Los estudiantes salen por la puerta principal como un río de mochilas, murmullos y risas. Zane camina con las manos en los bolsillos, charlando con uno de los profes de educación física sobre rutinas de fuerza.
A lo lejos, Sienna lo ve. Y lo ve reírse. Lo ve sonreírle a Lia, que justo estaba saliendo por el pasillo contrario. No hay contacto. No hay palabras. Solo una sonrisa neutra. Pero para Sienna, eso es suficiente.
Ella acelera el paso. Su ceño fruncido delata que no va a dejarlo pasar así nomás.
—¿La pasaste bien? —preguntó, con la voz firme.
Zane parpadea, genuinamente confundido.
—¿Eh? ¿Con quién?
Sienna cruzó los brazos, soltando una risa breve, cargada de ironía.
—Con tu nueva amiguita. La que te miró como si fueras una degustación de postre.
Zane la mira con las cejas alzadas. No entiende nada. Literalmente.
—¿Hablas de Lia? ¿Y eso a qué viene?
Sienna bajó un poco la mirada, pero mantuvo el gesto firme.
—A que no soy estúpida, Zane. Y a que tú tampoco deberías serlo.
Zane arqueó una ceja, ya cruzando los brazos también.
—¿Perdón? ¿Desde cuándo estamos saliendo como para que me esté ganando una escena de celos y no me enteré?
Sienna se queda dura. Muerde el labio inferior, incómoda.
—Desde que me compartiste un paraguas y me miraste como si ya no tuvieras miedo de sentir algo —soltó finalmente, con la voz más baja.
Zane no responde. No porque no quiera… sino porque está recalculando fuerte.
Sienna bajó un poco los hombros, más tranquila, dando un paso atrás.
—Solo… ten cuidado con ella. No todo lo que brilla es oro.
Sienna gira sobre sus talones y camina directo hacia el auto de su padre que la espera al final de la vereda. Ryan y Ethan aparecen justo detrás de Zane, viendo toda la escena como si fuese un capítulo de una novela.
Ryan silbó bajito, con una sonrisa divertida:
—Uh-oh… Alguien durmió afuera y ni cuenta se dió.
Ethan le dio una palmada en la espalda a Zane, sacudiéndolo apenas.
—Te has metido en terreno minado, Terminator.
Zane soltó un suspiro, murmurando para sí mismo:
—Yo solo sonreí… ¿Desde cuándo eso te mete en problemas?
Ryan se rió por lo bajo, sacudiendo la cabeza.
—Desde que a la que no le sonreíste… le importas más de lo que admite.
Zane se queda mirando a lo lejos el auto del papá de Sienna alejándose. Y por primera vez… algo en su pecho se aprieta.
El pasillo está casi vacío. Las voces de los alumnos se disipan al fondo mientras Lia Morningstar termina de guardar unos libros en su casillero. Con la gracia de una actriz de cine, cierra la puerta con un leve clic… y justo detrás de ella está Gabriel Adams, de pie, impecable con su saco gris oscuro, mirada firme.
—Lindo disfraz… ¡Lilith! —dijo Gabriel, con voz serena pero cargada de gravedad.
Lia no se inmuta. Solo sonríe, despacio, girando con elegancia mientras se acomoda un mechón de cabello.
—Gabriel. Qué sorpresa… ¿No se supone que deberías estar ayudando a chicos con ansiedad adolescente?
Gabriel no cae en la provocación. Su expresión es grave.
—Sabemos para qué estás aquí. Si te atreves a tocar o corromper a Zane… —advirtió, con voz baja pero firme— Te juro que ni el Infierno va a poder protegerte de lo que viene.
Lia suspira exageradamente, como aburrida.
—Siempre tan dramático —murmuró con ironía—. ¿Qué vas a hacer, angelito? ¿Golpear a una alumna de Brighton? ¿Perder tu rol de "adorable consejero escolar" que te mantiene cerca de tu sobrino?
Gabriel entrecerró los ojos, dando un paso apenas.
—Esto no es un juego.
Lia cruzó los brazos, ladeando la cabeza con una sonrisa torcida.
—Claro que lo es. Y yo juego para ganar.
Ella se inclina ligeramente hacia él, como si compartiera un secreto, su voz bajando a un susurro cargado de veneno:
—Te voy a dar un consejo, gratis: Mantén a la chica Monroe lejos de mí. Porque si sigue interponiéndose… Alguien va a terminar llorando. Y no voy a ser yo.
Gabriel da un paso al frente, pero ella ya se está alejando pasillo abajo, taconeando como si caminara por la alfombra roja del Infierno. La observó alejarse, apretando los dientes mientras murmuraba por lo bajo:
—Maldita sea…
La campana suena.
Al otro día, por la tarde, los pasillos de la secundaria vibran con murmullos y rumores de la noche del baile dos días atrás.
Zane está en su casillero. Tiene la mochila a medio cerrar y cara de “me quiero ir ya”. La campana acaba de sonar, los alumnos empiezan a salir.
De repente, una figura se le acerca por la espalda con pasos suaves pero seguros. Es Lia, con su clásico uniforme ajustado, camisa apenas abierta y mirada que derrite al que se cruce.
—Qué raro que un tipo como tú siga en una escuela —dijo Lia con una sonrisa ladeada, como si lo conociera de toda la vida—. Tienes la cara de haber vivido más guerras que el mundo moderno.
Zane gira con expresión seria. No dice nada, solo la observa con el ceño fruncido.
Lia no se detuvo. Dio un paso más, acortando la distancia entre ambos.
—¿Sabes que eres el único chico que no me miró como si quisiera devorarme? —murmuró—. Me da curiosidad saber si es porque no te interesa… o porque estás tratando de resistirte.
Lia levanta una mano y le acomoda el cuello de la campera a Zane, sus uñas apenas rozan su piel.
Zane sostuvo la mirada, el tono frío, controlado:
—¿Siempre invades espacios personales o eres asesora de imagen?
Lia sonrió más, bajando la voz hasta casi un susurro:
—Un poco y un poco...
Zane le sostiene la mirada, sin retroceder… pero tampoco la echa.
Desde unos metros más allá, Sienna ve todo. Viene caminando con auriculares colgados del cuello, carpeta en mano.
Se detiene.
Ve la escena completa: la forma en que Lia lo toca, la forma en que Zane no la empuja, esa cercanía… ese silencio.