Zane frunce el ceño al escuchar ese nombre. Su cuerpo se pone en guardia. Mira hacia la puerta por si Sienna está cerca. Está solo.
—¿Cómo sabes ese nombre? ¿Quién carajos eres… y qué haces en esta casa? —preguntó Zane, con la voz tensa, los puños cerrados mientras su mirada se afilaba.
Baphomet sonrió torcido, como si cada palabra le diera placer.
—¿Casa? —repitió con desprecio—. Esto es solo un espejismo. Aquí, donde la luz no brilla… donde no persisten las sombras… Hoy conocerás mi nombre, híbrido. Porque yo soy el poder. Yo soy la guerra. Yo… Soy Baphomet.
Hace una pausa. El tatuaje del pecho se ilumina levemente, como latiendo con fuego interno.
—Pero no vengo aquí por mí. No todavía —dijo Baphomet, con malicia seductora en la voz, mientras sus ojos rojos brillaban en la oscuridad—. Vengo por deseo de quien te forjó… y ahora te reclama. El Rey de las Tinieblas, Lucifer.
El nombre golpea el aire como un trueno seco. Zane aprieta los puños, su aura empieza a vibrar sin querer, una mezcla de rojo y dorado.
—Te equivocaste de barrio, monstruo —murmuró Zane en voz baja, con un tono oscuro y firme, mientras sus ojos brillaban apenas entre las sombras.
Pero Baphomet solo sonríe. Y da un paso más cerca del portón. Un paso que retumba.
Zane da un paso hacia el portón. Su aura empieza a activarse: rojo y dorado chispean débilmente a su alrededor, como si su alma dudara entre dos fuegos. El aire se vuelve denso. Las plantas del jardín tiemblan ante el poder contenido.
—No soy lo que él quiere que sea —dijo Zane con voz firme, la mandíbula tensa, conteniendo la rabia.
Baphomet sonrió, oscuro, dejando ver sus colmillos.
—Pronto… no tendrás opción, niño.
Baphomet levanta una mano, y su piel comienza a agrietarse. Vapor rojo emerge de su espalda. Está a segundos de transformarse. Zane aprieta los puños, las venas se le marcan, sus ojos empiezan a destellar… Pero antes de que el caos estalle…
Una luz dorada cae del cielo como un relámpago suave. No violento, pero imponente. Gabriel desciende desde las alturas, con su ropa moderna pero su esencia ancestral brillando como una estrella entre la oscuridad. Su sola presencia detiene la transformación.
—Baphomet… aquí no —tronó Gabriel con voz poderosa.
El demonio frunce el ceño. Da un paso atrás, no por miedo… sino por respeto. Por estrategia. Lo estudia. Luego mira a Zane con esa sonrisa que da miedo y placer al mismo tiempo.
—Gabriel… siempre tan puntual —dijo Baphomet, inclinándose apenas con una sonrisa burlona—. Como un faro que guía a los náufragos. Pero este no es el momento. Aún no.
Sus ojos se clavan en los de Zane. Luego, sin más, su cuerpo se deshace en un torbellino de sombras. Se esfuma, pero el olor a azufre y el temblor de su amenaza quedan en el aire.
Dentro de la casa, Sienna revuelve la pasta y se pone a tararear un tema de Lana del Rey, sin saber que su jardín fue a segundos de volverse un campo de guerra.
Zane baja los hombros. Gabriel lo observa en silencio.
—Esto… es solo el comienzo. Vamos, tenemos que informar de esto a Je— —empezó Gabriel con seriedad.
—¿Eh? ¡No, espera! —lo interrumpió Zane, con desesperación en la voz—. Estoy por tener una de las cenas más importantes de mi vida, Gabe. No me arruines la noche.
Gabriel exhaló fuerte, llevándose la mano al tabique nasal, claramente frustrado.
—Zane… casi te enfrentas con uno de los generales del Infierno. ¿No te parece que eso califica como “urgente”?
Zane juntó las palmas como si rezara, mirándolo suplicante.
—Te juro que por hoy… solo por hoy… necesito ser normal.
Gabriel lo mira en silencio. Luego sonríe, apenas. Hay compasión en su gesto. Una mano en el hombro, un leve apretón.
—Una noche —aceptó Gabriel, con la mirada firme pero resignada—. Después, de regreso al campo de batalla.
Zane asiente. Gabriel se eleva en el aire, su silueta dorada desapareciendo entre las nubes nocturnas. Zane se queda unos segundos más, mirando el portón. Respira hondo… y se da vuelta, volviendo a entrar. Al fondo, Sienna sirve la mesa, ajena al infierno que estuvo… literalmente, a metros.
La casa de los Monroe, normalmente silenciosa y solemne, se ve envuelta por una atmósfera distinta esa noche. En el comedor, la vajilla está servida con cuidado, la luz tenue de la araña crea reflejos dorados sobre la mesa, y en el centro, Zane y Sienna comparten risas mientras terminan de cenar.
La pasta no es perfecta, la salsa está algo líquida, pero eso no importa.
—Sabes… podríamos acostumbrarnos a esto —dijo Sienna, riendo mientras se limpiaba con la servilleta.
Zane la miró con una sonrisa tranquila, como si en ese momento ella fuera lo único real en su mundo.
—¿Cena para dos todas las noches? Vendido. Aunque yo cocino la próxima.
Sienna alzó una ceja, divertida.
—Hecho, pero si me matas con salmonella, te demando en nombre del amor.
Ambos se ríen. El ambiente es cálido, íntimo. Zane se inclina hacia ella como si fuera a besarla de nuevo, pero…
—CLACK—
El sonido del portón eléctrico cortando el silencio. Luego, el motor del auto. Después, la puerta principal abriéndose como un hacha rompiendo el momento.
—Sienna… ¿qué está pasando aquí? —preguntó Alexander desde el hall, con la voz firme y cargada de sorpresa, mientras sus pasos resonaban con fuerza en el mármol.
Zane no dice una palabra. En un parpadeo, desaparece. Un chasquido en el aire es lo único que queda de él, como si el viento hubiese sido interrumpido por magia. Sienna queda sola, paralizada por una fracción de segundo. Luego, activa el “modo actriz”.
—¡Oh! Mamá, papá… no esperaba que volvieran tan pronto —dijo Sienna, levantándose de la silla con una sonrisa fingida y el tono cuidadosamente controlado.
Victoria entra al comedor, impecable en su vestimenta como si viniera de un desfile de moda, mirando cada detalle con ojo crítico.