Laheem carga con su espada. Zane lo esquiva sin esfuerzo y le clava un rodillazo al estómago que lo deja sin aire. Lo agarra del cuello y lo lanza contra un árbol, que se parte al medio.
—¿Eso fue lo que te enseñó tu papi antes de morir? —ironizó Zane, con el rostro deformado por la soberbia—. Patético.
Laheem, jadeando y con los labios manchados de sangre, se incorporó lentamente. Su espada brillaba aún más, aunque su cuerpo temblaba.
—¡NO VOY A CAER COMO ÉL! —gritó, y su voz resonó como un trueno en medio del cielo abierto.
Zane camina sin apuro. Laheem trata de reincorporarse, pero el demonio no le da tregua ni margen de error. Lo agarra del rostro, lo levanta con una sola mano, y empieza a apretarle el cráneo. Acto seguido, le rompe la nariz con la palma abierta y le patea el muslo, haciéndolo arrodillarse. Le pisa la pierna y le rompe la rótula sin pestañear. Lo toma del cuello y lo arrastra por el patio, haciéndolo tragar tierra frente a todos. Le revienta los tímpanos con un aplauso cargado de energía. Laheem, por primera vez en su vida, grita de dolor y llora de terror, no esperaba esto, para nada.
—Gabriel era fuerte —dijo Zane con frialdad—. Pero cometió un error: me subestimó. Y tú… tú eres apenas una versión beta.
CRACK. Zane le da un golpe que le rompe dos costillas, luego lo levanta por los aires y lo estampa contra el concreto, dejándolo semi inconsciente. Comienza a darle puñetazo tras puñetazo, uno más brutal que otro, que hace retumbar el suelo y hacer volar a las aves de alrededor.
Nadie se anima a intervenir, nadie siquiera amaga a sacar un celular. Cada puño, cada golpe, provoca más heridas en Laheem, más sangre salpicando, más dientes volando.
—¿Esto querías? —rugió Zane desde arriba, con los ojos encendidos en rojo—. ¿Venganza? Yo te doy… aniquilación.
Laheem yacía destrozado, apenas respirando, su cuerpo reducido a un amasijo de huesos quebrados y carne ensangrentada. Zane, con una sonrisa fría y sádica, levantó el pie con calma, apuntando al pecho de su víctima.
—¡Zane, por favor, no lo hagas! ¡Detente! —gritó Sienna, corriendo hacia él con lágrimas resbalando por sus mejillas.
Se interpuso entre él y Laheem, su mirada temblando entre miedo y desesperación.
—Esto no eres tú —suplicó, con la voz quebrada—. Recuerda quién eres realmente.
Zane giró lentamente. Sus ojos, encendidos en un destello rojo y negro, reflejaban desprecio. Una sonrisa siniestra se dibujó en su rostro.
—¿Quién soy realmente…? —repitió con voz gélida.
De un movimiento brusco, la sujetó por el cuello con una sola mano y la levantó en el aire. Sienna se quedó sin aliento, con los ojos abiertos de incredulidad mientras sus pies golpeaban el vacío, buscando inútilmente apoyo.
—Tal vez… ya no me importe —murmuró Zane, tan frío que el aire pareció helarse.
—Amor… por favor… —alcanzó a susurrar ella, apenas con voz.
Los estudiantes observaban paralizados. Nadie se movía, nadie se atrevía a dar un paso al frente. Ethan, con el rostro blanco como la cal, temblaba mientras sus ojos reflejaban puro horror. Chloe estaba rígida, incapaz de reaccionar. Sophia y Lila se abrazaban con fuerza, sus cuerpos encogidos por el pánico. Ryan sostenía a Ethan para que no cayera de rodillas, sin poder apartar la vista de la escena.
—Zane… ¿qué estás haciendo…? —murmuró Ethan, apenas audible, como si la pregunta se le escapara de entre los labios.
Sienna aferraba la mano de Zane con todas sus fuerzas, intentando detenerlo, pero era inútil. Su rostro se enrojecía, una lágrima corría por su mejilla mientras el aire apenas lograba entrar en sus pulmones. Su respiración se quebraba cada vez más, hasta que todo indicaba que lo peor estaba a punto de suceder.
Entonces, una luz cegadora descendió sobre el patio, atravesando las nubes como un relámpago divino. Una figura imponente cayó con velocidad imparable.
—¡Suelta a la chica… Azrael! —tronó una voz que retumbó en cada rincón del lugar.
La patada fue tan rápida que nadie alcanzó a procesarla. Impactó directo en el rostro de Zane, lanzándolo varios metros hacia atrás y arrancando de sus manos a Sienna, que cayó de rodillas, jadeando por aire. Ante los ojos incrédulos de todos, Michael se alzó en el patio. Su armadura dorada resplandecía como un sol en medio de la tormenta, y su espada celestial ardía con un brillo sagrado que obligaba a apartar la vista.
Zane se incorporó lentamente, tambaleando, limpiándose con desdén el polvo del uniforme. Sus ojos rojos chisporrotearon, y una sonrisa torcida se formó en sus labios. Michael avanzó, con el filo de su espada apuntando hacia él.
—Por orden del Cielo —dijo con voz firme y autoritaria—, pongo fin a esta locura.
Michael avanza con velocidad celestial. Le mete tres puñetazos al abdomen y uno cruzado a la cara. Zane escupe sangre. El patio entero observa cómo por primera vez alguien le está plantando cara.
—¡Está… ganando! —murmuró Ethan, sin aliento, con los ojos abiertos de par en par.
—¿Quién es ese? ¿Otro arcángel? —preguntó Chloe, boquiabierta.
Ethan no apartó la mirada del combate.
—El arcángel Michael —respondió con un hilo de voz—. Tal vez… tal vez tenga una oportunidad.
Lila apenas pudo articular, cubriéndose la boca con las manos.
—Le está metiendo la fe a golpes… literalmente.
Michael descargó una patada brutal en el abdomen de Zane, que cayó de rodillas, jadeando. Sin perder un segundo, el arcángel lo tomó del cuello y lo levantó en el aire con una sola mano, como si fuera un muñeco. Su voz retumbó con furia contenida, clara y devastadora:
—¡Gabriel era mi hermano! ¡Y tú lo mataste como un cobarde!
Todos abren los ojos como platos. Michael les acaba de revelar una verdad horripilante, Zane asesinó a Gabriel Adams, al consejero escolar, al arcángel más importante del Reino de los Cielos... su propio tío. Ethan se pone pálido al escuchar la confesión, Sienna llora más fuerte. Zane ríe. Seco. Sin alma. Una gota de sangre corre por su labio… y su sonrisa se ensancha.