Hybrid - Fase 1 [en EdiciÓn]

Capítulo 22 - Brutalidad Sagrada

Zane no supo en qué momento dejó de estar despierto. El mundo se había fundido en una negrura densa, sin temperatura, sin sonido, sin dirección. No había cielo, ni suelo, ni horizonte. Solo un manto absoluto que lo envolvía y lo contenía… como si flotara en el interior de un pensamiento ajeno.

Y entonces, una voz. No fuerte. No violenta. Solo inevitable.

—Estás cerca… —murmuró Lucifer, con una calma que helaba—. ¿Lo sabes?

Giró instintivamente, aunque no había nada a su alrededor. Ni una forma. Ni una silueta. Solo un eco. Pero uno que hablaba como si conociera cada rincón de su alma.

—Te niegan. Te temen. Te miran como si pudieras romperte. Como si fueras uno más —continuó Lucifer, su voz expandiéndose en la nada—. Pero tú y yo sabemos que no lo eres. No naciste para encajar, Zane… naciste para inclinar la balanza.

Una figura emergió entonces, no desde la oscuridad, sino desde adentro de su percepción, como si siempre hubiese estado ahí, observando. Lucifer. Traje oscuro, corbata deshecha, sonrisa que no mostraba dientes pero sangraba intención. Sus ojos… dos tajos de luz carmesí que no iluminaban, sino que devoraban.

—¿Cuántas veces más vas a contenerte? —susurró, sin moverse—. ¿Cuántas veces vas a dejar que te usen, que te frenen, que te miren con miedo y, aun así, te pidan milagros?

Zane no respondió. Su cuerpo estaba quieto, como atrapado en un sueño lúcido. Su respiración se aceleraba, pero no sabía si era suya o parte de esa atmósfera viva que lo rodeaba.

Lucifer comenzó a caminar a su alrededor con paso tranquilo, como si recorriera un jardín que conocía de memoria.

—Río de Janeiro. Jerusalén —murmuró, observando sus propias manos con detenimiento—. Dos polos espirituales. Dos monumentos a la hipocresía. Ciudades que rezan de día… y matan de noche.

Su voz bajó, tornándose más grave, más íntima, hasta sonar como un secreto irresistible.

—Quieres limpiar el mundo, ¿verdad? —continuó, inclinando apenas la cabeza hacia Zane—. Entonces empieza por ahí. Quema lo que ellos llaman sagrado… y verás cuán rápido se les derrumba la fe.

Zane bajó la cabeza. Sus manos, abiertas frente a él, comenzaban a sangrar. Pero no por heridas. Sangraban recuerdos. Sangraban posibilidades.

—Están listos para odiarte de verdad —susurró Lucifer, su voz reptando como humo entre las sombras—. Solo les falta un motivo. Sé generoso… dáselos.

Se detuvo frente a él y se inclinó apenas, lo justo para que su voz rozara el oído con un tono casi paternal.

—Yo no te obligo, Zane —dijo con frialdad, firme, inapelable—. Nunca lo hice. Yo solo te doy permiso.

La oscuridad tembló.

Y cuando Zane abrió los ojos, estaba de pie sobre la azotea de un edificio alto. El viento nocturno le golpeaba el rostro. Abajo, la ciudad destrozada de Mar del Plata se extendía como una mancha viva de luces intermitentes. Ahora era un mapa. Y cada punto brillante… era un error esperando ser corregido.

En el interior de su pecho, la influencia del Orbe de Esencia palpitaba igual que en el Infierno y en el alma de Lucifer. No como un parásito. Sino como parte de su sangre.

Y en la distancia… Río y Jerusalén esperaban.

6 horas después.

Pánico absoluto en el interior de la sala de conferencias de la ONU. Imágenes satelitales muestran una energía negra cubriendo Río de Janeiro. Diplomáticos de más de 100 naciones discuten frenéticamente en todos los idiomas posibles. Gritos, papeles volando, celulares sonando. Un asesor corre y arroja una carpeta sobre la mesa del secretario general.

Los sucesos aparecen en una pantalla gigante. Se ve una cúpula de energía negra expandiéndose como una enfermedad cósmica.

—C'est quoi ce bordel?! C'est toute une ville! —gritó el delegado francés, fuera de sí. (¡¿Qué demonios es eso?! ¡Es una ciudad entera!)

—Esse é meu povo! Minha família está lá! —sollozó el representante de Brasil, al borde de las lágrimas. (¡Esa es mi gente! ¡Mi familia está ahí!)

Un analista de inteligencia, con la piel lívida, apenas logró articular palabra:

—No… no se trata de una bomba. Es energía… viva. Como si respirara.

De repente, todas las pantallas se apagan un segundo. Silencio total. Luego, una tras otra, se encienden con la misma imagen.

La cara de Zane poseído, sin expresión humana. Su piel está igual de seca que una piedra agrietada, sus iris brillan en rojo ardiente, y su voz se divide: una es grave, otra más distorsionada, y ambas suenan al unísono. Como si Zane hablara… con Lucifer desde adentro.

—Hoy juzgué a una ciudad entera. Once millones de almas. ¿El veredicto...? Ninguna digna.

Sonríe de una manera totalmente psicótica, casi como si disfrutara del momento. Se inclina hacia la cámara, su rostro deformado por un deleite casi sensual en el sufrimiento.

—Y ustedes… son los siguientes.

Instantes después, Zane comienza a levitar sobre la ciudad carioca. Un plano general desde un satélite muestra cómo la cúpula negra se colapsa hacia adentro, como si devorara todo en su centro. Segundos después… BOOM. Una explosión carmesí con núcleo negro detona desde el corazón de Río.

El aire parece romperse en partículas rojas. Las olas del océano retroceden por un instante…y luego un maremoto de energía infernal consume la costa. El satélite muestra un plano cenital de la estatua del Cristo Redentor. La energía sube por el cerro como lava líquida, trepando por las piernas de la estatua.

La cruz de sus manos se quiebra primero. Luego, como si fuese cera bajo fuego, todo el monumento se derrite lentamente. Una gota de bronce fundido cae donde estaba la mirada serena del Cristo… y el mundo ve en vivo cómo la fe parece caer junto con Río.

Esa misma noche, Sienna está arrodillada frente al televisor, temblando. Chloe trata de contenerla pero ella misma está quebrada también.




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