Estoy preocupado. Algo en la reacción de Susana, después de dar a luz, me tiene bastante inquieto. Me quito el gorro y el tapabocas descartables y lo lanzo al cesto de la basura. No dejo de pensar en el cambio que tuvo desde que supo que estaba embarazada. Ha estado distante, distraída y poco comunicativa. Ya ni siquiera me deja tocarla desde que sucedió. Ahora somos como dos extraños viviendo bajo el mismo techo. ¿Qué está sucediendo?
―En hora buena, Emiliano ―comenta mi buen amigo, Kevin, al verme salir de la unidad de cuidados intensivos neonatales―. ¿Cómo están mis sobrinos?
Inhalo profundo.
―Ambos presentaron una coloración amarillenta de la piel y las mucosas, así que estarán recluidos durante algún tiempo ―comento con preocupación―. Por fortuna, el nivel de bilirrubina es bajo.
Ninguno esperaba que el parto se adelantara y que los bebés nacieran antes de tiempo. Fue algo repentino e inesperado. Estaba en la oficina cuando me llamaron para informarme que mi esposa estaba sangrando.
―Y, ella, ¿cómo está?
Kevin está al tanto de lo que ha estado pasando entre nosotros. Sabe que nuestra relación ha ido de mal en peor. He hecho todo cuanto ha sido posible para que todo vuelva a la normalidad, pero mis esfuerzos han sido en vano. Por cada día que pasa, ella se aleja más de mí.
―No tengo ni puta idea, hermano ―bufo con impotencia―. Lo que quiero decir es que… ―hago una pausa, antes de continuar―. Su estado de salud es satisfactorio, pero… ―ni siquiera puedo coordinar mis pensamientos con sensatez―. ¿Puedes creer que no ha preguntado por sus hijos? ―susurro en voz baja con tono de enfado―. Nunca la vi actuar tan fría e indiferente como cuando escuchó el llanto de nuestros pequeños bebés ―niego con la cabeza―. Incluso ―repaso mi cabello con impotencia―, llegué a creer que le molestaba oír su llanto.
Kevin me mira con los ojos entrecerrados.
―Creo que lo has estado malinterpretando todo, hermano ―comenta, algo perturbado―. Entiendo que vuestra relación no esté pasando por su mejor momento, pero de allí a que no quiera a sus hijos, hay un gran trecho ―apoya una mano sobre mi hombro―. Acaba de dar a luz y el parto fue complicado, dale tiempo a que se recupere ―sonríe con comprensión―. Los cambios en los niveles hormonales durante y después del embarazo pueden afectar el estado anímico de una mujer.
Inhalo profundo y asiento en acuerdo.
―Después de todo, quizás tengas razón.
Admito. Tengo fe en que, de ahora en adelante, todo irá mejor entre nosotros. El nacimiento de nuestros hijos tenderá un puente de reconciliación para nuestra relación. Justo en ese momento aparecen mis padres y mi hermana Aurora.
―¡Cariño! No te imaginas lo ansiosos que estábamos por venir a conocer a nuestros nietecitos.
Comenta mi madre, evidentemente emocionada.
―Gracias por venir, mamá ―la abrazo y la beso en la frente―. Tienes unos nietecitos hermosos ―desvío la mirada y observo a mi padre, a quien tampoco le cabe el orgullo en la expresión de su rostro―. Papá.
Le ofrezco a la mano para saludarlo, pero me da un tirón y me acerca a él para ofrecerme un fuerte abrazo y un par de palmadas en la espalda.
―Estamos orgullosos de ti, hijo.
Una sonrisa emocionada tira de la esquina derecha de mi boca.
―Gracias, papá. No sabes cuánto significan tus palabras para mí.
―Quiero conocer a mis sobrinos.
La voz de mi hermana menor, llama mi atención.
―Lo siento, cariño, pero, hasta que los médicos lo permitan, no será posible.
Sus miradas se llenan de preocupación y desconcierto.
―¿Qué está mal con ellos, hijo?
Pregunta mamá, bastante intranquila y nerviosa. Así que les cuento lo que está sucediendo. Les explico que, debido a su estado, permanecerán en la incubadora hasta que puedan recuperarse. Y que, solo su madre y yo, estamos autorizados para estar con ellos.
***
Dos semanas después.
Antes de que nuestros bebés nacieran, la distancia existente entre Susana y yo, se fue incrementando. Así que opté, en aquel momento, por pasar más tiempo en la oficina para ofrecerle un poco de paz y evitar que nuestras discusiones produjeran efectos negativos en su embarazo. Había puesto mi fe en que nuestras diferencias podrían solventarse con la llegada de nuestros pequeños, pero todo ha ido de mal en peor. No creo que nuestro matrimonio pueda salvarse, mucho menos, después de la actitud que ella ha demostrado con sus propios hijos. Estoy que exploto de la rabia y la indignación que siento.
―Hijo, vete a descansar, nos haremos cargo de nuestros nietecitos.
Me paso los dedos por los ojos. Estoy demasiado cansado. He pasado noches en vela desde que trajimos a mis ángeles a nuestro hogar.
―Gracias, no saben cómo les agradezco el gran apoyo que me han dado.
Mamá sonríe con nostalgia.
―No tienes nada que agradecernos, hijo, somos sus abuelos y es nuestra obligación tenderte una mano bajo estas circunstancias ―apoya una mano en mi mejilla―. Si fuera por nosotros, nos vendríamos a vivir contigo. Nada nos encantaría más que permanecer al lado de nuestros nietecitos a cada segundo del día.