“Era un día ventoso y las hojas secas de los árboles volaban por los aires. Dolores caminaba contra el viento y parecía que luchaba con éste. Ella tenía uno inmensos ojos del color del cielo y una mirada triste. Llevaba en sus manos un abundante ramo de azucenas azules. Cada tanto, el viento le arrebataba una flor, pero ella continuaba su camino. Nada le impediría llegar a su destino. Llegó hasta un viejo portón de hierro por el cual ingresó. Dolores pasó por varias tumbas, cruces y estatuas de ángeles. Se paró frente a una lápida y el epitafio decía: “Dolores Herrera, fallecida al año. Tus padres te recuerdan con amor.”
Con gruesas lágrimas que corrían por su rostro, Dolores dejó las flores sobre la tumba y lloró la vida que no había tenido.”