Hybrid - Fase 1 [en EdiciÓn]

Capítulo 19 - Cuando la Cuerda se Rompe

El aire en Brighton High estaba más espeso de lo habitual, como si incluso las paredes contuvieran algo que no sabían cómo procesar.

Frente al casillero de Sienna, ella conversaba con Chloe, Ryan, Sophia y Lila. Ethan todavía no había llegado. Había tensión en sus voces, como si estuvieran hablando de algo que sabían que no deberían, pero que necesitaban soltar igual.

—Lo leí esta mañana —susurró Chloe, bajando el tono—. Lo encontraron en una esquina, cerca del barrio viejo… todo molido. Muerto.

—¿Un vagabundo, no? —preguntó Ryan mientras abría su casillero.

Sophia asintió con los labios apretados. Su piel estaba erizada de tan solo recordar lo que vió.

—No era solo eso. Lo mataron a golpes. A mano limpia. Vi una de las fotos… Era horrible.

Ryan bajó la voz, como si temiera que alguien más lo oyera.

—La cara no se reconocía. Como si lo hubieran hecho con maldad, adrede. No lo sé… nadie merece morir así.

Entonces llegó Zane. Con su mochila colgada de un solo hombro, la capucha caída y un cigarrillo colgando sin encender entre sus labios.

—Algo habrá hecho —soltó sin que nadie le preguntara, abriendo su casillero de un tirón—. Esos vagabundos se ponen violentos, más de noche.

Silencio. Seco. Incómodo. Como un portazo en un velorio. Nadie respondió.

Sienna lo miró. Fijamente. Como si intentara ver detrás de sus ojos… y no encontrara nada. Zane encendió el cigarrillo con una chispa que salió de su propio dedo. Nadie lo notó… o nadie quiso notarlo. Exhaló humo con una sonrisa torcida.

—Voy al baño.

En el camino, pasó junto a un chico de cuarto año que venía distraído con un cuaderno en la mano. Zane le hizo un amague, como si fuera a golpearlo. El chico se sobresaltó, tropezó y cayó al piso.

—¿¡Qué te pasa, imbécil!? —gritó, con el rostro ardiendo de vergüenza.

Zane solo se rió. Una carcajada breve, seca. Y entró al baño sin mirar atrás. En el pasillo, junto al casillero, nadie habló por unos segundos. Las miradas se cruzaron. No dijeron nada, pero todos pensaron lo mismo.

El baño estaba vacío. Frío. Silencioso. El eco del grifo goteando era lo único que llenaba el espacio. Hasta que… no lo fue.

Zane se paró frente al espejo. El humo del cigarrillo que aún tenía entre los dedos se elevaba como una serpiente perezosa, enredándose en su reflejo. Se miró. Y sonrió. Primero, fue una mueca. Después… una risa baja, rasposa y contenida.

—Mírate —murmuró, como si hablara con alguien—. Tan lindo. Tan roto. Tan… libre.

La risa creció. Se transformó. Ya no era humana. Era una mezcla de carcajada animal y psicótica, como si el mismísimo Joker estuviera encarnado en su cuerpo, con rabia acumulada durante mil vidas.

—¿¡Y ahora todos tienen miedo, no?! —rugió golpeando el lavamanos con violencia—. ¡No entienden nada! ¡Pero sienten! ¡Y eso es hermoso!

Se inclinó hacia el espejo. Su reflejo le devolvía una mirada roja intensa, vibrante, casi líquida. Su sonrisa se desfiguró un poco más. Sus dientes parecían más filosos. Sus pupilas… casi inexistentes. Dejó caer la colilla al suelo.

—Y lo mejor de todo… es que ni siquiera empecé.

El agua no cayó. El reflejo ya no lo imitaba del todo. Zane se giró y salió del baño. El espejo, sin embargo… tardó un segundo más en moverse.

Al mediodía, se realizan los tryouts para el equipo de fútbol americano, aunque parezca exagerado, eran un evento serio. Los Seabreeze Seagulls eran un equipo formidable, liderados por Ryan. El entrenador Daniels daba órdenes mientras el receptor abierto del equipo, un pilar de 1.95m y 110kg llamado Chad Hensley, intimidaba a los reclutas nuevos empujándolos al suelo y burlándose. Desde las gradas, Zane observaba todo con Sienna sentada en su regazo. Ethan, Ryan (que tomaba un descanso) y las chicas estaban cerca, comentando entre risas.

—¿Siempre fue tan imbécil ese Chad? —preguntó Zane con una sonrisa torcida.

—Desde el útero, probablemente —respondió Ryan, tirándose agua por la cabeza—. Pero bueno, así es Chad.

Fué en ese momento donde los cables se le volvieron a cruzar. Zane se levantó con calma, bajando las gradas.

—¿A dónde vas? —preguntó Sienna, arqueando una ceja.

Zane metió las manos en los bolsillos y se pasó la lengua por los dientes.

—A divertirme un rato.

Se produjo un silencio incómodo mientras Zane caía al campo y empezaba a caminar hacia los atletas. Ryan se rascó la nuca mientras se dió vuelta a mirar a Ethan.

Ryan se rascó la nuca, preocupado.

—Eth, no creo que tenga ganas de ser un Seagull, ¿no?

Ethan lo miró nervioso, siguiendo con la vista a su amigo.

—Para nada. Y eso es lo que me preocupa.

Chad lo vió acercarse. Se sorprendió un poco, pero una mueca de burla y falsa superioridad le invadieron el rostro.

—¿Qué pasa, angelito? ¿Quieres probar suerte? —dijo, cruzándose de brazos.

Zane sonrió. Pero no de esas sonrisas que generan modestia y humildad. No, era una sonrisa casi sádica, como si estuviese a punto de disfrutar lo que va a hacer.

—Solo un choque —dijo, frotándose las manos—. Prometo no quejarme si me duele.

Chad soltó una carcajada.

—Tranquilo, San Pedro, no voy a ser tan duro contigo…

El silbato sonó. La mente de Zane le dió una orden directa, un objetivo claro y conciso. Zane corrió como si el suelo fuera aire. Y en un solo impacto, hizo volar a Chad como diez metros, rompiendo un banco lateral al caer. Gritos. Caos.

—¿Pero qué demonios acaba de hacer? —exclamó Ryan, llevándose las manos a la cabeza.

Sophia, temblando, intentaba llamar a emergencias desde su teléfono.

—¿Y qué crees que hizo? ¡Lo destrozó! Hola, sí… ¡Hospital de la Ciudad! ¡Necesitamos una ambulancia ya mismo!

Zane se acercó a Chad, sin un rasguño. Miró el cuerpo del chico, que chillaba con un brazo torcido y la pierna dislocada.

—Ups —dijo Zane con desdén.




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