El demonio conocía perfectamente las habilidades infernales que le habían sido otorgadas. Todo demonio puede esconder por un tiempo determinado el aura de sus enemigos (y la propia) para así no alertar a los demás aliados que tengan, y poder aniquilar a su presa con tranquilidad. Zane toma la cabeza en una mano y el tobillo de Gabriel en otra, la espada del Híbrido transportándose a su interior en sombras y fuego, como si se fusionase con su alma impura. Comienza a caminar lentamente, sin testigos, sin remordimientos, sin piedad.
Zane se dirige con el cuerpo de Gabriel, arrastrándolo hacia el precipicio de los Cielos, donde debajo se puede ver el amplio Océano Atlántico en la Tierra. Zane sostiene el cuerpo decapitado de Gabriel en un solo brazo.
Sin una pizca de remordimiento, lo arroja al vacío. La cámara sigue el cuerpo: Cae, y cae, como un meteorito que choca con la atmósfera terrestre, hasta estrellarse en las aguas profundas. Pequeñas burbujas doradas emergen por unos segundos. Luego, todo queda en silencio absoluto.
Zane, de espaldas al abismo, mira el horizonte mientras sus alas parpadean entre blanco, negro… y rojo sangre.
—Hasta la vista, baby —dijo con una sonrisa torcida, su voz resonando doble, humana y demoníaca al mismo tiempo.
El viento sopla fuerte. La Espada del Híbrido vibra en su interior, como alimentándose de la sangre celestial recién derramada. Zane siente sus venas ardiendo unos segundos, antes de apagarse nuevamente.
Los jardines, normalmente repletos de luz, se sienten desconectados. El aire está denso. Las flores... cerradas. Todo huele a traición.
Zane está solo, su camisa blanca salpicada con una mancha roja que apenas cubre con su chaqueta. A sus pies, la tierra aún tiembla por el impacto del cuerpo de Gabriel arrojado como basura divina hacia el Atlántico.
El silencio lo envuelve. Hasta que Zane se pasa la mano por el cabello, camina unos pasos, mira hacia arriba… Y empieza a hablar. Un tono burlón, insultante y hasta carente de todo respeto no solo por lo que acaba de hacer, si no por lo que hará.
—“¿Por qué tardaste tanto, amor? ¿Estás bien? ¿Te peleaste con Gabriel otra vez?” —dijo, imitando con sarcasmo la voz de Sienna.
Se ríe. Una risa vacía. Seca. Casi como si se burlara de sí mismo.
—No, claro que no, Sien… —continuó con voz normal—. Solo fue una charlita profunda. Ya sabes cómo es Gabo, con esos sermones de “fe”, “deber” y “luz eterna”. Le dije que me dejara respirar. Que confiara en mí. Que dejara de actuar como si fuera mi niñera alada.
Pausa. Zane mira su puño, donde aún queda un poco de sangre seca.
—Y entonces… se puso terco. Como siempre. Y me miró… como si supiera.
Sonríe de lado. Una sonrisa que no tiene alma.
—¿Sabes qué es gracioso, Ethan? —dijo en un murmullo casi psicópata—. ¿Quieres saber qué me dijo antes de que, bueno… dejara de hablar?
Camina hacia un estanque. El agua refleja su rostro… pero por un segundo, no es su reflejo: es Lucifer sonriendo. Zane se sujetó el estómago con teatralidad, exagerando la agonía:
—“Ughh, aghhh, Zane?” —dijo con burla—. Tan dramático. Tan… Gabriel.
Se agacha, saca una hoja flotando en el estanque y la parte en dos.
—¿Qué iba a hacer? —dijo con un tono gélido—. ¿Dejar que me frenara? ¿Que me debilitara? ¿Por qué seguir sus reglas… si puedo escribir las mías?
Zane se endereza. Se limpia la camisa. Se arregla el cabello. Y su rostro se transforma: una sonrisa cálida, confiada… falsa.
—“Perdón por la demora, chicos. Gabriel quería asegurarse de que estaba listo para volver… ¡Ya sabes cómo es! Todo protocolo y blablablá celestial…” —entonó con una voz ensayada, impecable.
Mira al cielo con cinismo.
Zane, ahora de pie frente al estanque, ya cuenta con su monólogo completo. El aire vibra a su alrededor. Estira el cuello, gira los hombros… y levanta su mano derecha.
—No puedo ir con olor a “ángel asesino”… —dijo con calma, casi divertido—. Hora de vestir el papel.
CHASQUIDO.
La túnica celestial se desvanece en humo. En su lugar se forma una musculosa negra ajustada con la calavera de carnero en el centro del pecho. Pantalones negros gastados, con parches cosidos y una cadena colgando del cinto. Las runas y la cruz del Leviatán emergen sobre sus brazos como si hubieran estado ahí desde siempre. El collar de cruz metálica se materializa y cae sobre su pecho con un leve sonido. Sus ojos se mantienen normales por ahora. Pero el alma… ya no lo es.