En silencio caminaba junto a David tomados de la mano luego de notificarle a Janine que mi novio me acompañaría a casa.
Novio.
Suena extraño.
John se quejó, pero Janine lo convenció de que no estaba haciendo nada malo, en cuanto a Brandon, solo me dedicó una mirada inundada en odio y luego solo dejó de observarme.
— Hemos llegado — Anunció David — Ey — Se detuvo frente a la puerta principal tomando mi barbilla, la cual iba gacha — ¿Te encuentras bien?
Lentamente asentí —Solo estoy algo agotada.
Sonrió —Entiendo —Tomó mis mejillas —Ve y descansa, bonita —Acercó sus labios y acarició con ellos los míos. Lo miré alejarse mientras introducía mis manos en los bolsillos de mi chaqueta y liberaba un suspiro que se reflejó en el leve vapor que escapó de entre mis labios.
Me acuclillé, tomé un puñado de nieve y la transformé en una bola. Apreté mis labios al recordar la escena con Brandon y Leyla, gruñí por no haber sentido nada en el momento en que David me besó y maldecí por haberme permitido caer en el peligroso juego que representaba haber besado a mi hermano.
Hermanastro.
Con furia arrojé la bola impactándola en un árbol. Esta estalló desarmándose y volviendo a ser lo que fue en un principio. Resignada me encaminé hacia la puerta, una vez dentro quité mi chaqueta y la sacudí quitando el exceso de nieve, para luego posarla en el perchero junto a uno de los muebles.
Sin ganas me dirigí hacia la cocina encontrándola vacía. Era de suponerse ya que la mayoría de los sonidos se oían desde el primer piso. Quité mis guantes y me acomodé en una de las sillas de la cocina, apoyando ambos codos sobre la mesa y sobre estos mi cabeza.
Los minutos transcurrieron hasta que los sonidos de unos pasos dirigiéndose a la cocina provocaron que me envarara. Maldije al ver a Brandon entrar, quién se detuvo al verme, pero solo fue un macro-segundo, porque luego continuó su camino hasta la heladera.
Tragué saliva e hice silencio dirigiendo mi mirada al suelo. Oí como tomaba la jarra con jugo y se servía un poco de él en uno de los vasos de vidrio. Mordí mi labio inferior y elevé mi mirada observando como bebía apoyando su cadera en la encimera y observaba la ventana que daba hacia el exterior. Me removí incómoda al ver su nuez de Adán subir y bajar a medida que el jugo traspasaba su garganta.
Maldición.
Mis nervios se activaron cuando solo movió sus pupilas, analizándome sin dejar de beber. Carraspeó al finalizar y luego de ordenar lo que había usado, sin mirarme se marchó rumbo a su habitación.
— Mierda — Susurré encrespada enteramente. Me puse de pie e imité su acción yendo directo a mi habitación, solo que un cuerpo moviéndose detuvo mi acción. Apreté mi mandíbula al ver que el pajarito no había cerrado completamente la puerta de su cuarto y podía divisar la parte superior de su anatomía al descubierto.
Me sobresalté al ser testigo de cómo golpeó su mesita de luz con enojo y luego se sentó en la cama dando la espalda hacia mí. Mi aliento se detuvo al descubrir una larga cicatriz que decoraba su espalda, comenzaba desde su hombro derecho y cruzaba hasta llegar al final del flanco izquierdo de su cadera.
¿Eso lo provocó el accidente?
¿Esa es una de las cicatrices que odia?
Cerré mis ojos retirándome hacia mi cuarto antes de que se percatara de la invasión a su privacidad.
Solo algo estaba en mi mente en ese momento.
Su cicatriz.
(...)
— ¿Anel? — Llamaron desde el otro lado de la puerta.
— ¿Sí?
— ¿Puedo entrar?
Sonreí — Claro, solecito.
Liza ingresó a mi cuarto y se situó a los pies de mi cama. Detrás de su espalda sacó el libro que hace poco le había prestado.
— Sé que papá se llevó todos tus libros y pensé que querrías leer alguno hasta que los demás regresen — Me lo tendió con timidez.
Apreté mis labios — ¿Lo has finalizado?
Ella negó veloz — No, pero no quiero que te aburras.
¿Podía ser más tierna?
— Oye, quiero que lo termines — Le sonreí — No te preocupes por mí ¿De acuerdo?
Asintió — Está bien — Volvió a acercar el libro hacia su pecho — ¡Oh!, casi lo olvido. Papá dice que es hora de que limpies el desorden en el jardín.
Gruñí escondiéndome en mi almohada — Bajo en un minuto — Ella rió y al cabo de unos segundos se marchó. Una vez que me di fuerzas mentalmente, me incorporé de la cama y como toda chica responsable y obediente me dirigí al jardín a cumplir con mi castigo.
De acuerdo ¿Por dónde empiezo?
A mi derecha había una cochera donde John además de guardar el auto, conservaba las herramientas y demás.
Empezaré por ahí.
¿Desde cuándo no limpiaba la cochera John?
Parecía la guarida de una araña. Las telas de arañas se hallaban por donde sea que mirases, en las herramientas, en las esquinas de las paredes, en el techo, en el suelo, ¡En todos lados!
Fregué mi rostro con frustración, al menos no tengo que limpiar el baño.
Cogí la escoba y comencé a barrer el polvo del suelo, luego continué con las repisas donde se encontraban las llaves francesas y tuercas de las ruedas del auto, las acomodé en hilera y guardé en un cajón las piezas más pequeñas.
Elevé mi rostro hacia la repisa más alta, la cual tenía el triple de tela de araña que las demás. Tomé una escalera, ya que no llegaba para darle una correcta limpieza, cuando de pronto algo llamó mi atención.
Sobre la repisa había una bolsa, idéntica en la que John guardó mis libros.
¿Será...?
No habrá problema en que tome uno o dos o tal vez tres ¿Verdad?
Subí hasta el tope de la escalera, pero estaba era demasiado pequeña, por lo que los índices de mis dedos rozaban la bolsa. En medios de quejidos me estiré lo más que pude y finalmente pude tomarla.
Joder, que está pesada.
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Editado: 02.06.2023