Al otro día en la clase de Historia en Brighton High, todos los alumnos se ven concentrados. Excepto por Sienna y Ethan, que se ven más preocupados que de costumbre.
El reloj marca las 12:17 PM. Los alumnos están aburridos. El profesor de Historia habla sobre la caída del Imperio Otomano, pero ni él está convencido.
En la penúltima fila están Sienna y Ethan. Ella revisa su celular por quinta vez en el día. “Mensaje no leído.”
La última vez que habló con Zane fue anoche… cuando él la dejó en casa después de la fiesta.
—No contesta desde anoche. Y no vino hoy —murmuró ella, con un nudo en la garganta—. Ni siquiera me dejó un “ok”.
Ethan la miró, inquieto, bajando la voz.
—¿Tampoco te dijo si llegó bien? No me digas eso…
Los dedos de Sienna temblaban sobre el celular. Bajó la mirada.
—Estoy tratando de no pensar mal, pero…
Justo en ese momento, se abre la puerta. Todos miran. Entra el consejero Adams. Impecable, traje azul marino, rostro serio como una lápida.
El profesor arqueó una ceja, sorprendido.
—¿Se le ofrece algo, señor Adams?
Gabriel ajustó el saco con calma, aunque sus ojos no mentían: eran gravedad pura.
—Disculpe la interrupción. Necesito que Sienna Monroe y Ethan Blake me acompañen a la oficina. Es… importante.
Sienna y Ethan se miraron, congelados. Sus corazones golpeaban en el mismo compás. Ambos sabían que no se trataba de un simple consejo escolar. Si Gabriel preguntaba puntualmente por ellos… era porque algo había sucedido. Algo con Zane.
SILENCIO. Ellos simplemente se levantan de sus asientos y caminan hacia la puerta. El ambiente era una tumba, como si todos supieran lo que estaba a punto de ser anunciado en la oficina del consejero. Gabriel los deja pasar y luego cierra la puerta un poco más fuerte de lo usual.
Los pasos de los tres resuenan en los pasillos vacíos. Sienna mira a Ethan, que no saca la vista de encima de Gabriel, ya que luce demasiado estoico y serio, más de lo usual. Y eso... eso era preocupante. Sienna no aguantó más. Su voz tembló al romper el silencio.
—¿Esto tiene que ver con Zane?
Gabriel no se volvió hacia ella. Continuó caminando, implacable, como una estatua en movimiento.
—Sí. —respondió con firmeza—. Y deben estar preparados.
Unos momentos después, Gabriel abre la puerta de su oficina, haciéndolos pasar y tomar asiento. Gabriel cierra la puerta. Se sienta frente a ellos. No tiene papeles. No tiene sonrisa. Solo su rostro humano con un peso que no puede ocultar. Se queda en silencio unos minutos, con Sienna jugando con sus pulgares en su regazo y Ethan mordiendo sus uñas. Finalmente, Gabriel habló, con una voz tan suave que apenas rompía el aire:
—Zane… fue atacado anoche. Justo después de dejarte en tu casa, Sienna.
El mundo de ella se quebró en un segundo. Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos antes de que pudiera pronunciar palabra.
—¿Qué… qué quieres decir? ¿Quién lo atacó?
Ethan se inclinó hacia adelante, medio levantándose de la silla, con la respiración acelerada.
—¿Dónde está? ¿En el hospital? ¿Por qué no nos llamaron?
Gabriel levantó la mano derecha, pidiendo calma.
—No está en un hospital. —hizo una pausa, y su voz descendió, más grave—. Tuvimos que llevarlo… a un lugar especial.
El silencio fue un cuchillo. Y entonces, con un tono aún más pesado, dijo la verdad:
—Fue Baphomet. El demonio minotauro. Lo embistió con sus cuernos y le atravesó el pecho. Le fracturó el brazo derecho. Le destrozó la tercera vértebra lumbar. Le partió las veinticuatro costillas. Lo golpeó contra muros, vehículos, asfalto. Su rostro quedó irreconocible.
Gabriel bajó un instante la mirada antes de terminar:
—Y lo peor… le abrió profundamente el abdomen, perforando músculos y pulmones.
SILENCIO.
Sienna se lleva ambas manos a la boca. Una lágrima cae sin permiso. Cualquier ser humano estaría bajo tierra luego de todo eso, y como ella a veces olvida que su novio es un ser divino, pensó lo peor.
—¿Está… muerto? —su voz temblaba, quebrada, casi infantil.
—No. —Gabriel respondió de inmediato, con firmeza, como si quisiera cortar el pensamiento antes de que creciera—. Pero está… al borde. Lo llevé al único lugar donde podría tener una posibilidad de salvarse.
Sienna se larga a llorar sobre Ethan, que no hace más que automáticamente contenerla y agarrar su cabeza. A falta de Zane, Sienna aún tenía a su amigo desde la primaria.
—¡¿Y por qué nadie nos dijo nada antes?! —estalló Ethan, la voz rota, mirando directo a Gabriel.
Gabriel sostuvo su mirada sin apartarse, como un juez que sabía exactamente lo que decía.
—Porque cualquier humano que supiera esto sin estar preparado… se rompería. Y Zane no querría que ustedes lo vieran en ese estado.
Hubo un silencio denso, hasta que su tono cambió. Más bajo. Más humano.
—Pero ahora no basta con curarlo. Necesita algo más. Necesita saber que no está solo. Que todavía tiene algo por lo cual luchar.
Sienna se seca los ojos. Mira directo a Gabriel. Su mirada muestra una súplica que prueba innecesarias las palabras en ese preciso instante. La tristeza, la desesperación y la angustia se detallan automáticamente en su hablar.
—Llévame. Ahora. Quiero verlo, por favor —murmuró, con la garganta a punto de romperse.
Gabriel se inclinó hacia ella con suavidad. Su mirada también abarcó a Ethan, como si les hablara a ambos a la vez.
—Sí. Por supuesto. Antes de caer en ese sueño profundo… Zane pidió verlos. Sabía que los necesitaría cerca.
Gabriel levanta una mano. Su palma brilla con una luz plateada suave. Sienna y Ethan se paran de sus asientos, viendo la luz formarse en la mano de Gabriel. Si, ellos ya saben todo, pero de todas formas es difícil acostumbrarse a que lo divino ahora es algo cotidiano.
—Prepárense… el viaje no será fácil para quienes todavía tienen un corazón humano —advirtió Gabriel, su voz solemne y firme.