Entro en la habitación y me tiro instintivamente en la suave cama, mucho más grande que para un matrimonio.
Trato de conciliar el sueño, pero me es imposible. Hay una remota parte de culpa que me dice, que debo disculparme con él. Pero mi orgullo es más fuerte y me mantiene sobre la cama, sin moverme. ¿De verdad Edgar le conto todo? ¿Habrá escuchado nuestra conversación? Dudo que Edgar le haya enfrentado a Dilaurentis.
El resto de la noche, pasa mientras miro el techo y pienso cómo es que he llegado en tan solo unos días, a gustarme ese hombre que me ha comprado como una simple mercancía, como un auto de lujo o algo por el estilo. Me ha gustado de algo que odio
Alguien golpea la puerta. Después de intentar dormir y cuando estoy a punto de lograrlo, se les ocurre molestar. Ignoro los pequeños golpes en la puerta y me acomodo entre las sabanas, mientras cierro los ojos. Vuelven a tocar, pero esta vez con más insistencia. Me levanto apresurada a abrir la puerta.
—Señorita Lali...tiene... tiene... - Esta demasiado preocupada y con la voz entrecortada como si hubiese corrido un maratón de cinco Kilómetros. —El Señor Dilaurentis...
Pasa a un lado y empieza a hacer mis maletas apresuradamente. La miro sin entender, ella no me mira, por ningún motivo. Cuando termina de empacar, levanta la maleta y sale de la habitación.
Yo la sigo confundida, con mi celular en mano y la billetera.
Hay un auto negro, precioso fuera de la casa y de la puerta del piloto sale Taylor y me apresura, para que suba al auto.
Entro y estoy de copiloto.
—¿Adónde vamos? tengo que cambiarme.
Protesto.
—No hay tiempo.
Esta histérico, pero trata de no gritarme, solo levanta la voz.
Me coloco el cinturón de seguridad y puedo notar una pequeña sonrisa que sale de sus labios. ¿Acaso es gracioso que me preocupe por mí? Le miro incrédula para después girar los ojos.
El celular comienza a sonar y en la pantalla aparece "Cristian amor"
Miro a Taylor para mirar una vez más la pantalla del celular.
—Es ¿el, cierto?
—Como lo sabes.
Respondo casi en susurro.
—Es obvio.
Termina, fastidiado.
—¿Obvio?
Pregunto demasiado confundida. ¿Cómo que obvio? ¿Qué tiene de obvio que salgamos de la casa con maletas y que llame Cristian?
—Olvídalo, no importa.
—¿Qué no importa? – Estoy al grado de gritar - ¿Cómo voy a olvidar algo que me interesa? ¿Cómo?
—Simplemente, no lo recuerdes y ya, es tan fácil.
—Pues, puede ser fácil para ti, pero para mí no, nunca olvido, lo que importa.
Termino, para girarme y mirar por la ventana, del copiloto.
Pasamos por una señal de transito que dice 70 KM/HR. Me giro para saber a cuanto vamos. Según esto, vamos a 100 KM/HR.
—Taylor vas muy rápido.
Gira y serpentea entre los autos.
—¡Agárrate!, ¿quieres?
Yo le obedezco y tomo el asiento por los costados.
Mira el retrovisor y murmulla una maldición en francés. Menos mal mi francés es fluido. El semáforo esta en rojo, pero este se lo pasa. Un camión de Alimentos nos pasa justo por detrás, casi rozándonos.
—¿Estás loco? Nos mataran.
Trato de gritar, pero me escucho bastante histérica.
—Tranquila, pase lo que pase, yo te protegeré, ¿de acuerdo?
Yo le miro y no sé qué decir. Después de todo aquello que dijo mi padre antes de irnos es verdad. Creo. Me toma con una mano y me acerca a él. Nuestras frentes están juntas.
—No te pasara nada mientras yo esté contigo.
Y eso me basta para besarle. Un beso que espero demuestre que le necesito vivo y a mi lado.
Una sonrisa, sale de sus labios para después mirarme, no sé qué ocurre, pero de pronto me sonrojo.
Toma el volante y la manija de las velocidades, cambia de tercera a cuarta y avanzamos a toda velocidad por el carril rápido. Hay gente que nos mira asombrados, otros que simplemente niegan con la cabeza y algunos que nos grita de cosas.
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