Desde lo alto del Reino, Dios observaba en silencio. Su mirada abarcaba guerras, hambre, familias rotas y ciudades en llamas. Todo aquello que Zane había contenido con su mera existencia ahora se desmoronaba sin freno.
Sus labios se movieron apenas, en un murmullo que cargaba el peso del universo.
—Zane… debes despertar. Ahora.
Mientras tanto, dentro de la mente dormida de Zane..
Oscuridad. Zane flota en un vacío grisáceo. No hay arriba ni abajo. Solo escucha su respiración y sus propios latidos… lentos, apagados.
De repente… Un sonido metálico rompe el silencio. Un televisor flotante aparece frente a él, parpadeando con interferencia. Una voz de locutor, distorsionada y lejana, resuena entre la estática.
—…el mundo sin Zane Draven… está cayendo…
La pantalla se enciende de golpe. Imágenes nítidas: Chicago en llamas. Una marea humana destruyendo todo a su paso. Supermercados saqueados. Personas golpeándose en plena calle. Niños lanzando piedras a ventanas rotas. Zane observa desde el vacío, paralizado.
—No… no puede ser…
Entre la multitud, surge Belial. Sus ojos arden con fuego demoníaco. Toma a un hombre del cuello con una sola mano y lo parte como si fuera nada. Luego gira la cabeza hacia la pantalla. Mira directo a Zane.
—¿Ves lo que pasa sin ti, hermano? —dice con una burla venenosa.
Zane intenta gritar, pero no puede. Solo el eco de su desesperación se ahoga en el vacío.
París, en ruinas. Pantallas gigantes iluminan la ciudad con escenas de orgías desenfrenadas, escándalos expuestos en directo, suicidios transmitidos como espectáculos virales. Las personas se devoran con la mirada, mientras otras se quitan la vida con una sonrisa amarga, convencidas de que nunca serán “suficientes”.
En medio de un salón lujoso, alfombras de terciopelo y lámparas de cristal ahora manchadas de sangre, Astaroth avanza. Viste un traje de gala oscuro, impecable, caminando entre cadáveres con sonrisas congeladas en sus rostros, como muñecos que murieron adorándola.
Se detiene. Gira la cabeza y, a través de la pantalla, fija sus ojos en Zane.
—La belleza es poder —susurra, con una voz sedosa que atraviesa el vacío—. Y tú… ya no eres nadie.
Zane extiende la mano hacia ella, intentando detenerla. Pero antes de alcanzarla, su brazo comienza a deshacerse, convirtiéndose en ceniza que se escurre entre sus propios dedos.
El mundo entero se había convertido en una maquinaria sin alma. Mammon, de pie en lo alto de una torre de acero y vidrio, observaba su obra maestra. Abajo, las calles parecían un cementerio de cuerpos vivos: gente dormida sobre escritorios, niños llorando en silencio porque sus padres no apartaban la vista de las pantallas. Una madre ignoraba los sollozos de su hijo mientras recibía monedas virtuales por mirar anuncios interminables.
Mammon se sirvió un whisky dorado, la bebida brillando como si llevara oro líquido. Sonrió con una calma venenosa.
—El alma es más fácil de comprar cuando no cuesta nada… —murmuró, deleitándose en su triunfo.
Zane, atrapado en el vacío de su mente, sintió cómo esa visión lo destrozaba. Todo su cuerpo tembló, y por primera vez desde que cayó en la oscuridad, gritó con el alma desgarrada:
—¡NOOOOO!
El vacío, las pantallas, las visiones… todo se quebró en mil pedazos, estallando como un cristal bajo presión.
Zane cae en picada por un abismo sin fin, envuelto en nubes negras que chispean energía roja. Voces distorsionadas lo rodean: risas, llantos, gritos... todas las voces de sus seres queridos, corrompidas.
Zane aterriza bruscamente sobre un suelo de cristal fracturado. Frente a él está Sienna, del otro lado de un abismo inmenso, la niebla roja envolviéndola.
—¡Zane! —gritó ella, con desesperación en la voz—. ¡Vuelve conmigo! ¡No me dejes!
El abismo entre ellos se ensancha con cada paso que intenta dar hacia ella. La imagen de Sienna empieza a desvanecerse, como si se deshiciera en cenizas.
—¡SIENNA! —rugió Zane, corriendo, extendiendo la mano hacia ella.
Un susurro helado rozó su oído, tan cercano que lo atravesó como un cuchillo. Era la voz de Lucifer.
—Ya es tarde, híbrido… Ella no necesita un monstruo como tú.
Cambio brusco: Zane se encuentra en un callejón oscuro. Ethan, su mejor amigo, está tirado en el suelo, bañado en sangre, intentando arrastrarse.
—¿Por qué no estuviste ahí, hermano…? —sollozó, con la voz rota—. Me prometiste que me protegerías…
Zane trata de acercarse, pero sus pies están clavados al suelo por raíces negras salidas del asfalto. Ethan levanta la mirada: su rostro se transforma en uno lleno de decepción y odio.
Entonces llegó el susurro, suave, venenoso. La risa de Lucifer se filtró entre las sombras.
—No puedes salvar a nadie —se burló—. Solo sabes destruir.
Zane es arrastrado violentamente por cadenas invisibles hasta una sala de estar iluminada solo por la luz de una televisión parpadeante. En la pantalla se ven imágenes distorsionadas de Zane destruyendo ciudades, matando inocentes.
Liz, su madre, está sentada frente a la pantalla, llorando silenciosamente, sus lágrimas cayendo sobre una foto familiar rota.
—¿Qué le hicieron a nuestro hijo…? —susurró entre lágrimas—. ¿Dónde está el niño que crié?
Zane intenta gritar, decirle que sigue siendo él, pero no puede emitir sonido. Su boca está cosida por hilos de sombra. La voz de Lucifer retumbó en la habitación, burlona, venenosa.
—Incluso tu madre… se avergüenza de ti.
Cambio violento de escenario: una calle desierta, con una torre de humo al fondo. Jon, su padre, sostiene un arma en mano, temblando. Frente a él, imágenes distorsionadas de Zane poseído destruyendo la ciudad.
—¡Maldita sea, Zane! —gritó Jon, con la voz rota, quebrándose por dentro—. ¡Yo confié en ti! ¡Fuiste mi orgullo…!
Apuntó el arma hacia el cielo, los dientes apretados, las lágrimas desbordándose por su rostro. Nadie podía saber si su rabia estaba dirigida a los demonios… o a sí mismo.